Hacia una escatología renovadora.
En el mundo teológico, ha existido bastante debate en cuanto a los efectos del fuego escatológico sobre la tierra. La cuestión se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿aniquilación o transformación?
Es decir, ¿el fuego mencionado por el apóstol Pedro aniquilará por completo el planeta como creían los luteranos o transformará la tierra como en el caso de los reformados?
El debate se centra principalmente en 2 Pedro 3:12-13 donde habla el apóstol sobre la venida de Dios diciendo, “en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos y los elementos, siendo quemados, se fundirán. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.
¿Qué vendrá? ¿Aniquilación o transformación?
Yo aquí me ubico en la escuela reformada. Creo que todo el consejo de Dios nos habla sobre una poderosa transformación mediante la cual el fuego purificador de Dios libra la creación de la maldición del pecado.
Será el mismo mundo que antes; pero liberado y transformado.
En cierto sentido, el ejemplo del diluvio de Noé nos viene muy bien para explicar esta idea. En un sentido, es cierto que aquel mundo “pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6); pero aun así, seguía siendo el mismo planeta después del juicio purificador.
Las aguas no acabaron con el mundo en los días de Noé.
Otro ejemplo será la regeneración de un cristiano. Es cierto que, espiritualmente hablando, llegamos a ser nuevas criaturas cuando Dios nos salva por su soberana gracia.
No obstante, no nos convertimos en otras personas. Seguimos siendo nosotros con la misma altura, la misma edad, la misma nacionalidad, el mismo acento y el mismo nombre y apellido. No somos aniquilados.
Y la misma regla se aplica a nuestra glorificación futura. Recibiremos un cuerpo glorificado pero seguiremos siendo nosotros. Jesucristo no se convirtió en otra persona el día que recibió su cuerpo glorificado.
Existía una marcada continuidad entre su cuerpo humilde y su cuerpo glorificado.
A nivel puramente lingüístico, Pedro emplea la palabra griega kainos y no el vocablo neos cuando alude a los nuevos cielos y la nueva tierra. Juan, de hecho, en Apocalipsis 21:5 utiliza el mismo término donde el Señor dice, “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”.
Por medio del fuego, nace un mundo renovado pero no otro mundo totalmente diferente.
En palabras del comentarista William Hendriksen, “De en medio de la conflagración grande ha nacido un universo nuevo. La palabra usada en el original implica que era un mundo nuevo pero no otro mundo.
Es el mismo cielo y la misma tierra, pero rejuvenecidos gloriosamente: no hay maleza, ni espinas, ni cardos, etc.”.1
Otro dato lingüístico clave en el pasaje de Apocalipsis es el verbo hacer. Dios hace nuevas todas las cosas. No utiliza el verbo crear, sino hacer.
Es decir, el hacer significa dar forma a algo que ha sido creado. En este caso, los cielos y la tierra.
Y además de estos dos datos lingüísticos, está el asunto teológico desarrollado por Pablo en Romanos 8. Allí el apóstol a los gentiles enseña claramente que la creación será libertada de la esclavitud a la corrupción. No será aniquilada; sino libertada (8:21).
¿Qué tipo de liberación sería si la creación fuese aniquilada? La creación está con dolores de parto; no con dolores de muerte ni de aniquilación (8:22).
Con todo, creo que es mucho más sabio aferrarnos a la postura reformada en cuanto a la renovación de la tierra.
Así que, en respuesta a la pregunta: ¿aniquilación o transformación?, contestaría con una rotunda: ¡transformación! ¡Renovación! ¡Liberación!
Al igual que la creación renovada en los días del diluvio, así habrá una tierra libertada después de haber pasado por el fuego del juicio del Señor.
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