Ya en la antigüedad eran abundantes los cañaverales en Tierra Santa y resultaba fácil observar las cañas que se agitaban junto al agua.
Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? (Mt. 11:7)
La palabra “caña” corresponde en la Biblia a varios nombres hebreos que se refieren a plantas diferentes: agmon, gome, ’tlph (ver JUNCO) y qaneh (ver CÁLAMO AROMÁTICO).
En general, se trata del tallo de ciertas gramíneas, que suelen abundar junto a los cursos fluviales, en los meandros del río Jordán, en las orillas de los lagos como el mar de Galilea u otros sitios húmedos a lo largo de todo el litoral mediterráneo de Israel.
Ya en la antigüedad eran abundantes los cañaverales en Tierra Santa y resultaba fácil observar las cañas que se agitaban junto al agua (1 R. 14:15) o constituían lugares adecuados donde las fieras podían ocultarse (Job 40:21; Is. 35:7).
La caña, aunque podía ser utilizada como un bastón o báculo en el que apoyarse, era considerada como un sustento frágil y endeble. De ahí que la confianza depositada por algunos hebreos en el poder de Egipto sea comparada a la fragilidad de tales vegetales (Ez. 29:6; Is. 36:6).
En el Antiguo Testamento la caña se empleaba también como un patrón estándar para medir edificios o campos (Ez. 40:3, 5; 42:16-19; Ap. 11:1; 21:15-16). Se cree que sus dimensiones superaban ligeramente los tres metros.
De las cañas y los juncos se hacían instrumentos musicales como las flautas y también plumas para escribir (3 Jn. 13). En el Nuevo Testamento, una simple caña podía simbolizar despectivamente el báculo o cetro de un rey.
Esta fue precisamente la burla cruel que le hicieron los soldados romanos a Jesucristo, al ponerle sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha (Mt. 27:29).
Después le golpearon repetidamente con ella en la cabeza (Mt. 27:30) y, por último, cuando ya colgaba de la cruz, utilizaron también una caña larga para ofrecerle vinagre (Mt. 27:48; Mc. 15:19, 36).
La caña típica de las regiones mediterráneas, muy abundante en Israel, es la especie Arundo donax o caña común que constituye la mayor de las gramíneas de dichas regiones.
Se parece bastante al bambú, aunque se diferencia de él porque de cada nudo sólo sale una única hoja verde que envaina el tallo. Puede alcanzar hasta seis metros de altura. En su extremo final aparecen las flores que constituyen un ramillete de espiguillas violáceas o amarillentas.
A pesar de su abundancia, no es una especie autóctona de estas regiones sino una de las cien especies invasoras más dañinas del mundo. Se cree que es originaria de Asia aunque se ha propagado desde muy antiguo a otros continentes.
Se ha demostrado que influye negativamente en otras especies biológicas, sobre todo en la fauna del suelo que experimenta una reducción del tamaño corporal como consecuencia de la pobreza energética característica de las cañas.[1]
Gracias a sus robustos rizomas subterráneos forma colonias de varios kilómetros a lo largo de los ríos o donde se acumula el agua del subsuelo y la humedad, empobreciendo la diversidad de estos ecosistemas.
El versículo bíblico del encabezamiento de esta entrada pertenece al relato de la visita a Jesús de los mensajeros de Juan el Bautista (Mt. 11:1-15).
La pregunta que se le formula al Maestro: ¿eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro? podía generar en las mentes de los oyentes ciertas sospechas acerca de la inseguridad del Bautista.
Sin embargo, conociendo aquellos malos pensamientos propios del ser humano, Jesús se adelanta para defender a Juan ya que le tiene en gran estima.
La pregunta retórica, ¿qué salisteis a ver en el desierto? ¿una caña sacudida por el viento?, pretende indicar que la actitud del Bautista no fue como la de las cañas que fácilmente se dejan doblegar por el viento sino todo lo contrario.
Juan no fue un hombre vacilante, inconstante o inseguro de lo creía. Más bien supo dar un ejemplo de seguridad y autoridad a lo largo de toda su vida. Según el Maestro, Juan renunció a la riqueza material y a los lujos para vivir como un ermitaño, preparándole el camino a Jesús.
De ahí que le compare con el profeta Elías. No cabe la menor duda de que Juan el Bautista constituye un extraordinario ejemplo de compromiso para todo cristiano.
[1] https://www.ub.edu/web/ub/es/menu_eines/noticies/2016/05/052.html
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