Qué navidades aquellas, alabando a Dios, pensando en el pueblo, sus hermanos. Presagiando el banquete que no se acabaría nunca. La copa rebosando. El bien y la misericordia.
¡Navidad, feliz Navidad! ¿Por los regalos? ¿Por las reuniones? Claro que sí, es un especial momento para compartir los unos con los otros, fusionar los corazones… Pero también quiero creer que recordamos al Maestro, aquel que se despojó de toda la gloria que lo rodeaba para vivir una existencia humana, identificándose con lo débil del mundo, con los que sufren, con los pobres de espíritu… ¡Pero si era el Rey de reyes! ¿No merecía venir con todo esplendor? Podía; sin embargo, no lo hizo. Porque en esa noche de paz, en esa noche de amor eligió a la pequeña ciudad de Belén para nacer. Decidió empadronarse como cualquier migrante llegado de cualquier parte, hacer cola para ello, sin tráfico de influencias. Eligió un menú sencillo que lo identificara con los que clamaban por pan esa noche.
Ya mucho antes Dios había elegido a Rut, la moabita, la extranjera, la insignificante, la que decidió refugiarse en Belén, bajo las alas del Dios de Israel, como su antecesora. La colocó en un lugar privilegiado. Y ella se comprometió con el gran Proyecto de Dios, dispuesta al sacrificio. Compromiso como el que tuvo María, otra sierva fiel, cuyo compromiso tendría su momento álgido al pie de la cruz; sabiendo muy bien lo que es la entrega a Dios, el discipulado y el sacrificio. Sí, dispuesta al sacrificio, entregando el vientre, aprendiendo a caminar en el compromiso de fe. Dándose de cara con la perplejidad, pero siempre sin desistir del seguimiento del Hijo, que sabía de sus luchas…
No había lugar para las inmediateces. Algunos habían estado esperando por largo tiempo. Soñando con aquel que liberaría al pueblo de la injusticia, de la opresión, de la pobreza y el paro, de los mendigos en cada esquina. De los niños abandonados, robando para comer. De la falta de atención sanitaria. Del desprecio a los leprosos, endemoniados, publicanos, todos esos desechos humanos. Pensaban en las ovejas negras que podrían tener una oportunidad, aunque fuese una sola. Se acordarían de sus viejas transgresiones, de su miseria anterior. Por eso su júbilo al ver al Pacífico, a la Luz. Tanto tiempo en tinieblas, golpeados al chocar los unos con los otros, todo había llegado a su fin. Pero no de la manera que muchos esperaban…
Qué navidades aquellas, alabando a Dios, pensando en el pueblo, sus hermanos. Presagiando el banquete que no se acabaría nunca. La copa rebosando. El bien y la misericordia. Y ellos daban las buenas nuevas porque seguro recordarían lo que Isaías había dicho acerca del verdadero ayuno… “Este es el ayuno que deseo: abrir las prisiones injustas, romper las correas del cepo, dejar libres a los oprimidos, destrozar todos los cepos; compartir tu alimento con el hambriento, acoger en tu casa a los vagabundos, vestir al que veas desnudo, y no cerrarte a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas se cerrarán enseguida… Entonces llamarás al Señor y responderá, pedirás socorro y dirá: Aquí estoy. […] Volverás a levantar viejas ruinas, cimientos desolados por generaciones; te llamarán reparador de brechas, repoblador de lugares ruinosos” (Isaías. 58.6-12).
Los que esperaban pensaban que ya no tendrían que preguntar ¿dónde están aquellos hombres como Elías, Nehemías, Abraham, Moisés, etc., que dejaron comodidades, status, compromisos para agradar a Dios? Dejarían de preguntar: ¿dónde están los jóvenes como Daniel, José, Josué…; mujeres como Rut, Ester, Débora, Miriam, Rahab…, que no temieron arriesgar sus vidas, dejar patria, casa, costumbres, cruzar fronteras?
