La Navidad, o es la búsqueda del único Dios y su justicia, primeramente, o no es nada.
Hay un derecho humano previo a todos los demás -sin él no existirían: el derecho a la vida. La vida de los individuos, de los pueblos, de las razas.
En este año Señor (a. D.) la estúpida, la suicida crueldad del hombre sigue batiendo records, trabaja no solamente a horas extraordinarias, sino también en viejas formas de crueldad acrecentadas numéricamente cada año.
Como este, que ya se cuentan 44 mujeres asesinadas por la violencia de género, y pese a nuestra pretendida civilización, los conflictos bélicos y el terrorismo han aumentado un 118% el número de muertes en todo el mundo, según un informe de la Universidad de Washington, publicado por la prestigiosa revista científica “The Lancet”.
A todo este triste de por sí, espectáculo, hay que añadir, que por repetición están quedando vacíos: la paz, el orden, la justicia, el bienestar, la regla de oro del Evangelio, los derechos humanos y la sublime Ley del Creador del ser humano.
Por otro lado, las nuevas vanguardias que aún no son violentas, sí se están manifestando más reaccionarias a los valores absolutos que nunca.
Desde el Corazón oigo, leo y veo la deriva de nuestras democracias, pues no pocos demagogos políticos y sus partidos no hacen mucho más que gesticular y proporcionar espectáculo, lo que produce una defección ciudadana y por ende, la dejación de nuestra responsabilidad individual ante la inquietante desorientación de la justicia, las leyes y la Ética, con mayúscula.
Un País ejemplar –USA-, tan implicado en la desastrosa dirección de este mundo, no quedándose atrás la vieja Europa, ha inventado formas de matar: una, con la desarrollada tecnología de misiles de múltiples cabezas nucleares siguiéndole a la zaga Corea del Norte, Irán y otras malas hierbas.
Otra, matar a inocentes en las escuelas, mercados, ramblas de paseo con la libre y rápida posibilidad de llenar un arsenal de lo más sofisticado, en lo que debería ser “Hogar dulce Hogar”.
Se aduce que se crean las armas para evitar la guerra, y se venden para la protección de los buenos ciudadanos. Pero su amenaza, su catástrofe explícita hacen la paz cada día más tensa, más erizada de peligros.
Unas economías que se transforman en más armas, arruinan los pueblos, desbaratan los presupuestos, germinan el empobrecimiento.
¿Es que el cinismo es una profesión de quienes nos dirigen? y ¿quién no reconocerá que los dirigentes de Países, arengando a sus huestes y mercenarios al uso de la fuerza, no están hipnotizándolos a la deslealtad con la nación y con la ley de las leyes?; ¿qué podría pasar si tuvieran armas?.
Me pregunto estos días Desde el Corazón: ¿cuántos gobiernos existen hoy que representen con autenticidad a sus pueblos?; ¿o es que los pueblos nos hemos vuelto rabiosos; es decir, que no tenemos autoridad moral y espiritual?.
No tengo espacio para señalar las atrocidades bélicas y criminales que nos rodean, ni los crímenes cometidos contra inocentes niños, cristianos perseguidos, pueblos tribales… se matan a los niños que son el tesoro de la familia; a los ancianos que son el depósito de la sabiduría; a las mujeres que son esperanza de futuro.
¿Por qué a los genocidios sólo respondemos unos minutos de silencio afirmativo o cómplice?; ¿por qué no recurrimos a buscar en la fe cristiana la fuerza del propósito de la vida: ser, saber y tener capacidad para saber qué hacer?.
Y a los que no nos mata la guerra, ni la tiranía, ni el racismo religioso, ni la violencia doméstica, ni las mafias, ni el hambre, ¿en qué mundo nos dejan?; en uno invadido por el terror a esa paz falsa, a esa vida falsa.
En uno carcomido por elementos residuales atómicos, humillado vergonzosamente por el paro, gobernado por psicopáticos políticos, confundidos con el buenismo platónico, y en el que la ambición, la corrupción, la insolidaridad y la tecnología destructora sin conciencia, multiplican.
En un mundo asolado por quienes se llevan su dinero a lugares seguros, como si el dinero se hubiese transformado en valor absoluto y la vida del hombre en valor relativo.
¿Dónde vamos?; ¿qué es este mundo donde la Naturaleza es arrasada, abolido el paisaje, aplastados los seres vivos; donde las religiones se fundamentan con principios de plastilina?; ¿a dónde se quiere que miren los jóvenes sino a las procelosas alcobas del hedonismo, las drogas y el desentendimiento?; ¿quién se atreve a decir a nuestros adolescentes que por un minuto de deleite carnal serán eternamente condenados?; ¿quién es capaz de dar ejemplos que avalen los consejos?; ¿qué genuina voz profética proclamará ser considerado intérprete de Dios, voz que clama en el desierto?.
La Navidad no es una fiesta privada: eso sería una atroz burla, una careta de carnaval, una hipocresía religiosa.
La Navidad es un asunto que nos atañe a todos -el Creador no puso límites a su amor se acercó a nosotros, se hizo como uno de nosotros: humano, para que nosotros tratáramos de hacernos como Él, y tenemos responsabilidad, habiéndonos dado ejemplo para la fe, de recibirlo, reconocerlo y adorarlo.
Por campos empapados de violencia, transcurrió haciendo el bien, enseñando hacia el bien, fortaleciendo para el bien. En la primera Nochebuena desearon la paz los ángeles enviados por el Altísimo y cantaron acerca de la “Buena voluntad” de Dios para los hombres, y pastores y sabios lo reconocieron.
¿Con qué derecho celebra hoy la Navidad, quien no le recibe a Él?; festejar la Navidad con espumillones y zambombas, en una torre de marfil o de cristal, o montando horripilante belén en la Plaza Sant Jaume de Barcelona (130.000 euros, con ‘caganer’ y todo), mientras llueve miseria y violencia fuera, es de las más incrédulas hipocresías.
Dios proclamó paz y los ángeles cantaron de la Gracia de Dios (Buena Voluntad) para todos los hombres. La Navidad, o es la búsqueda del único Dios y su justicia, primeramente, o no es nada. Aún peor que nada: un decorado repintado y triste para ocultarnos la propia podredumbre.
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