En este mes millones de cristianos que conviven con el islam tienen oportunidades diarias de compartir su fe.
El ramadán es el mes sagrado de los musulmanes, en el que se celebra la primera revelación del Corán al profeta Mahoma, según indican las creencias tradicionales islámicas. Ramadán en árabe proviene de la raíz ramada que significa ardiente y quemar; en el islam el ramadán es el mes de la “quema” de pecados, los cuáles si no son perdonados durante este mes, no serán perdonados nunca. El ayuno durante la mayor parte del día, el autocontrol, la abstención sexual y de cualquier otra actividad considerada “impura” son requisitos que los creyentes de la fe islámica deben seguir sin fallo, cueste lo que cueste.
Tradicionalmente el ramadán ha sido una de las tradiciones más serias y estrictas a la hora de llevarse a cabo, todos deben realizarlo y no hay muchas excepciones a la regla. En los países árabes donde la legislación del país se rige en función de la sharía o los preceptos del islam, la no observación del ramadán puede ser incluso penada con cárcel.
¿Qué es entonces de los millones de cristianos convertidos del islam que tienen que vivir en los países islámicos? Cuando el ser cristiano de forma pública podría costarte la vida, ¿cómo te enfrentas al mes de ramadán? Las respuestas a estas preguntas no son respuestas fáciles, mucho depende del país en el que se encuentres y de si el individuo es abiertamente cristiano o no.
En los Emiratos Árabes, uno de los países más permisivos, está prohibido comer y beber en público durante el mes del ramadán. Esto nos puede parecer algo excesivo, pero la realidad es que no llega a la gravedad de otros países como Pakistán, en el que la venta o consumo de alimentos y bebidas durante el mes sagrado puede acarrear sanciones económicas y penas de prisión de hasta tres meses. En Brunéi, (país que está en proceso de implementación de la Sharía en su totalidad) todos los restaurantes deben cerrar durante las horas en las que se debe cumplir el ayuno del ramadán, independientemente de que sean establecimientos musulmanes o no. En el otro extremo tenemos Somalia, donde la fuerza del islam sobre la cultura y las tradiciones es extremadamente fuerte, algo que podemos ver de forma más clara durante el ramadán. En este país de África los conversos de origen musulmán pueden ser decapitados si se descubriera su apostasía.
Y es que la presión social es masiva durante este mes. Unos a otros, los musulmanes observan que se cumpla la tradición y para las familias es una vergüenza que alguno de sus miembros decida no llevarla acabo por motivos injustificados. Para los cristianos perseguidos que permanecen ocultos es un tiempo terrible, un tiempo en el que el no cumplir al pie de la letra sus tradiciones antiguas podría costarles la vida. Deben realizar las oraciones y cumplir el ayuno estrictamente, especialmente entre sus seres queridos, que podrían ser los primeros en denunciarles ante las autoridades islámicas.
Sin embargo, aún en un terreno tan árido y hostil cómo es el ramadán los cristianos de todo el mundo encuentran la oportunidad perfecta para poder compartir su fe con su círculo más cercano de confianza. El islam promete la cercanía con Dios y el perdón de los pecados a través de las obras, méritos o sacrificios que están marcados por la ley. Pero cuando Jesús murió por nosotros en la cruz, el paradigma cambió por completo. A través de Jesús tenemos garantía de esa comunión y cercanía con el Padre, además de un perdón completo de los pecados que hemos cometido, que estamos cometiendo y que cometeremos. Aunque nosotros estemos acostumbrados a oír esto, para los musulmanes es algo impactante. La espiritualidad y la búsqueda de Dios que es inherente al ser humano y que se manifiesta de forma evidente en el ramadán nos habla de la necesidad que tienen los musulmanes de conocer a un Dios vivo y real, conocer a Jesús y entender el sacrificio que realizó en la cruz y sobre todo descubrir que la salvación está disponible para todo aquel que quiera reconocer a Cristo como su salvador. Para muchos de estos cristianos en países donde sufren persecución, la necesidad de compartir esto con su familia y su comunidad es mayor que el miedo a perder la vida. Muchos se arriesgan a ser expulsados de sus familias, a sufrir violencia por grupos extremistas religioso o simplemente a estar aislados de su comunidad simplemente por el hecho de compartir su Fe.
Cuando oímos situaciones en las que un hermano en la fe ha padecido a manos de estos colectivos, nos es difícil no verlos cómo el enemigo. Sin embargo, quizás debiéramos ir mas allá y mirarlos en igualdad: almas perdidas que no han tenido la oportunidad de conocer a su salvador. ¿Podemos hacer algo para intentar alcanzarles? Quizás nosotros desde Europa no tengamos la clave, pero lo que sí es seguro es que millones de cristianos que conviven con el islam en sus países, tienen cientos de oportunidades diarias de compartir su fe con ellos. Oremos por ellos, para que el Señor los use como herramientas y para que, durante el mes del ramadán, en esa búsqueda de Alá, puedan encontrarse con Jesús y descubrir el camino, la verdad y la vida.
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