Pocas publicaciones han hecho gritar tan alto, sin prácticamente hacer mención de su nombre, la necesidad de Dios para que esta generación encuentre su propósito y el sentido de su vida.
Tradicionalmente la antropología bíblica ocupa una de las tres primeras secciones en el orden de contenido de los tratados de teología bíblica sistemática. Desde su estudio se busca comprender la naturaleza del ser humano; su origen, propósito, caída y la intervención de Dios a través de Jesucristo para rescatarlo de su condición de pecador.
La Biblia define al hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios. La capacidad de crear, de imaginar y reproducir otras apreciaciones de su propia realidad a través del arte, hacen del ser humano una criatura singular. Es precisamente esa condición creativa del hombre una de las características que mejor define su semejanza con Dios.
No es casual que Carlos Granés, el escritor del libro El puño invisible, arte, revolución y un siglo de cambios culturales, sea un brillante investigador, doctor en Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid. Sus estudios y sus ensayos los ha coronado con variados y prestigiosos reconocimientos.
Su libro en esencia trata de mostrarnos la desesperada, escandalosa, irreverente y desconcertante búsqueda del sentido y esencia de la vida que, a través de los diversos movimientos artísticos de vanguardia, se ha desarrollado en Occidente en los últimos 100 años.
Con una escritura de un colorido intelectual y estilístico riquísimo es una obra tan abarcadora como pretenciosa. Su lectura se impone extensa, por fortuna es de galope rítmico y brioso. Su exuberancia conceptual y cultural, junto a su abundante y bien manejada documentación no le resta esa fuerza expositiva que hace a esta obra tan fresca, interesante y reflexiva. Sorprendente y amena no se queda empantanada y trunca en el suministro de nombres, citas y datos crudos. Se trata de uno de esos libros que uno quisiera exprimirlo y echar todo su contenido en un rincón privilegiado de la cabeza bien disponible y seguro.
Con tanta felicidad y excitación afirma Mario Vargas Llosa haber andado por sus páginas que no recuerda a nadie que haya trazado un fresco tan completo, animado y lúcido sobre todas las vanguardias artísticas del siglo XX como lo ha hecho Granés. La ambición que alienta su ensayo, sostiene Vargas, es tan desmedida que “equivale a la de querer encerrar un océano en una pecera, o a todas las fieras del África en un corral”.
Pero lo que más me llama la atención de su comentario es que califica este libro como “profundamente trágico”. Porque a pesar del esfuerzo de Granes por mostrar lo mejor que hay en aquellas vanguardias, no pudo evitar que su ensayo sea la constatación de un enorme desperdicio, de un absoluto fracaso. Y señala que todo aquello acabó por convertirse en un ruidoso simulacro que al final degeneró en un gran negocio.
El puño invisible está confeccionado con el mismo bagaje cultural y espiritual de sus protagonistas. No se trata de un explícito desafío a Dios ni a su existencia. Esta obra, si acaso se refiere a Dios o al cristianismo, lo hace de forma sucinta, incidental y lejana. Lo ignora. Dios como tal no aparece por ningún lado en la obra de Granés, ni siquiera para desdecir de Él. Todo lo que sobresale es la soberbia humana en la imagen de la extensa gama de artistas que desfilan a lo largo de estas páginas escritas con una asombrosa brillantez y soltura.
El futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, el letrismo, el expresionismo y el situacionismo, entre otros movimientos y manifestaciones, desfilan por esta obra junto a sus personajes más conspicuos, sin dejar de referirse con amplitud a la generación beat con su revolución psicológica, su desenfado sexual y sus experimentos con sustancias extrañas y narcóticas. Se abunda sobre el movimiento hippy, el mayo del 68, los happenings, e incluso, el movimiento 15-M. Además, el antropólogo colombiano ofrece detalles e interioridades de una diversidad de pintores, poetas, músicos y escritores revolucionarios y rebeldes que alborotaron con furia toda la sociedad de su época.
En la obra de Granés todo este tortuoso trajín está limitado a lo que ha sido el arte de vanguardia sin ninguna referencia al arte cristiano ni a la fe que sostiene al mismo. Se omite de forma absoluta y total que el auge de las vanguardias artísticas coincidió con grandes cambios que se dieron con la irrupción de un arte de notable vitalidad y de fuerte inspiración espiritual y humana. Claro, para su autor, esto último no tiene nada que ver con el propósito esencial de su obra.
