Invócale y Él te responderá. El que hizo el oído lo oirá.
Ahora que las aguas han vuelto a correr por el cauce del brazo del Tormes que pasa por nuestra morada en el salmantino barrio de Tejares, las aves vuelven a sobrevolar por sus riberas a todas horas. Las aguas vivas, ahora renovadas, traen nuevamente la vida. Cormoranes, patitos salvajes, golondrinas, vencejos, urracas, palomas, nos deleitan con sus ropajes diferentes y sonidos que dulcemente nos alegran las horas.
Mas he aquí que estos días un pajarito se posó en mi ventana. Estaba ojeroso, con cierto dejo de tristeza; sumido en sus pensamientos, con el plumaje sin brillo; tenía el rostro demudado. A la pregunta acerca de lo que pasaba, contestó que había asuntos que le quitaban el sueño. Su espíritu estaba agitado. Me contó que hasta hace poco tenía pasión por la palabra contenida en el Libro de los libros. En todas las versiones. Se alimentaba de ella en los desayunos, comidas, meriendas y cenas, no importaba dónde le tocara repostar. Las palabras que allí estaban contenidas eran para él más dulces que la miel. Nada se le podía comparar. ¡Nada! El pajarito necesitaba ese alimento diario con una pasión que diría que causaba cierta envidia. Hasta yo cometí esa falta mientras me lo contaba. Porque el pajarito sentía que todo lo que leía le servía para su volar diario. Pero dice el pajarito que últimamente ha escuchado que a su valioso libro le faltan comas. O una palabra. Que si dice lo que no es… Que errores hay. O que no. O que sí, otra vez. Y todo ello lo confunde, casi duda. Porque dice el pajarito que él no es tan fuerte como otros pajaritos, que lo tienen todo claro; él a veces duda ante tantos concilios sobre el tema, pues señala que todos son críticas a su libro, y eso incluso estaría bien si, a pesar de ello, le animaran a seguir leyendo, ya que en general su libro amado es fiable. Que en todo libro hay una errata, si no, no sería libro impreso aquí en la tierra.
Además, dice el pajarito que no ha podido pedir aclaraciones en la última cumbre de los pájaros. Le dicen que sea más humilde y no quiera ponerse al nivel de los más entendidos. Y el pajarito ya no pregunta porque no quiere caer en desgracia, y surjan bulos que digan que si se ha enfriado, y que no es por el frío invierno, y por eso se ha vuelto preguntón para quitar la paz que reina; o que es perezoso y solo quiere trinar desde la alta rama de un sauce llorón. O que tiene raíces de amargura, utilizando esa versión tan clásica en el mundo de los pajaritos. Que lo que quiere es su propia gloria, lucirse; que es orgulloso.
El pajarito dice que no sabe qué hacer; vive deshojando margaritas, tanto que casi están en peligro de extinción: será, no será verdad. Sigo leyendo, no sigo leyendo… Aprendo griego, hebreo y arameo; no aprendo griego ni hebreo ni arameo. Busco encontrarme con los traductores del siglo XVI, o los colportores del XIX, para que me lo expliquen mejor; no los busco…
Pajarito -le dije-, solo Dios te puede dar respuesta propicia a tanto inquirir. Invócale y Él te responderá. El que hizo el oído lo oirá. No obstante, modestamente te aconsejo que continúes leyendo esa palabra que te ha transformado, porque Su palabra es verdad. Todo lo que has comido se nota; te falta, pero se nota. Ya no eres el antiguo pajarito que vestía plumajes harapientos; ahora luces un brillante atavío que alumbra allá por donde vas. Te conduces honradamente con los de fuera y con los de dentro. Trabajas con tu pico y con tus patitas, no eres gravoso. Tienes paz con los otros pájaros, aunque no la tengan contigo. Siempre estás trinando, aunque haya mal tiempo. Sigue regocijándote. Alientas a los otros. Agradas a Dios. La verdad es que no lo has conseguido todavía, pero prosigues al blanco; se nota que peleas la buena batalla de la fe. Evitas profanas y vanas palabras. Piensas en todo lo bueno. Has hecho pacto de guardar sus mandamientos, sus estatutos, sus preceptos… con toda tu alma, tu corazón y lo que haga falta. A veces necesitas algún arreglillo y tienes que pasar nuevamente por las manos del alfarero de los pájaros, pero vuelves a ser útil, y así… En su mano has puesto tus tiempos. He visto que tu corazoncito de piedra ahora es de carne. Ahora para ti da igual una urraca que una paloma; un vencejo que un cormorán… Reconoces que en Cristo no hay diferencias. Y reconoces que has sido salvado por pura gracia y no por obras, pero también eres consciente que estas se tienen que notar. Nadie te tenga en poco, porque eres parte del multiforme rostro de Dios. Eres su viva imagen. Pajarito: eso te da un valor y una dignidad que nadie te podrá quitar.
No olvides que tienes al mejor abogado para defenderte, ¡y gratis! ¿Te parece poco? Pajarito, otra vez te digo: ¡Regocíjate!
Mira, pajarito, añadí: ¿acaso hay otro que en un libro tan importante mencionara a los pajaritos con tanta autoridad? Y busqué en Mateo 6.26 para mostrarle al pajarito el verso que dice: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta…”. Eres hechura suya, su obra primorosa. Por ello te guardará en todos tus vuelos. Entonces -continué diciendo- ¿por qué dices: mi vuelo está escondido de Dios? Te diré, pajarito, que Dios da fuerza a los pajaritos desorientados por tanto ir y venir de palabras y refuerza su entendimiento. No te dejes llevar de allá para acá por fábulas o cosa parecida, porque si es así, solo te centrarás en esas cosas y olvidarás que has sido enviado para acercar el reino de Dios en este año agradable que se va a pasar volando y será irrecuperable.
Vamos, pajarito, ¡levanta el vuelo y continúa leyendo! Sortea las piedras del camino y sigue las pisadas de tu Maestro… El pajarito levantó las alas como un águila. Y voló y no se cansó. Y voló y no se fatigó. Constató que la palabra no vuelve vacía. No; no vuelve vacía.
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