Hoy es apreciable un brote de inmadurez cristiana flotando en las redes.
Uno de los principios más interesante que tiene el estudio de las ciencias sociales es el que establece que cada etapa de desarrollo material, técnico y económico de una sociedad determina una forma de cultura, de comportamiento colectivo y de pensamiento social específico.
Las redes sociales, sin dudas, han creado nuevos modelos y nuevas formas de la gente relacionarse. Esto ha facilitado una mayor información, al tiempo que ha creado unos sujetos sociales muy específicos que podemos identificar de manera muy propia y particular.
En algunos casos, estos sujetos se han dimensionado y por sus particularidades han creado un perfil que facilita su identificación, como es el caso del cristiano inmaduro.
Muchas de estas particularidades estaban ahí antes. Es el avance tecnológico con sus medios que las ha más hecho visibles y les ha dado el perfil y la proyección que tienen.
Sin tener que rebuscar mucho en las redes sociales nos podemos encontrar con “el hermano inmaduro” que ya no está limitado por ese espacio local y estrecho que lo confinaba a su círculo doméstico de relaciones, ahora tiene mayor alcance y estímulo.
Su inmadurez ya puede extenderse a otras latitudes porque cuenta con otros recursos.
Hoy es apreciable un brote de inmadurez cristiana flotando en las redes. Es una inmadurez que se replica, se dimensiona y que toma perfil y presencia.
Así podemos hablar hermanos que se han dedicado a la tarea de poner a circular temas religiosos baratos, generadores de prejuicios y estigmas, miedos y reacciones caprichosas que a fin de cuenta no sirven para nada edificante.
La inmadurez tiene sus peligros. Sea cual fuere el nivel de atención que se le preste a estas opiniones religiosas, el efecto de su atención o seguimiento, si no resulta inocuo o una forma más de perder el tiempo, termina siendo perjudicial y dañino.
Los cristianos inmaduros tienden a desarrollar un ego religioso. El creyente inmaduro puede llegar a ser hábil manejando, o, mejor dicho, manipulando la Biblia; algunos hasta son buenos oradores y seducen.
Son sagaces y desarrollan la capacidad de organizar, hacen de las actitudes negativas una verdadera fortaleza, desarrollan carisma y emplean mecanismos para atraerse a otros.
Algunos logran pulir a tal grado sus críticas que pueden resultar desmoralizantes y devastadores cuando la enfilan contra alguien. Los hay presumidos hasta la intolerancia.
Tienden a minimizar lo bueno que hacen otros y se hacen expertos en exagerar lo negativo de los demás (están más pendientes de la sombra que de la luz). Se saben posicionar y le gusta hacerse necesarios, aunque su verdadera utilidad tenga poco impacto en los resultados globales del equipo de la iglesia.
La inmadurez cristiana nace de una resistencia interna al normal flujo de la propuesta de Dios para su iglesia. Es el resultado del encasillamiento en nuestra propia y particular estructura religiosa.
Es ver la vida y el mundo dentro de los límites de los prejuicios propios, dentro de los controles y muros doctrinales que pretenden ser establecidos a partir de criterios y experiencias personales que necesariamente no han sido discernidos a la luz de las Escrituras.
Hablamos de hermanos que están a la caza de novedades poco edificantes e inútiles, cuando no dañinas y provocadoras de confusión y oscurantismo.
El inmaduro presume, juzga, impone, descalifica, controla, tiene avidez por los asuntos controversiales e incómodos, implementa estrategias que le permiten atrincherarse en sus creencias y recurre a todos los medios a su alcance para compartirlas, más ahora cuando darle a “compartir” se ha convertido en una opción tan disponible y de tanto impacto y alcance.
En vez de recorrer a riendas sueltas el prado en el extenso bosque de la doctrina cristiana, busca, de forma obsesiva, los pantanos y se detiene en ellos como si fuera el hábitat más apropiado para él y demás creyentes. Hacen de lo espinoso e intrincado su natural discurrir.
Una de las especialidades de la inmadurez que aparece en las redes es un afán desmedido que tienen algunos hermanos de ver qué hacen o dejan de hacer los adeptos de algunos credos, para señalar que, si un creyente en Cristo adora u honra a su Dios con gestos, poses o formas parecidas a como lo hace uno que adora a otros dioses o a cualquier líder de otras religiones, no está adorando a Dios, sino a ese líder o a esos dioses.
