Hay una historia que contar. Contar cómo la lectura de un Libro hizo que las personas de todas las esferas pudieran sentirse dignas, valoradas, importantes, porque se descorrió el velo y tuvieron acceso al ‘lugar santísimo’ sin necesidad de intermediarios.
Hace unos días, mi hijo me comentó que estaba leyendo sobre una figura jurídica que le recordaba a un pasaje del libro de Rut. Inmediatamente le pedí que me contara un poco sobre ello. Se trata de la IUS USUS INOCUI, una figura jurídica que “se inscribe en la facultad de exclusión que tiene el propietario de la cosa, consciente en la tolerancia de aquel dueño que no ha cerrado o vallado su heredad. Como manifestaciones de esto está el espigueo o la rebusca en los casos en los que, finalizada la recogida de la cosecha, el dueño permite que se utilice su propiedad sin causarle daño alguno”. Actualmente, se trata de una costumbre, es un ‘mal llamado derecho’, ya que es algo optativo. Quizá porque nos venimos desligando de aquello que llamamos compasión. Me pregunto si esta ley romana no habrá estado influenciada por esa normativa que mucho antes había sido dada al pueblo de Israel… Lo encontramos en Deuteronomio 24.19: “Cuando siegues la mies de tu campo, si olvidas en él una gavilla, no vuelvas a buscarla. Déjala para el inmigrante, el huérfano y la viuda. Así el señor tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas”. Una ley que se pone en práctica en el libro de Rut, cuando Booz pide a los criados que la dejen espigar entre las gavillas, y, más aún, que dejen caer algunas para que ella las recoja. Ya todo estaba dicho mucho antes que apareciera el Derecho Romano. Y me pregunto si éste no habrá estado influenciado por esta ley.
Qué recordatorio tan valioso para mí. Evidencias que llegan por cualquier vía que Dios considera mejor. Que me dicen que muchas de las cosas que hoy me parecen originales ya fueron dichas o sucedidas con anterioridad. Y ésta en concreto, ya estaba contenida en ese conjunto de leyes que Dios dio a su pueblo cuando estaba a las puertas de la tierra prometida. Y hoy, en pleno siglo XXI quedan resabios para aquellos que tengan la buena voluntad de seguir utilizándolas.
En 2017 estuvimos recordando ese gran avivamiento que se dio con la Reforma, nuestra Reforma. Pero a medida que han pasado los meses desde esa gran celebración, todos estos hechos se han ido difuminando para mí. Atrás ha quedado ese corazón que ardía recordando a los hermanos que se comprometieron con Dios y con sus prójimos, quienes hasta dieron la vida y todo lo que tenían. Pero como Dios no se cansa de lidiar con nosotros, en estos días me ha confrontado con algunas líneas escritas en dos libros. Por ejemplo, en uno de ellos titulado El libro que dio forma al mundo (Grupo Nelson 2011, distribuido por Andamio), de Vishal Mangalwadi, podemos redescubrir esa valiosa herencia bíblica que tiene la civilización occidental y, por ende, el mundo entero. Podemos reencontrarnos con afirmaciones como éstas: que “Occidente llegó a ser una civilización humana porque fue fundado sobre los preceptos de un Maestro que insistió en que el hombre era valioso”. Y que “Jesús cuestionó la inhumanidad de su cultura intelectual y religiosa cuando declaró que el sabbat fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sabbat”. Cito algunos fragmentos.
“Si Dios es verdad, y si él puede hablarnos con palabras racionalmente comprensibles -dice-, entonces la racionalidad humana es realmente significativa. La manera de conocer la verdad es cultivar nuestras mentes y meditar en la Palabra de Dios. Estas presuposiciones teológicas constituyeron el ADN de lo que llamamos la civilización occidental (…) la afirmación de que, en la encarnación de Cristo, el Verbo eterno había entrado en el tiempo y la historia, hizo del horizonte moderno algo muy diferente a mi cultura. La filosofía en la India, como el platonismo y el gnosticismo griegos, sospecha del tiempo. … Los pensadores en la India fueron más allá de ver el tiempo como algo cíclico para declararlo como ‘maya’ (ilusión), en contraste con los judíos que creían que el tiempo es real”.
