Abrirle la puerta a Jesús conlleva hacerlo con un fuerte sentido de misión.
En memoria de Paul Byer, mi querido suegro, quien me enseñó a celebrar la Navidad.
Recordar es un hermoso verbo, cuando lo que se recuerda enternece nuestro corazón. Recordar significa etimológicamente volver a traer al corazón, es decir evocar algo/alguien profundamente.
En la actual temporada de Adviento y Navidad, además de lecturas bíblicas, he regresado a reflexiones escritas por Dietrich Bonhoeffer.
Hace cinco años, en este espacio, compartí meditaciones del teólogo alemán acerca del anuncio y significado de la natividad de Jesús. He corregido y aumentado el escrito, aquí lo dejo y con regocijo confieso: ¡sursum corda!
Con esperanza y alegría Bonhoeffer celebraba Adviento y Navidad. Lo hizo desde infante, en su adolescencia y juventud pero, sobre todo, en los dos años que fue encarcelado por el régimen nazi.
Por estos días estoy leyendo Dietrich Bonhoeffer´s Christmas Sermons, cuyo editor y traductor es Edwin Robertson (obra publicada por Zondervan en el 2005). Es una edición ampliada de la anterior, que fue titulada I Stand at the Door.
El libro incluye sermones y cartas de Bonhoeffer desde el tiempo en que él fue designado pastor asistente para la congregación de habla germana en Barcelona (1928), hasta la última temporada navideña que pudo festejar (1944) cuatro meses antes de ser ejecutado por los nazis.
Otro pequeño libro sobre la misma temática es el compilado por Jana Riess: Dietrich Bonhoeffer, God is in the Manger: Reflections on Advent and Christmas (Westminster John Knox Press, 2010).
En carta enviada el 21 de noviembre de 1943 desde la prisión a Eberhard Bethge, el pastor Bonhoeffer le confió a su amigo lo que le evocaba estar en vísperas del tiempo que tanto amaba.
“Y entonces el Adviento llega. Tantos recuerdos que compartimos de ésa temporada. Tú fuiste el primero en abrir para mí el universo de su música, la cual hemos tocado juntos años tras año durante las semanas de Adviento. Una celda de prisión es como nuestra situación en Adviento: uno espera, hace esto y aquello –actos sin sentido– pero la puerta está cerrada y solamente puede ser abierta desde afuera. Así es como me siento justo ahora”.
El tema de la puerta cerrada que puede ser abierta fue una constante en la reflexión de Bonhoeffer sobre Adviento y Navidad. En el sermón que predicó en Barcelona el primer domingo de Adviento de 1928, entonces tenía veintidós años, el texto bíblico sobre el que disertó fue Apocalipsis 3:20, “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
En afinidad con la enseñanza contenida en el hecho de que el Verbo se hizo carne en condiciones de extrema pobreza, Bonhoeffer comenta que la “celebración del Adviento sólo es posible para aquellos de almas atribuladas, quienes saben lo que es ser pobre e imperfecto, y que buscan algo más grande por llegar. Para éstos, es suficiente esperar en humilde temor hasta que el Santo mismo viene a nosotros, Dios en el bebé del pesebre. Dios viene. El Señor Jesús viene. La Navidad viene. ¡Cristianos regocíjense!”
Ante Jesús que toca la puerta, según la cita hecha por Bonhoeffer de Apocalipsis 3:20, el joven teólogo comenta que “tal vez, después de todo, el Adviento es un tiempo para el auto examen antes de que abramos la puerta”.
Abrirle la puerta a Jesús conlleva hacerlo con un fuerte sentido de misión. No nada más hacerlo como un acto individualista, sino teniendo en la mente, en el corazón y en la voluntad, a los otros y otras de quienes Jesús quiere ser luz en las más densas tinieblas.
Es por eso que, nos recuerda Bonhoeffer, “Cristo está a la puerta. Él vive en la forma de gente alrededor nuestro. ¿Dejarás la puerta seguramente cerrada para tu protección, o abrirás la puerta para él?”
