Hay que vivir el Evangelio -decía Samuel Escobar- en este mundo convulsionado de hoy, en fidelidad a Cristo y su Palabra.
Una constante en los pensadores evangélicos ha sido preguntarse quienes somos y para qué somos. Las respuestas han sido diversas y las mismas las aborda Daniel Salinas, Teología con alma latina. El pensamiento evangélico en el siglo XX (Ediciones Puma, Lima, 2018). En este comentario a la obra continúo la línea cronológica elegida por el autor.
La obra hace un apretado resumen de las CELA 1, 2 y 3. La Primera Conferencia Evangélica Latinoamericana (Buenos Aires, julio de 1949); la Segunda (Lima, julio 1961) y la Tercera (Buenos Aires, julio 1969), incorporaron voces que llamaron a la evalución del cristianismo evangélico latinoamericano, así como a su renovación. En la Segunda, José Míguez Bonino identificó tres acercamientos cristológicos: el de los conservadores, quienes enfatizaban a Jesús como “la víctima expiatoria”. Por su parte los liberales resaltaban a Jesús como maestro, “cuyas enseñanzas acerca de Dios como Padre, de la ley de amor que corresponde al Reino de los Cielos, de las indicaciones del Sermón del Monte han ocupado el primer lugar”. En tanto otros sectores hacían sobresalir a Cristo como el “Juez que viene al final del tiempo a consumar su obra”.
Míguez Bonino, entonces tenía treinta y siete años, llamó a dejar reduccionismos que empequeñecían la persona y ministerio de Cristo: “La insistencia en un Cristo Maestro viene a resultar en un mero moralismo impotente. El énfasis exclusivo en la segunda venida resulta un ultramundanismo pasivo, en una especie de fanatismo y la separación del sacrificio de Cristo de su vida y enseñanza nos da la figura de un Cristo pasivo, cuya humanidad verdadera poco significa. Es necesario mantener la unidad de estos tres aspectos: Jesucristo sacrificio por nosotros, Jesucristo nuestro maestro, Jesucristo el Juez y Rey que viene en gloria […] Un Cristo reducido resulta siempre en un cristianismo reducido y en un testimonio raquítico”.
Otra aguda observación realizada por José Míguez Bonino fue señalar el peligro de infra valorar la reflexión teológica, verla como ejercicio infrutuoso y en el que no valía la pena adentrarse dada la urgencia de implementar tareas evangelísticas. Míguez apuntó: “La palabra teología ha sido un tanto vilipendiada, asimilada muchas veces a un dogmatismo extremo y otras a algún tipo de filosofía realizada por allí por las nubes. La teología es simplemente el esfuerzo de la Iglesia por obedecerle también con la mente al Señor. Es simplemente el esfuerzo de la Iglesia por confrontar el mensaje que predica todos los días con la Palabra de Dios. Y yo creo que hace mucha falta a nuestra Iglesia Evangélica latinoamericana una profundización teológica”. La obra de Míguez Bonino es amplia, toda ella caracterizada por reflexionar bíblicamente en el convulso contexto de América Latina. Respecto a las corrientes eclesiásticas y teológicas que él distinguió como paradigmaticas hacia fines del siglo XX en el Continente su Rostros del protestantismo latinoamericano (Nueva Creación, Buenos Aires, 1995), es, de acuerdo con Samuel Escobar “libro seminal en el cual aprovecha todo el trabajo histórico-social sobre el protestantismo latinoamericano, acumulado en las tres últimas décadas, y a partir de sus propias y ricas claves teológicas emprende un esfuerzo interpretativo de la mejor calidad”.
Entre la Segunda y Tercera CELA vio la luz el libro del historiador y teólogo cubano Justo L. González, Revolución y encarnación (Librería La Reforma, Río Piedras, 1965), donde llamó la atención hacia anomalías en la cristología evangélica que más se diseminaba en la geografía latinoamericana: “Demasiado a menudo nosotros los cristianos, tras haber rechazado toda insinuación de docetismo en lo que a la persona de Cristo se refiere, caemos en un docetismo práctico que es una negación implícita de la encarnación de Dios en Cristo. Este docetismo se caracteriza por una interpretación espiritualista del cristianismo, como si éste no tuviera que ver más que con ciertas realidades espirituales y supracelestes”. Pero también advertía acerca del error contrario al docetismo: “Si pecamos cuando no deseamos ser cristianos revolucionarios, pecamos también cuando caemos en la tentación de hacernos revolucionarios cristianos […] Lo primero es error doceta, que pretende encontrase con lo divino fuera de las realidades concretas. Lo segundo es error ebionita, que cree que lo divino se halla en la simple exageración y culminación de lo humano”. Las líneas anteriores hay que leerlas en el contexto social y político de entonces para comprender los polos identificados por Justo L. González.
El ejercicio de Daniel Salinas, para ser ampliado y así tener una reconstrucción más detallada de las teologías evangélicas en los años 50’s y 60’s del siglo XX tendría que incorporar investigaciones sobre temas, autores y tendencias de las revistas publicadas entonces. Como el objetivo del autor es ofrecer una visión panorámica no se detiene en estudios de caso de publicaciones y contenidos. Sin embargo queda abierto el reto a profundizar en el seguimiento de la reflexión publicada en revistas como Cuadernos Teológicos (el primer número salió en 1950), Pensamiento Cristiano (publicada a partir de 1953), Certeza (apareció a principios de los 60’s). Daniel cita escritos publicados en las tres revistas y, de alguna manera, estimula para que otros estudios cuyo universo sea solamente una de ellas revelen la dinámica de las temáticas teológicas de entonces.
Para mediados de los 60’s eran identificables dos posiciones distintas en el seno del protestantismo latinoamericano: una, la mayoritaria, doceta/fundamentalista y otra la identificada con los movimientos revolucionarios en los que ineludiblemente debían participar los cristianos. Una vía más comenzaba a consolidarse, tomando distancia de la vertiente mayoritaria pero sin identificarse con quienes proponían la revolución violenta como vía salvífica para las sociedades. Entonces Samuel Escobar delineó la ruta a seguir frente a las antes mencionadas: “¿Somos fundamentalistas? No si por ello se entiende la degeneración teológica señalada por [Carl F.] Henry, el antiintelectualismo simplista, la falta de seriedad en el estudio de la Biblia y el espíritu reaccionario básico. No, si por ello se entiende el segregacionismo racial, el extremismo derechista político y la ingenuidad de creer que el ‘American way of life’ es el reino de Dios en la tierra. No, si por ello se entiende la negación a considerar la aplicación del Evangelio a todas las áreas de la vida y la cultura […] Hay que vivir el Evangelio en este mundo convulsionado de hoy, en fidelidad a Cristo y su Palabra. Ello significará ser luz y sal, estar en todas las áreas de servicio y aun de lucha cuando sea necesario, pero como Cristóforos, portadores de Cristo. Es decir, como hombres libres que por ello mismo no caen en la esclavitud a los muchos ídolos o mitos de nuestro tiempo”.
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