Y pregunta: “¿Qué salvó a la racionalidad después que los griegos la abandonaran?”. Responde: “Fue la enseñanza de la Biblia de que la vida eterna era conocer a Dios y a Jesucristo; que Jesús era alguien en quien estaban escondidos los tesoros de sabiduría y de conocimiento. Una sección entera de la Biblia se llama literatura sapiencial y enseña que la sabiduría y la comprensión son mucho más importantes que los rubíes y los diamantes”. Y señala que tanto San Agustín (354-430 A.D.) como Boecio (h. 480-524 A.D.) jugaron un papel importante para preservar la lógica y poner los cimientos intelectuales de la civilización occidental medieval y moderna. Y que Juan Damasceno (h. 676-749 A.D), quien siguió la tradición de Agustín y Boecio, enseñó que ser espiritual era cultivar la vida de la mente. “Nada es más estimable que el conocimiento, porque el conocimiento es la luz del alma racional. Lo opuesto, que es la ignorancia, es oscuridad”, afirmó.
Nos recuerda la importancia del pensar que da lugar al surgimiento de inventos que fueron revolucionarios en su momento para liberar y ahorrar trabajo y así aliviar al hombre, como el molino de viento y de agua, la rueda libre, la carretilla… Las ruedas han ido desplazando al hombre en muchas partes, menos en los lugares donde todavía algunos seres humanos son menos humanos que otros.
Y que “el cristianismo impulsó la creatividad tecnológica porque la Biblia impulsó a un Dios que era creador, no un soñador ni un danzante, como los sabios de la India creían…”. Dios quiere que los humanos participen en la artesanía divina, utilicen todo esto para fines justos…”. “La Biblia dio a luz el moderno mundo de la ciencia y el saber porque nos entregó la visión que el Creador tiene acerca de lo que es la realidad. Esto es lo que hizo a occidente una civilización lectora y pensante”. Entre otras cosas, nos damos cuenta que, de ahí, se impulsó la educación, surgieron las universidades, disminuyó el analfabetismo…
Son apenas unas pinceladas de lo contenido en el libro, que espero que sea el lector quien se adentre y escudriñe sus 458 páginas, donde también se hace referencia a esa revolución que tuvo lugar cuando la Biblia fue traducida a las lenguas vernáculas por parte de los reformadores. La superstición reinaba, muchas veces fomentada por la propia iglesia, pero de pronto las personas empezaron a cuestionar, pensar y a juzgar las tradiciones de la iglesia. Entendieron que para ver cuál era la interpretación más correcta debían leer la Biblia por sí solos. Más tarde se verían las consecuencias de todo este movimiento y despertar dado en el cristianismo. Y que aún continúan vigentes. El autor nos hace recordar la fuente de donde manaron la sabiduría y el conocimiento para que se dieran grandes cambios en la vida espiritual, social, política, económica; en la educación, las relaciones…
La reforma y la democratización de Europa empezó con el redescubrimiento de la Biblia. Lo cual abriría los ojos de quienes la leyeran y creyeran las verdades contenidas en ella. “Al ir adentrándose en el Libro de los libros percibirían que Dios es un Dios libre, y que en él no hay lugar para la esclavitud ni la opresión”. Dice: “El proceso de perder y recuperar la libertad narrado desde Génesis hasta Crónicas, dio a luz a las ideas políticas que fueron revividas durante la Reforma europea del siglo XVI. Ellas son las columnas más importantes de la democracia moderna”.
Nos muestra cómo el hombre, desde una cosmovisión bíblica, desarrolló su mente y no despreció el trabajo manual porque Dios mismo había trabajado seis días y había ordenado que los hombres hicieran lo mismo. Y que no hay dicotomía entre la mano y la cabeza. Y que el mal no está en la tecnología sino en el corazón del hombre. “La Biblia desempeñó el papel más importante para promover la tecnología que liberó a los esclavos”.
Ejemplos de ayer, pero con consecuencias en el hoy, que demuestran cómo las enseñanzas de la Biblia fueron importantes para construir infraestructuras estables, ya sea en la educación o el ámbito familiar. En la mejora de las oportunidades educativas y de status para las mujeres. En la buena administración de los bienes, el no malgastar los talentos, no caer en la avaricia.
