Tenemos que humanizar más a los pastores, y los pastores deben mostrarse más humanos a su congregación. Ellos deben aprender a pedir auxilio a tiempo, y no esperar llegar a lo irremediable.
MENSAJE ESCRITO DE LA PASTORA ENERGICA SANTANA, CONOCIDA COMO CARMEN.
La pastora Enérgica Santana (Carmen) Asamblea de Iglesias Cristianas, Inc, de la ciudad de Barahona en la Republica Dominicana, dejó este mensaje que apareció escrito en una pizarra del interior del templo y que dice: “Perdón Dios perdón a todos por lo que hice”.
Según narró un miembro de la citada iglesia al periodista Benny Rodríguez, del Listín Diario, la pastora Santana acudió a la iglesia temprano en la mañana, sin que nadie supiera que estaba allí y no fue hasta la hora del culto de la noche cuando los hermanos se enteraron de la acción, ocurrida este 10 de septiembre, día de la prevención mundial del suicidio.
Sintomático, desalentador y preocupante es el avance de esta desconcertante ola depresiva y suicida que está cobrando vidas de pastores y líderes evangélicos de diferentes iglesias.
Todas las vidas son valiosas, pero el asunto se torna más agudo y problemático cuando quien le pone fin a su propia existencia es un pastor. Por más de una razón el impacto de esta información tiene un efecto más desgarrador y traumático. Se nos hace difícil conciliar la imagen de un pastor con la posibilidad del suicidio. Pero está sucediendo, y cada vez mayor frecuencia.
El suicidio de un pastor, como el de cualquier otra persona, no es una noticia que se acepta sin que, más allá de la pena por la pérdida, se activen en nosotros múltiples e inquietantes preguntas que no pueden ser respondidas de forma simple y concluyente. Para esta lluvia de preguntas que comienzan a zumbar en nuestra cabeza no hay respuesta satisfactoria, al final solo queda el lamento y el desconcierto.
¿Qué tempestad tan grande y grave azotó la vida interior de este pastor? ¿Qué falla tan abrumadora y terrible se produjo en su constitución emocional y espiritual que lo precipitaron a esa determinación final? Surgen así las especulaciones múltiples e indefinidas. Parece que las amarras que lo ligaban a la vida se aflojaron tanto que perdió todo el sentido y significado de la existencia, por lo que tomó la trágica decisión de terminarlo todo. Tambaleó su fe, menguó su esperanza hasta el extremo que perdió el deseo de prolongarse un día más en el tiempo y se abrió de forma definitiva el vacío desolador por el cual decidió escapar de la vida para siempre.
El suicidio, no importa de quien, siempre deja tras sí un pesaroso malestar, una carga traumática de dudas, de interrogantes, de asaltos mentales y desasosiego que vienen con variada dosis de culpa e impotencia, mientras persiste la pregunta: ¿Qué pudo hacerse para evitar esa muerte por suicidio? De manera más específica y concreta, la pregunta pertinente es: ¿Qué pudo hacer la iglesia? ¿dónde estaban los recursos de la consejería y el cuidado pastoral?
Estas son reacciones post morten. En la vida práctica los cuidados psíquicos, espirituales y emocionales aplican poco para el pastor. La idea que prevalece es que él puede dar estos cuidados, pero que él no los necesita.
El pastor tiene siempre que dar las palabras esperadas, pueda o no. Siempre se espera que tenga buena cara ante cualquier situación que le lleven sus miembros. Del pastor se espera una capacidad extraordinaria para acometer los más diversos problemas. Del pastor no se esperan fallas ni debilidades, solo perfección y rectitud. Tiene siempre que responder a nuestras muy particulares expectativas, sino será blanco de nuestras críticas y cuestionamientos.
Algunos perciben e idealizan al pastor como infalible, y cuando no es posible verlo así, entonces, lo que procede es la crítica desconsiderada y la descalificación sin miramientos. El pastor tiende caer en la trampa de querer ser todo lo bueno que la gente entiende debe ser, así comienza por deshumanizarse, por desdoblarse entre expectativas fantásticas y su auténtica realidad. El pastor es un ser humano con un llamado especial, pero tan humano como cualquier otro.
El rol del pastor no ha sido estudiado en su justa dimensión. Es padre y pastor de su familia, pero la congregación es una familia extendida que está también bajo su responsabilidad. Al padre de la casa y al pastor todo el mundo cree que tiene derecho a exigirle en sus propios términos. Se le exige mucho y se le da y se le comprende poco. Pienso que no estoy diciendo nada conclusivo, pero estoy intentando encontrar una pista a través de la cual se puedan entender –si es posible– algunas razones que pueden llevar a un pastor al suicidio.
Los hechos gritan que existe en la actualidad una urgencia por el cuidado del pastor. Tenemos que pensar en terapias especializadas, pienso que el diaconado puede contribuir con los pastores para que manejen los niveles de estrés.
Debemos trabajar para mejorar la vida emocional de nuestros pastores. Tenemos que humanizar más a los pastores, y los pastores deben mostrarse más humanos a su congregación. Ellos deben aprender a pedir auxilio a tiempo, y no esperar llegar a lo irremediable.
Es tiempo oportuno para prestar mayor atención a esta ola de suicidio que está abatiendo a tantas personas, especialmente a pastores. Hemos concebido al pastor como el muro en el que se pueden estrellar todas nuestras frustraciones y fracasos. Es alguien a quien podemos culpar, con quien podemos desahogar nuestros desaciertos y a quien podemos exigirle sin consideración y límites.
Lamentablemente, a veces, nos venimos a dar cuenta de nuestras desproporcionadas exigencias cuando ya es demasiado tarde.
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