Varios tiempos de Adviento después Bonhoeffer profundizaría más en el significado de la libertad integral abierta por la encarnación del Verbo. Para él fue muy doloroso que el 4 de septiembre de 1940 le fuese prohibido hablar en público. Ya no podía desarrollar su ministerio de predicación y enseñanza.
Los censores nazis conocían perfectamente su franca oposición al totalitarismo de Hitler. Desde antes, pero sobre todo después de la Declaración de Barmen (mayo de 1934), Bonhoffer afirmaría sin ambigüedades que la pretensión hitleriana era absolutamente contraria a la enseñanza del Evangelio.
En Barmen, junto con, entre otros, Martin Niemöller y Karl Barth (principal redactor del documento), un comprometido Dietrich Bonhoeffer firmó la Declaración que reconocía el señorío de Cristo y ninguno otro. El grupo fue a contracorriente de los llamados “cristianos alemanes”, éstos apoyaron el supremacismo de Hitler y doblaron la rodilla ante él.
El 5 de abril de 1943 Bonhoeffer fue encarcelado. En la obra de Mark Thiesen-Nation, Anthony G. Siegrist y Daniel P. Umbel, Bonhoeffer the Assasin? Challenging the Myth, Recovering His Call to Peacemaking (Baker Academic, 2013), los autores sostienen que Bonhoeffer no participó en los planes e intentona de asesinar a Hitler.
Arguyen que la afirmación contraria, que sí fue parte del complot, es un mito que no se sostiene ante los datos y pruebas que ellos presentan. Sí, sin duda, Bonhoeffer se opuso férreamente al nazismo, pero, a la luz de la reconstrucción de sus motivaciones y medios usados para ésa oposición,
Thiessen Nation y coautores de la obra rescatan la figura de un hacedor de paz que fue ajeno al intento de magnicidio.
En un sermón que Bonhoeffer no pudo predicar, por estarle prohibido hacerlo, pero que escribió y circuló entre sus cercanos, en la Navidad de 1940 tomó Isaías 9:6-7 como el centro de su reflexión.
Éstos dos versículos han sido inspiración sublime generación tras generación, sus poéticas líneas dicen: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto”.
En contraste con la belicosidad y etnocentrismo nazi, desde el mismo título del sermón Bonhoeffer dejó constancia que la naturaleza del reinado de Jesús era, y es, distinto del afán dictatorial: “El gobierno sobre los hombros del niño”.
En el que sería su último Adviento (19 de diciembre de 1944), Bonhoeffer le escribe a su prometida, María von Wedemeyer. La llama queridísima María, y comienza diciéndole que “está muy alegre al poder escribirte una carta de Navidad”.
Menciona que en la soledad de su celda ha podido “desarrollar órganos los cuales duramente podemos tener despiertos en la vida diaria”, se refería al alma. Escribe unas líneas que debieron ser muy conmovedoras para María: “Hemos estado esperando el uno por el otros por casi dos años. ¡No pierdas el corazón!” Tal vez sería mejor traducir “¡no te descorazones!”
En Adviento no hay que descorazonarnos. Al contrario, como Bonhoeffer, le recordó a su prometida, hay que vivificar el corazón. Que nuestro corazón endurecido sea transformado por el milagro de la Navidad. Que la promesa del Señor se haga realidad entre nosotros.
Porque como anunció el profeta Ezequiel, es tiempo de una radical transformación que se hace posible por la misericordia del Señor: “Les daré otro corazón y derramaré en medio de ellos un espíritu nuevo; les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que vivan según mis preceptos y respeten mis normas y las cumplan. De esta manera ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ezequiel 11:19-20).
Dietrich Bonhoeffer no pudo celebrar el Adviento y la Navidad de 1945. Cuatro semanas antes de la caída del régimen nazi, sus verdugos lo llevaron el 9 de abril de aquél año a la horca (hicieron que caminara desnudo hacia ella).
Sus últimas palabras fueron una confesión de esperanza, una certeza para quien confiesa al Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz: “Este es el final, pero para mí el principio de la vida”. Amén.
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