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Casiodoro de Reina, intérprete bíblico (II)

Reina encomiaba particularmente a que su traducción de las Escrituras al castellano no tuviese obstáculos para llegar a manos de los españoles y de los indios.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 18 DE AGOSTO DE 2019 11:25 h
Biblia del Oso. (CC0)

Con la primera visión del profeta Ezequiel, Casiodoro de Reina se esforzó en convencer a la nobleza europea de no poner freno a su traducción de la Biblia.



El prefacio de las Escrituras traducidas al español por Reina lo escribió en latín, con el objetivo de que fuese comprendido por la realeza y personas conocedoras de esa lengua.



El prefacio de largo título, “A los Serenísimos, Ilustrísimos, Generosos. Nobles, Prudentes, Reyes, Electores, Príncipes, Condes, Barones, Caballeros y Magistrados de las ciudades, tanto de Europa como, sobre todo, del Sacro Imperio Romano-Germánico”, lo inició Reina aclarando que su base era la primera versión del profeta Ezequiel, a partir de la cual “diserta sobre el deber de los piadosos príncipes que confiesan con verdad y de corazón el Evangelio de Cristo; y al mismo tiempo les encomienda, con toda la reverencia y sumisión de ánimo que le son posibles, el patrocinio y tutela de esta traducción”.1



Después de innumerables obstáculos que debió salvar, Reina vio terminada en septiembre de 1569 la impresión de la llamada Biblia del Oso.



En ella incluyó el prefació que ahora me ocupa, con el fin de aseverar una y otra vez que si el propósito de Dios era revelarse, darse a conocer extensamente a lo largo de la Palabra, entonces los gobernantes deberían ser los primeros interesados en promover el conocimiento de la Revelación.



Reina argumenta inicialmente en el prefacio el uso constante de imágenes en la revelación bíblica y explica cuál sería el objetivo de las mismas: “la majestad de Dios, si no se pinta de alguna manera con las imágenes de las cosas que son observadas por nuestros ojos, nos es totalmente inefable e incomprensible”.



Entonces, ante la riqueza de imágenes como vehículo, para ilustrar características de Dios y/o sus propósitos, cabe, para decirlo en lenguaje contemporáneo, un detenido ejercicio iconológico. Tal ejercicio consistes en deconstruir la imagen para descifrarla en sus partes y conjunto, así como interpretarla.



Las inusitadas visiones descritas en el primer capítulo de Ezequiel son para Casiodoro de Reina oportunidad para dejar plasmada la impresión que le provocaron junto con el reto de interpretarlas, ya que la tarea quedaría incompleta si solamente se quedase deslumbrado pero sin sacar lecciones de lo contemplado:



“Puesto que nunca vimos estos seres en toda la naturaleza universal, ni siquiera semejantes de algún modo a éstos, los traductores perspicaces tienen que esforzarse en determinar primeramente esa imágenes no menos que, una vez las mismas acabadas de determinar como es debido, en la propia investigación posterior de las cosas escondidas”.



El autor del prefacio asevera “que esta máquina del cielo pensada para solio de Dios no se sustenta en ningunos otros apoyos salvo solo en la palabra de Dios”.



En cuanto al carro, “que es todo él de fuego”, observa Reina, “se mantiene por una disposición arcana e inescrutable para la razón humana; que por la misma razón esas ruedas giran espontáneamente a la par sin ninguna clase de ligamentos ni de adminículos de correas de esta materia, sino que con un albedrío espontáneo de libertad obedecen a los querubines conductores y siguen la trayectoria yendo por delante”.



Reina era consciente que existían interpretaciones del pasaje, es así que cita globalmente la “opinión de los antiguos”.



Ellos “interpretaron los animales como los cuatro evangelistas; de ahí que, separadas después y desunidas entre sí unas de otras las cuatro formas, las cuales hubieran debido permanecer siempre como una sola en todas y cada una, se dio materia de banalidades a los pintores, que, con la atribución a cada uno de los evangelistas de una sola forma, nos la presentan humana para Mateo, leonina para Marcos, taurina para Lucas, aquilina para Juan”.



En contraste con la interpretación de los antiguos, Reina contrasta la de “algunos modernos”, la cual considera “más alejada y no más congruente con el pasaje”.



Esta explicación más cercana en el tiempo a Casiodoro “muestra cómo la providencian de Dios gobierna las cosas creadas con un orden tal, que los seres ínfimos son gobernados por los superiores, y los superiores por los supremos”.



De ser así, concluye Casiodoro, “con ese sistema resulta que los negocios de los hombres, sus desgracias, acontecimientos e incluso todas las cosas naturales y, en resumidas cuentas, todo lo que acaece bajo el sol es gobernado y administrado por la virtud y el ministerio perspicaz de los espíritus”.



Interpretaciones como la citada, afirma tajante Reina, “son en su mayor parte filosóficas y no suficientemente contrastadas para la explicación de la presente profecía a no ser que sean objeto de deducción a través de canalizaciones quizá algo prolijas, como suele ocurrir”.



Después de glosar las interpretaciones antiguas y modernas, Casiodoro de Reina expone su “humilde parecer”. Antes de referirlo es oportuno señalar que lo desarrollado por el autor “está basado en un artículo escrito por Juan Sturm, rector de la Universidad de Estrasburgo, sobre la visión de dicho profeta, el cual Reina adaptó y estampo sus iniciales”.2



No es una mera repetición de lo redactado por Sturm, ya que la apropiación de Reina es aderezada con observaciones propias y explicaciones teológico/políticas que enmarcan el deber ser de los gobernantes.