Me parece que esta es una forma de atribuirle a esos dioses que, como dice la Palabra, “no tienen poder”, un poder que real y efectivamente no tienen.
La adoración a Dios es una actitud a través de la cual tratamos de alinear todo nuestro ser y todo lo que somos y hacemos con el propósito de Dios para la vida. Es acercarnos al carácter santo de Dios, a su Majestad Suprema y Todopoderosa para dejarnos deslumbrar por su grandeza y exclamar: ¡Quién cómo tú, oh Jehová!
La adoración es erigir un altar con nuestras vidas que evoque a Dios y atraiga su presencia. Es una actitud que no está se limitada a una simple pose religiosa, no es un gesto corporal o una formalidad social o cultural, es una entrega y un compromiso de fe que está más allá de todo esto.
Más allá del movimiento del cuerpo, del sonido de nuestra voz y de todas nuestras posibilidades gestuales o movimientos.
Si nuestra adoración aspira a conectar nuestra vida con el carácter santo y soberano de Dios, si nuestros gestos y estilos humanos de hacerlo no son contrario a principios esencialmente éticos e inspirados en el bien, la adoración a Dios no tiene límites.
Adore a su Dios como usted quiera y sienta, no ande usted averiguando como lo hacen otras religiones. Esto es una forma de relativizar a Dios, ese Dios que es absoluto, supremo e inigualable.
El dilema que tenía la mujer samaritana en cuanto al culto de su época era de carácter histórico, religioso y cultural. Ella estaba confundida en cuanto a los patrones de la tradición: que si aquí o allá.
A ella le preocupaba el cómo y el dónde. El Señor ni le respondió sobre el cómo ni sobre el dónde, le señaló a Quien. Le declaró que el Dios verdadero anda en busca de adoradores que lo hagan en espíritu y en verdad. Si la adoración a nuestro Dios tiene algunos límites son aquellos que les puso el Señor Jesucristo.
Dentro del marco ético del amor a nuestros semejantes, el Señor nos indicó que a Dios debemos de adorarle con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra mente. Quien quiera algunas indicaciones de cómo adorar a Dios, siga los señalamientos hechos por nuestro Señor Jesucristo, no se lleve de qué hacen o dejan de hacer otras religiones.
La inmadurez nos limita en asimilar la supremacía de Cristo sobre las culturas. Algunos cristianos asumen la adoración a Dios como asunto de poses, de símbolos, de estilos y formas.
Cuando la adoración no parte de una fe auténtica, de un compromiso con la santidad, la obediencia y una entrega notoria hacia los demás, el mismo Dios ha dicho y reiterado que estos ritos y exquisiteces con envoltura religiosa le resultan abominables.
Realmente las religiones tienen todas sus formas diversas de realizar sus cultos, pero la diversidad gestual, el cruce de mano, la inclinación o el levantamiento de cabeza, tirarse de rodillas o poner la mirada hacia el cielo, entre muchos otros gestos y poses, son asuntos intrascendentes, lo importante es a quien usted adora y como su ser se inclina en reconocimiento a ese de Dios a quien usted le da la gloria.
Pablo calificó de inmaduros a los cristianos que se entretienen en estas nimiedades y se olvidan de los aspectos fundamentales de la fe. Nosotros nos encargamos de ponernos trampas a nosotros mismos y desatar falsos dilemas que no apuntan a nada de provecho.
La inequidad social, la comida sobrante que enviamos a la cesta de desperdicios, mientras apenas a algunos metros de nosotros alguien desea solo un bocado; los enfermos en hospitales que desean algún acompañamiento, las familias que se separan, la violencia, las penurias de los inmigrantes, la delincuencia, la niñez abandonada son temas más trascendentes que la forma en que ponemos nuestras manos al momento de expresarle a Dios nuestra adoración.
Cuando caemos en estos falsos dilemas estamos poniendo al Dios de cielo Todopoderoso a competir con sus criaturas como resultado de nuestra inmadurez. Tenemos que reconocer solo a Dios como el único que ha hecho manos, cabezas, rodillas y demás. Como dice el Salmo 100: “Él nos ha hecho a nosotros y no nosotros a nosotros mismos”.
Vamos a dejar esas discusiones bizantinas y estériles y vamos a considerar temas relevantes, siempre poniendo al Señor en el centro de todo, que contribuyan a mejorar la vida, a cambiar al mundo y anunciar el Reino de Dios que es lo importante y definitivo.
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