Cumplimos años, nos dan miedo los años, sobre todo cuando no tenemos clara visión de qué hacer con ellos.
No les será difícil a los lectores descubrir que LAS DOCE UVAS no me hacen mucha gracia. De hecho, en toda mi vida no las he comido nunca, y si alguna vez por tontería las he comido no he pasado de tres o cuatro granos: y habrá sido en alguna de mis raras nocheviejas, en las que por alguna razón no las he pasado en la Iglesia, despidiendo el año transcurriendo en gratitud a Dios y empezándolo orando al Altísimo para iniciar el nuevo suplicando Su ayuda para los nuevos días.
No les será tampoco difícil a los lectores, descubrir que me sonrío cuando investigando por las explicaciones que se dan, para dar historia a tal tradición: la que dice que comenzó en 1882, como una ironía de la clase obrera, contra la clase burguesa que esa noche bebía champán y comía uvas, y la clase obrera salía de su casa a la Puerta del Sol de Madrid, para comer sólo uvas, al ritmo de las campanadas.
No les será tampoco difícil a los lectores descubrir que prefiero la tradición que se remonta al 1909, cuando en los aledaños de Vinalopó (Alicante) teniendo aquel año tan impresionante cosecha de uva, los productores inventaron la trama de “las uvas de la suerte” comidas en la Nochevieja para sacárselas de encima; y desde entonces se pulieron otras idas como: el que “comiendo un grano a cada campanada, se piense en un deseo y esto (los doce) sucederá, que los doce se cumplirán en el año venidero”…
Desde el Corazón me digo ¡vaya supersticiones que tienen hoy tantísimos seres humanos!, vaya sandez. Las pipas se meten entre los dientes y molestan, lo sé; y los hollejos se hacen unas bolas y no hay quien las digiera; y también sé, que los productores, se han esforzado en cultivar uvas sin pepitas, de pieles finísimas y muy especiales para esa Nochevieja que quienes se coman las uvas, pueden esperar el año que empieza, les tratará bien, otra sandez.
No obstante, esa noche, lo que deberíamos pensar es que va a empezar un nuevo año. Son palabras mayores. Los hombres no tenemos una vida muy larga. Nada de lo que vive tiene una vida demasiado larga, y además siempre acaba mal, porque acaba en la muerte. Y, sin embargo, los hombres tenemos la necesidad de parcelar la vida, de trocearla, de marcarla con hitos, recordatorios, tradiciones, metas. Como si fuera tan inmensa que no pudiéramos mirarla ni comprenderla entera. Y es que nosotros somos más cortos que la vida. Hablamos con indiferencia de horas, de días, de semanas, de meses; pero cuando hablamos de años nos ponemos más serios. Cumplimos años, nos dan miedo los años, sobre todo cuando no tenemos clara visión de qué hacer con ellos. Empezaremos un año nuevo, con amigos que ya nunca tendremos aquí, y con bastantes de los que quedan. Con algunos habremos comido las uvas, nos quitaremos las pepitas de los dientes, nos abrazaremos, rozaremos las mejillas unos con otros. Vaciedades, sí, así queda todo. Simplezas si no nos aplicamos a la reflexión como camino hacía la vida abundante, pues la falta de reflexión es camino para el detrimento del desarrollo personal y del aprendizaje por y para la vida, pues no en vano el gran legislador Moisés clamaba: “enséñanos a contar de tal modo nuestros días que traigamos al corazón sabiduría”.
Desde el Corazón soy plenamente consciente, que más que las uvas a cada campanada, sería mucho mejor pensar en los pasos a seguir para encontrar inspiradores propósitos de la vida: meditar en los sueños, redefinir nuestros valores, trazarse nuevas metas sin dejar de fortalecer las ya asumidas, averiguar cuáles son nuestros fuertes talentos, apuntarse a la cima, ser disciplinados. Creer en nosotros mismos con la luz del Espíritu, involucrar a otros en estos caminos y nunca darse por vencidos.
Estas sencillas recomendaciones muchas veces llevan al éxito, y por lo general a descubrir que podemos alcanzar las metas si ponemos todo nuestro empeño, como el gran Senador de Tarso sugería: “hermanos yo mismo no pretendo o que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
No se trata de meter a la fuerza más actividades en una Agenda ya sobrecargada, en general, se trata -considerando el deseo del prestigioso legislador- de tener sabiduría; de cómo hacer menos en la vida, concentrándose en lo más importante. Se trata de llegar a ser aquello para lo que el Creador nos creó. Sí, tal como suena. Por eso necesitamos mucho más que abandonar las falacias, las mentiras que nos creemos, los engaños de nuestras supersticiones, las vanas especulaciones, los libros de autoayuda que no son eficaces en todo. Afortunadamente, a todo esto existe la alternativa a tales propuestas, y es que para descubrir los mejores propósitos para la vida, tenemos la Revelación del Creador. La manera más fácil de entender el propósito de un invento es preguntar al inventor, y lo mismo ocurre cuando queremos saber la razón de nuestras vidas y el modo ideal de vivirlas, preguntar al Creador.
Desde el Corazón sé que el Creador no nos dejó en medio de la oscuridad para andar a ciegas, Él nos dio un perfecto manual de instrucciones que nos explica porqué estamos vivos, en qué consiste la vida, qué evitar y qué esperar en el futuro; lo triste es que millones celebran más todo lo relacionado con las doce uvas y el laberinto de tantas fiestas, que la infalible Palabra de Dios que orienta, dirige, fortalece y protege para la vida abundante.
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