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Protestante Digital

 
Maná para el peregrino LXXXIV
 

Relaciones epistolares en todo tiempo

Qué hermosas y también certeras palabras, firmes, con autoridad, pero sobre todo dirigidas a seres amados. Palabras que hasta hoy no han caducado; incluso podemos sentir la calidez que emana de ellas.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 21 DE SEPTIEMBRE DE 2019 21:20 h

En estos días de verano, aparte de diversos quehaceres, hemos dedicado un tiempo para organizar los montones de papeles, documentos, recortes de periódicos, que hemos ido acumulando a lo largo de los años. Cuesta desprenderse de todo aquello que piensas puedes utilizar o que recuerda tantos momentos especiales, amistades ganadas, conservadas y también perdidas en algunos casos. Todo aquello que forma parte de lo que somos ahora, con sus luces y sus sombras, ya que nada es perfecto todavía, pero solo todavía. De pronto nos encontramos con un montón de cartas, de aquellas escritas con pluma o con bolígrafo sobre un papel ahora desgastado por el paso del tiempo. Hemos ido repasando Alfredo y yo, cada uno con sus misivas propias, y los dos con aquellas que iban dirigidas a ambos. Cuánta emoción se desbordó a cada lectura, cuánta ternura y nostalgia desprendían algunas. Cuántos buenos deseos, noticias tristes, otras sobre economía, política o fe. Saludos de antiguos compañeros de universidad, del instituto, incluso de la escuela primaria. De profesores, tíos, primos, padres, hermanos, y de esa larga lista de amigos que también son de la familia, pues hacen que el afecto supere las exigencias de la sangre. Así lo sentimos siempre, más aún cuando despatriados nos encariñamos con todo lo que muestra algún atisbo de afecto.



Hay cartas largas, larguísimas, otras acompañadas de ilustraciones, fotos, regalos, gratitudes. Nosotros escribíamos mucho para no perder los lazos de unión con los que dejamos, pero también con ese contingente de personas que pasaban por Salamanca y quizá no volveríamos a ver. Era maravilloso saber de los proyectos de los seres queridos que conocíamos, del nacimiento de sus hijos, sus logros laborales, o acerca de su vida como seguidores de Jesús, lo cual siempre nos ha alentado venga de donde venga.



Esa nube de epístolas nos animaba a seguir en la brecha. Y nos anima hoy, aunque por otros medios, como este que me permite recordar y plasmar de forma digital estos recuerdos.



Mientras estaba extasiada releyendo con avidez las líneas de estas antiguas epístolas personales, recordé las cartas escritas por el apóstol Pablo. Todas con un valor inmenso para nosotros hoy, con gran contenido doctrinal, pastoral, y abarcando diversos temas destinados a ayudar a las comunidades en su crecimiento espiritual, o para solucionar necesidades concretas. Eran él en forma de carta. Admiro esa su preocupación por las iglesias, como ya lo he comentado en otras ocasiones, por llevar a cabo un seguimiento, no un seguimiento por obligación, sino por su compromiso con la misión de Dios, consciente de que esas comunidades existían para la misión. No sé si es muy acertada mi opinión, pero me parece que sentía una pasión por la comisión dejada por Jesús, de ir hasta lo último de la tierra para hacer discípulos. Que compartieran con otros esas bendiciones espirituales y materiales que recibían del Padre, recibidas por gracia, y de la misma forma debían ser dadas.  Ellos habían sido elegidos por Cristo, quien les había dicho que los había puesto para ir y llevar fruto.  



Y ahí encajan las cartas, epístolas o misivas, para recordar, exhortar, estimular, aconsejar, enviar afecto, animar para que no abandonasen la carrera, de modo que pudiesen llegar a la meta y recibir la corona de victoria, y al final, poder decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4.7). Quizá exagere o esté equivocada, pero para mí, cada palabra desprende un amor como de padre a hijo. Hay unos lazos que van más allá de la sangre, pues media Cristo. Y eso lo sienten de esa manera los que han sido llamados para eso; y otros son llamados para otra cosa. Esto es posible. Solo Dios lo sabe. Se percibe que ni sus propios sufrimientos hacían que desviara su atención de ellos. No le faltaba el ánimo para escribir incluso desde la cárcel, en medio de incertidumbres. No sé por qué siento que aparte de las cosas importantes que quería transmitir, les subrayaba que no debían perder la humanidad, es decir, los sentimientos, ser conscientes de que estaban tratando con personas.