Es muy interesante ver cómo el autor otorga un valor incalculable a la Biblia, “el libro que dio forma al mundo”, según dice, teniendo en cuenta que procede de una cultura muy ajena a la cultura occidental, pero que descubrió que debía leerla porque había sido escrita para bendecirlo a él y a su nación. Y a todas las naciones, como le había prometido a Abraham. Que la universidad donde había estudiado, el municipio, la democracia, el sistema legal, la biblioteca pública, el jardín botánico, el sistema médico del que dependía, el periódico secular para el que escribía, etc., habían llegado debido a que algunas personas se habían tomado la Biblia en serio. Es importante señalar que es conocedor de la vida y pensamiento tanto de la cultura oriental como de la cultura occidental, lo cual le permite hablar con autoridad sobre los temas desarrollados en el libro.
Dios nos habla a través de su Palabra, y cuando es así, todo se torna más claro. Como ese simple ejemplo mencionado al inicio, tenemos otros que nos muestran cómo ese regreso a la Palabra trajo cambios que beneficiaron a los hombres. Soy consciente de esto, pero me pregunto si estoy dispuesta a informar, contar, relatar, sobre todo ello a los que me rodean, pues hay muchos que no lo saben. Hay una historia que contar. Contar cómo la lectura de un Libro hizo que las personas de todas las esferas pudieran sentirse dignas, valoradas, importantes, porque se descorrió el velo y tuvieron acceso al ‘lugar santísimo’ sin necesidad de intermediarios. Supieron cómo dejar su vida antigua e iniciar una nueva; y que hay esperanza. Y querían alabar y agradecer a Dios. Poner en acción sus músculos, sus mentes para el bien suyo y de los otros.
Habían salido de la tranquila desesperación en la que se encontraban mientras iban caminando, pues habían escuchado una Voz autorizada.
Repienso sobre los motivos por los que no se quería que los hombres tuvieran acceso directo a las Escrituras, es más, fuesen perseguidos e incluso asesinados por leerlas o difundirlas. Que les impedía saber que Dios los amaba y tenía un gran plan para ellos, que los transformaría y permitiría que pudiesen hacer grandes cosas. Y lo verían todo con ojos nuevos. Pensarían, soñarían y creerían que lo soñado se haría realidad. ¡Pensar! Algo que asusta, aún en este siglo XXI.
Mientras reflexionaba sobre esto, volví al libro Prefacio a la Teología Cristiana del teólogo del Camino Juan Mackay, pues recordé que él también hace alusión a este tema en el Capítulo “Búsqueda y Encuentro”. Hoy, Mangalwadi nos habla sobre la relevancia de la Biblia en occidente a lo largo del tiempo; y allá por 1940, un misionero, escritor, teólogo… escocés describe una situación similar. Comenta Mackay lo siguiente:
“El buscador se adentra en la cultura, especialmente en la cultura occidental, la cual constituye su herencia. Examina su arte, literatura, filosofía, filantropía, instituciones, formas de gobierno, vida religiosa… y encuentra que lo mejor de esta cultura de occidente es producto de la religión cristiana, ya sea de forma directa o indirectamente. Le impresiona el hecho de que los maestros de humanidades, en los grandes centros de ilustración secular, están reconociendo que es indispensable cierto conocimiento del cristianismo para poder apreciar los estudios que forman el caudal humanista. Advierte también con interés, el movimiento espontáneo que ha aparecido en el extranjero, y que trata de rehabilitar el estudio del cristianismo en las principales universidades”. Dice que, “mediante el estudio y la reflexión de las humanidades, el buscador realiza el descubrimiento de que el cristianismo simplificó, en la cultura occidental, la filosofía”. Y cita al gran medievalista Etienne Gilson, quien destaca que el conocimiento y las intuiciones cristianas permitieron que los filósofos, que tenían acceso a las fuentes cristianas, pudieran llegar por atajos más cortos a lo que llamaban las “verdades de la razón”, que llevaron a que los hombres fuesen tratados como fines, nunca como medios. Entre otras muchas cosas señala que el buscador descubre que la ciencia y la democracia, productos característicos de la civilización occidental son resultados del cristianismo. Agrega que fue el hincapié hecho por el cristianismo en la verdad y su insistencia en que la verdad es una porque Dios es uno, lo