Pienso en Ana y Simeon y su larga espera. Pienso en los que, después, siguieron esperando y luchando. Esperaban cada Navidad; orando, pero laborando porque sabían que faltaba todavía para llegar hasta aquel “moraré por largos días”; faltaba para saborear aquel gran banquete donde la copa rebosaría para siempre. Más bien ellos serían corderos sacrificados en las hogueras de la sinrazón. Rodarían cabezas como aquella solicitada por Herodías. Incluso con la palabra se ahogaría a muchos. Pagaron el precio de haber creído que una Navidad, sea cuando haya sido, Dios mismo había descendido para decir que en el mundo habría aflicciones, pero he aquí Él había vencido al mundo, y que eso era suficiente para no claudicar. Y ellos, ese remanente, se lo creyeron, aunque los juzgaran como pobres ilusos. Sabían que Dios no estaba en silencio, más bien los hombres no escuchaban su voz. Y ellos estuvieron dispuestos a ser sus embajadores, aun en cadenas. Y el relevo continuó y continúa, por ello, en este punto de la geografía mundial, que piso, ya no estamos en las catacumbas, podemos respirar mejor que antaño.
Pero ¡ay de mí! que quiero dar la cara y a veces me ‘achicopalo’, y no utilizo todo el legado dejado. Es más, lo guardo, sin dejarlo rendir. Por eso hoy, solo quiero recordar, y afianzar el compromiso. Dios sigue hablando; no hay silencio si lo queremos oír.
Gracias, Señor, ayúdanos a escuchar tu voz. Gracias porque a pesar de todo, muchos se han movilizado para arrancar una sonrisa y algunos momentos de paz a los niños de aquí y de otros diversos puntos del orbe; gracias a la labor y generosidad de muchos que han convertido en hechos las palabras… esa nube de voluntarios y otros que animaron y aportaron materialmente. Todos aquellos que oraban, pero también laboraban para llevar un arco iris de esperanza a tantas Belenes que, en esta Nochebuena, por unos instantes, mostrarán los rostros iluminados por el amor enviado en forma de cajas de zapatos, juguetes, golosinas; recursos que serán transformados en chocolatadas con panetón, tortillas de maíz, tamales, confituras de higos y nueces, arepas con champús o aguapanela, tabule o cuscús con té de menta, cuscús con leche o plátano loko, sarmale… Pero amanecerá y quedarán muchas noches más hasta que Él venga…
Entonces, Señor, deseamos que esta noche de amor se alargue para todos los niños del mundo. Para todos los seres que forman parte de tu gran creación. Que des sabiduría a los que detentan el poder de viabilizar planes y proyectos que pretenden acabar con la pobreza y devolver esa dignidad que todos detentamos por haber sido creados a tu imagen y semejanza, por ser parte de tu multiforme rostro. Cómo no preocuparme si leo que vamos lentamente en cumplir con la Agenda 2015-2030, un bello sueño llamado Objetivos de Desarrollo Sostenible, ¡que contienen nada más y nada menos que 17 objetivos y 169 metas! Y que si se cumplieran cambiaría la situación de los niños que claman cada día al irse a dormir sin comer; y hay que comer para poder ir al día siguiente a lustrar zapatos, a los basurales, a la fábrica. O a la escuela para salir del analfabetismo. Permitirían traer dignidad a los que son víctima del tráfico y trata de personas. Devolvería la dignidad a muchas niñas y mujeres que sufren violencia y carecen de oportunidades. Aliviaría a los desplazados y migrantes que deambulan por el mundo buscando un rinconcito donde haya pan y paz. El mar cesaría de traer cuerpos sin vida. Traería un equitativo reparto de los recursos y del trabajo.
Sé, Señor, que nada se puede materializar sin tu beneplácito. Así que clamamos a ti para que seamos tus manos, tu voz, tus pies, tu energía, tu amor…
¡Feliz Navidad!
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