En un pedacito de la carta a los Filipenses, una congregación que, según parece, le era muy especial, así como él para ellos, percibo mensajes claves sobre lo que digo. Por ejemplo, cuando dice: “a mí no me es molesto…”. “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado...”, señalando que Timoteo también se interesa por ellos sinceramente, no buscando solo lo suyo. Y, además, “a ninguno tengo del mismo estado de ánimo”.  Otro que le puede sustituir incluso en los afectos. Alguien dispuesto a emprender un largo y nada cómodo viaje por otros que ni siquiera eran sus parientes o amigos íntimos. “Y que tan sinceramente se interese por vosotros”. Una hermosa característica cristiana, que hace que no busquemos solo lo nuestro, sino el de los otros. “Pero ya conocéis los méritos de él...”. Es decir, no era mera teoría, ya lo conocían por estas actitudes ejercidas en otras oportunidades. Y, además, dice el apóstol que como un hijo Timoteo le ha servido. No un hijo de la carne sino en el espíritu. Un hijo que nace del amor a Cristo y se extiende a otros para amar sin condiciones, algo que no es fácil. Pero sí posible. Solo saber de ellos llenaba de consuelo y gozo al apóstol.



Esas cartas eran leídas públicamente, los destinatarios no se las guardaban para sí mismos, las compartían. Quizá muchos no sabían leer y sacar copias era muy complicado, ya que no tenían las fotocopiadoras, el correo electrónico, el escáner, las imprentas y tantos otros artilugios que facilitan la labor de difusión. Les dice que ora por ellos, por sus dones, por su fidelidad a Cristo, su crecimiento espiritual. Incide sobre la segunda venida de Cristo, sobre su resurrección para decirles que no es en vano la espera; los sustenta en el caminar cristiano. Exalta la perseverancia de ellos, aun en medio de las persecuciones y problemas que no faltaban. Las divisiones, las disputas. Versa sobre la justificación, el seguimiento, las falsas doctrinas… sobre la conducta y los deberes cristianos… Alienta a los que estaban a punto de abandonar su fe, a los que solo eran nominales… Habla sobre la familia, el hogar, las responsabilidades y organización de las congregaciones. Sobre las responsabilidades de los ministros, etc., etc.



Es interesante conocer cómo lo bueno se difundía rápidamente, y no eran meros ‘cotilleos’, los cuales parecen tener más facilidad, su difusión es instantánea en el mundo de hoy, donde la discreción es un espécimen en peligro de extinción. Podemos grabar con el móvil y difundir la opinión de alguien sobre un asunto, sin su permiso, pero luego tenemos pereza de difundir las Buenas Noticias. Como el ser humano es el mismo, seguro que ayer también sucedía algo similar, pero no entre gran parte de los seguidores del Maestro parece ser.



Qué afecto tan entrañable brotaba del corazón del apóstol, tanto que desde lejos sentía como suyas las necesidades de ellos; y no solo sabía, sino que le importaba lo que pasaba a los hermanos que habían apostado por seguir a Cristo. Sabía de las persecuciones, de los conflictos internos que podían surgir, las presiones… Y él mismo necesitaba de unos compañeros fieles de milicia. Y los tenía: “Mas tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia… ministrador de mis necesidades”. Cómo le afecta que Epafrodito haya estado enfermo y a punto de morir, al igual que los filipenses, según leemos en esta carta. Pablo recalcaba estas pequeñas cosas. Les señala que le reciban con todo gozo, pues por la obra de cristo había estado próximo a la muerte; o sea que eso no era vanagloria sino reconocimiento. Y ya antes les había comentado sobre la humildad poniendo como ejemplo al mismísimo Jesucristo. No se le pasaba nada por alto, pues sabía del compromiso que había adquirido. Y no por la fuerza o por una urgencia.