que puso en libertad el espíritu científico y colocó delante de la ciencia el ideal de un cuerpo unificado de verdad. Como hija del cristianismo, la ciencia participará del destino de éste. (…). Dice que la democracia es hija del cristianismo sobre todo en la forma que se ha desarrollado en los países anglosajones. Y que los cimientos de esta democracia descansan en tres pilares fundamentales, cada uno con sus consecuencias. Uno es la majestad de la verdad como don de Dios; y en vista de ello muchos dieron su vida por ella, lo que hizo que con el paso del tiempo el Estado decretara la libertad religiosa y la libertad de pensamiento para todos los ciudadanos. El segundo es el valor y la dignidad de todos los hombres como criaturas de Dios; por lo tanto, al ser el hombre tan valioso para Dios, merece ser tratado con consideración y tener las oportunidades para cumplir los propósitos que hay para él como hijo de Dios. Y el tercero es la realidad de la responsabilidad personal del hombre de servir a Dios; la insistencia de la iglesia para que sus miembros participen en su obra, preparó a los hombres para la ciudadanía y el servicio a la sociedad. Y recalca que, aunque el cristianismo existió antes que la democracia y puede seguir viviendo cualquiera que sea la suerte que ella corra, no obstante, para que algunos aspectos de la religión puedan expresarse en toda su plenitud, son necesarias las libertades concedidas por un régimen democrático. Por su parte, la democracia no existe sin el cristianismo. Señala también que “el buscador se percata plenamente, el que hoy en día, por todo el mundo, cuando es repudiado el cristianismo, la democracia es repudiada con él”. (Prefacio a la teología cristiana)
Por último dice que, después de admirarse por la influencia de la religión cristiana en los asuntos humanos, y en la medida en que el futuro de la civilización está vinculado a ella, el buscador va al Libro, y se da cuenta que aún es libro más vendido en el mundo, y que en los países cristianos una multitud de personas están redescubriendo la Biblia, leyéndola con tanto deleite como si fuese un tesoro literario perdido durante mucho tiempo y sacado a la luz nuevamente por los paleontólogos (…).
Son apenas unas pinceladas sobre el pensamiento de estos dos autores, pero me he percatado como buscadora que va peregrinando por el Camino, que hay un eterno recomenzar de las cosas, de la historia. Sea en el siglo XVI, el XVIII, XIX, el XX o este XXI que estamos viviendo en vivo y en directo, las problemáticas, las crisis, siguen siendo las mismas, el hombre también es el mismo. Y es, en esos momentos cuando volvemos a la Palabra como náufragos desesperados que se agarran a una tabla para no sucumbir.
¿Tendrá todo esto algo en común con nuestro tiempo actual? Es tiempo de desesperanza, de pérdida del sentido de la verdad y de la bondad, del relativismo como virtud, como dice Vishal Mangalwadi. Pero también es tiempo de gracia, nos asegura la Palabra.
El buscador de la verdad sigue transitando por el moderno camino a Emmaús, buscando desesperadamente oír una Voz autorizada, como dice Mackay. Y termino con unas líneas suyas retadoras para mí:
“Porque el Camino a Emmaús es el camino de nuestros tiempos. En aquellos caminantes que transitaban fatigosamente hace diecinueve siglos, por aquel escabroso camino, nos vemos a nosotros mismos y a nuestros contemporáneos. Nosotros también, como aquellos discípulos, habíamos soñado con una nueva edad, e igual que ellos, hemos saboreado la amargura de la desilusión. La cristiandad ha sufrido una desintegración. Millones de nuestros compañeros de camino se han separado de Cristo y de la civilización y esperanza cristianas. Y la teología tiene hoy una nueva tarea, la de devolver a la vida su sentido, la de restaurar los cimientos sobre los cuales se constituyen toda vida verdadera y todo verdadero pensamiento”. (Prefacio a la teología cristiana)
Hay esperanza, digo, recordando a Habacuc: “… Es una visión a largo plazo, pero vuela hacia su cumplimiento y no fallará…”.
¿Qué hago mientras tanto?
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Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
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José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
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