Sin embargo, desde este libro se pueden hacer variados enfoques y uno de ellos es desde la teología. Sugiero un abordaje más intelectual y teológico, más profundo, porque la obra de Granes es la expresión y el grito más desesperado que se ha escuchado desde los horizontes del arte y la cultura a lo largo del siglo que nos antecede.
Pocas publicaciones han hecho gritar tan alto, sin prácticamente hacer mención de su nombre, la necesidad de Dios para que esta generación encuentre su propósito y el sentido de su vida. Igual que el grito que escuchó Pablo lanzado por el apurado hombre extranjero que clamaba “pasa a Macedonia ayúdanos”, El puño invisible constituye hoy un desafiante llamado misionero. El grito proviene de las reminiscencias de unas generaciones que, recorriendo la ruta en el tren extraviado de la anarquía, la rebelión, el desplante y las poses más irreverentes y provocativas, han arribado a la estación del desengaño, la desilusión y el vacío.
Después de esta búsqueda afanosa y frustrante las vanguardias artísticas, con todas sus parafernalias y sus ruidos, terminan rindiéndose al capital y al consumo, asimiladas en su totalidad por el hedonismo posmoderno y la sociedad del espectáculo. La rebeldía, la inconformidad y el desplante son insostenibles, se banalizan, y lo que por décadas fue resistencia y negación de individuos soberbios e irreverentes, pasa a ser fuga de sí mismos, evasión y escape por el atajo del olvido.
Como resultado de los golpes de este puño invisible se derrumbaron los convencionalismos estéticos, las normas y los criterios valorativos se fueron a pique. Fue un intento fallido en el que de manera absurda se quiso sustituir el todo por la nada. Por eso hoy escuchamos los gritos de un hombre desesperado y solo, fatalmente individualizado, abatido por la frustración y el aburrimiento, terriblemente fragmentado, sin referencias orientadoras, sin un punto de apoyo que le dé significado a su existencia
Su escape provisional ha sido el entretenimiento, la más grande industria de nuestro tiempo. El espectáculo deslumbrante y efímero que se muestra en el escenario de una economía liberal de irracionalidad y derroche, ha sido su mejor puerta para escapar del tedio. Pero el entretenimiento es existencialmente insostenible, y también termina aburriéndolo. Solo queda el vacío, la soledad y la desesperación en medio de un entretenido respiro que puede explicar un momento del tiempo, pero que tiene que guardar silencio cuando la vida coloca al ser humano ante la cita ineludible con la trascendencia y la eternidad.
Sin sentido de nada el hombre de este tiempo necesita a Dios, al Dios verdadero que dan a conocer las Escrituras, quien únicamente por su gracia está en disposición de alcanzarlo para darle la vida plena que está buscando y necesita. Para esto se hace necesario hilvanar un criterio teológico capaz de devolver los golpes de este puño que han dejado tanto dolor, desengaño y frustración sobre estas generaciones que en los últimos cien años se propusieron cambiar la vida y darle sentido utilizando el arte como su arma de combate.
Con este grito tan desgarrador y desesperado, aunque no fue su intención, Granes ha logrado generar un eco tan plañidero y angustioso que deberá llegar a los Pablos de esta época. No escuchar desde el sentimiento misionero este grito de pesimismo y desilusión que emana desde el corazón del arte y la cultura podría resultar una muestra lamentable y penosa de que nuestra teología está fuera del debate cultural contemporáneo.
Lamentablemente, una parte importante de la iglesia del Señor está metida en este juego de la disipación y el entrenamiento, por lo que necesitamos un despertar, un avivamiento que proclame y que involucre de la forma más consciente y sagaz el arte y la cultura. Nos hace falta un arte evangélico crítico, de notas más incisivas y proféticas, más bíblicas, contestatarias y comprometidas, que se resista al alboroto del espectáculo comercial y especulativo, pero también menos escurridizo y escapista.
Ante este fracaso de la cultura actual, nosotros como creyentes en Jesucristo estamos llamados a darle al mundo una respuesta sobre el sentido de la vida desde la perspectiva de Dios. Una respuesta impulsada por una pasión evangelística profundamente compasiva. Necesitamos un nuevo enfoque donde Dios y su Palabra sean el centro para reorientar la vida, y así alcanzar con el evangelio de Jesucristo al hombre posmoderno en medio de todos los inventos inútiles que denuncian su fracaso.
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