 





Parece una pequeñez, pero me anima oír, perdón, quiero decir leer, aunque hasta parece que oigo: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Consejo tras consejo porque los peligros asechaban.



A quién no le va a animar que le sobresalten diciendo: “Así que hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor...”. O “… completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo la misma cosa. Nada hagáis por contienda o vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio… Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús...”. Como si le importara lo que ellos hicieran o dejaran de hacer: “Completad mi gozo”. Le importaba si se enfermaban o si estaban a punto de morir. Les importaba que cuidaran su salvación con temor y temblor.



Me conmueve cómo en esa época de una pobreza en cuanto a las comunicaciones, a los medios para mantenerlas, se las ingeniaba para hacerles llegar estas palabras de ánimo, sobre todo porque sabía que los inicios de todas las cosas son difíciles. Y ante las dificultades se podían desanimar. Qué hermosas y también certeras palabras, firmes, con autoridad, pero sobre todo dirigidas a seres amados. Palabras que hasta hoy no han caducado; incluso podemos sentir la calidez que emana de ellas. Me imagino la alegría con que se recibían esas misivas que a veces llegaban de manos de queridos hermanos, y con alguna cosilla más. Como esa ofrenda que llegó hasta Jerusalén cuando más la necesitaban. Para ello también le tocó animar a algunos, con aquello de que es más bienaventurado dar que recibir (Hechos 20.35). 



También les transmitía noticias suyas para darles consuelo al saber de sus padecimientos y de su valentía para continuar proclamando el Evangelio, por el cual era embajador  en cadenas. Les recuerda que: “… no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles (Ro. 1.16). Y cómo presentar el Evangelio: “Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (1Pe. 3.15). Les recuerda que son la luz, la sal que puede sazonar lo insípido que está todo, alumbrar en medio de la oscuridad que se disemina rápidamente… ¡Y que han recibido poder!



Ora por ellos y les pide que oren sin cesar…



Qué hermosa es esa salutación que estila poner al inicio de sus misivas: “… Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.  Y a los corintios: “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo… Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. 



Y: “… a Timoteo, amado hijo…”. “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio”. “… el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero…”. “Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado…”. 



¡Cuántas maravillas!, pero lo más acertado es ir directo a la fuente. Es como si un eco repitiera: Sed imitadores…



Y las despedidas son entrañables, por ejemplo, a los Efesios: “Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor, el cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones. Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable…”. O este fragmento de la carta a los Colosenses: “Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere. Porque de él doy testimonio de que tiene gran solicitud por vosotros, y por los que están en Laodicea, y los que están en Hierápolis. Os saluda Lucas el médico amado, y Demas. Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa. Decid a Arquipo: ‘Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor’. La salutación de mi propia mano, de Pablo. Acordaos de mis prisiones. La gracia sea con vosotros. Amén”.



Apenas unas pinceladas sobre las epístolas que todos ya conocemos y sobre las que podemos ahondar más en el Libro de los libros. Seguro que mi Dios ha querido recordarme estas verdades con una de sus certeras intenciones. 



A los pocos que se atreven a leerme, pero que para mí son de gran valor, pues descubrí que Jesús se paró en el camino por una sola persona que a los ojos del mundo nada valía, y, además, Él mismo dijo que donde estén dos o tres ahí está él, les envío un fraternal abrazo en Cristo, deseando que Él bendiga abundantemente sus vidas y la labor que realizan para Él en su Misión, a pesar de las dificultades que no faltan, de dentro y de fuera, y de todas partes. Él no se olvida de los suyos, eso sí es seguro, pues en Él no hay sombra de variación, es fiel y cumple sus promesas, y no deja inacabada la obra que una vez ha empezado. Vuestro trabajo para el Señor no es en vano. No estáis solos. No, no y no. En la carrera que hay por delante os aplaude y anima una nube de testigos, de arriba y de abajo.



Paz.


 

 


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