El personaje “semejanza de hombre” (versículo 26) y que aparece sentado sobre el trono es, interpreta, Reina “Cristo alzado”. Por otra parte “aquellos animales son los querubines que son guardianes del Propiciatorio y del Arca de la Alianza”.



Aquí Casiodoro cree haber hallado la clave, y mediante la cual “los lectores” pueden “entender abiertamente y fuera de toda duda que a través de aquellos admirables querubines, los que primeramente había considerado animales como contemplándolos menos atentamente, son señalados como TODOS LOS REYES Y MAGISTRADOS PIADOSOS, a los que sacados primeramente para conocimiento de su culto, los coloca Dios en aquel elevado grado de honor, en el que en cierto modo ya no son hombres, sino querubines […] vivientes, dotados de espíritu celestial […] puestos por el mismo Dios para que por la recta senda manifiesten su gloria a todos los cuatro puntos cardinales del orbe y se la muestren al orbe universal para que sea temida y adorada”.



Los querubines/reyes piadosos y magistrados tienen características humanas como las de quienes gobiernan. En este sentido, acota Reina, son iguales a los “demás hombres, como hechos de la misma manera completamente idéntica, no más sublime”.



Al mismo tiempo, en razón de su vocación celestial confluye en ellos “la agudeza de la mente humana, ayudada por el conocimiento divino y por la sabiduría más allá de las fuerzas humanas, no sólo la fuerza leonina y la aquilina y la taurina, sino también la majestad regia; cualidades que ciertamente no pudieron manifestarse con símbolos más amplios tomados de las cosas terrenas”.



En el prefacio Reina explicó más significados de la visión de Ezequiel cuyas claves interpretativas considera haber descubierto. Poco a poco hace que su lectura desemboque hacia la función de las autoridades:




“Su deber, para que quede dicho con dos palabras, consiste en ser guardianes del Sacrosanto Ministerio Evangélico; asimismo propagar continuamente con todas sus fuerzas la gloria de Dios revelada en éste y pregonarla por encima de sus cabezas a los cuatro puntos cardinales del mundo por todas partes por donde Dios los llamare y esto con paso de buey, o sea rotundo, esto es firmísimo, recto, inflexible y completamente elefántico y que, una vez iniciado, no conoce camino de vuelta atrás; asimismo con mano humana, esto es, con ministerio benigno y con benignidad para los temperamentos más duros en la medida de lo posible, preparado para ganarse la piedad, puesto que Dios quiso también que ese ministerio tan sublime, instituido por él mismo para los hombres, fuese desempeñado por los propios hombres, no por criaturas de ninguna otra naturaleza más sublime”.




Si bien es cierto que Reina estaba convencido de haber hallado pistas interpretativas para explicar a sus contemporáneos la primera visión del profeta Ezequiel, era consciente de su posible limitación, ya que, confesaba, “no me arrogo tanto peso como para pretender que esta explicación tenga autoridad en la Iglesia de Cristo”.



Sin embargo, reiteraba que los querubines eran todos los reyes piadosos que habían “restituido a su luz la religión y la doctrina de la verdad oprimida y sumergida por las tinieblas de las supersticiones, y en defensa de aquel vuestro deber querubínico defendéis y favorecéis a los que restablecen esa misma doctrina en las escuelas y asambleas del pueblo, lo cual es lo que se ha demostrado con el testimonio del propio profeta”.



Por todo lo anterior Casiodoro de Reina hacía un decidido llamado a sus destinatarios para que protegieran la circulación de la Biblia en “cualquier idioma”.



Encomiaba particularmente a que su traducción de las Escrituras al castellano no tuviese obstáculos para llegar a manos de los españoles y de los indios. “diseminados aquéllos en un extremo del orbe, éstos en el otro”.



Reina y su traducción bíblica debieron enfrentar persecución y censura. El rey Felipe II ordenó a sus agentes que lo capturaran para llevarlo y ser juzgado por herejía en España, y ofreció pagar recompensa a quien lo apresara o terminara con su vida.3



Tras comprobar que Casiodoro había publicado su traducción en septiembre de 1569 y la posibilidad que llegasen ejemplares a España, el Consejo de la Inquisición ordenó (19 de septiembre de 1571) decomisarlos y prohibió su lectura.4



En 1583 la Biblia del Oso quedó enlistada en el Índice de Libros Prohibidos.5



 




1 Casiodoro de Reina, “A los Serenísimos, Ilustrísimos, Generosos. Nobles, Prudentes, Reyes, Electores, Príncipes, Condes, Barones, Caballeros y Magistrados de las ciudades, tanto de Europa como, sobre todo, del Sacro Imperio Romano-Germánico”, en Francisco Ruiz de Pablos (traducción y comentarios), Comentario al Evangelio de Juan, Colección Eduforma Historia, Sevilla, 2009, p. 35.



2 José C. Nieto, El Renacimiento y la otra España. Visión cultural socioespiritual, Librairie Droz, Ginebra, 1997, p. 526.





3 Arthur Gordon Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century, Tamesis Books Limited, Londres, 1975, p. 38.





4 Doris Moreno, Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI, Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2017, p. 183.





5 Els Agten, “Las traducciones de la Biblia al castellano y la Reforma. Una empresa transfronteriza”, en Michel Boeglin, Ignasi Fernández Terricabras y David Kahn, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI, Casa de Velázquez, Madrid, 2018, p. 106.



 

 


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