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De prisionero a comandante

Un estudio novelado de Hechos capítulo 27.

AHONDAR Y DISCERNIR AUTOR Roberto Estévez 01 DE DICIEMBRE DE 2018 22:00 h
Pablo toma un pedazo grande de pan y ora a Dios. / Free Bible Images (CC)

El viento rugía con la furia de un león enjaulado. El barco se tambaleaba para todos lados. Por momentos la proa subía casi en forma vertical para pocos segundos después comenzar a bajar como si fuera una "montaña rusa".



Las velas habían sido arraigadas. Ahora es la popa la que empieza a subir para luego la embarcación inclinarse sobre uno de sus lados. Parecería que todas las maderas están crujiendo y que en cualquier momento el barco se va a desintegrar.



Está amaneciendo pero el sol no se ve en ese cielo cubierto de furiosas nubes grises y negras. Los hombres se tratan de mantener en su lugar aferrándose de lo que encuentran más cerca.



Algunos marineros se han atado con cuerdas a la cintura por temor que las siniestras olas los arrastren al abismo. Hay gritos de desesperación. Algunos maldicen a sus dioses.



Hace frío y está lloviendo torrencialmente. Los experimentados "lobos de mar" se dicen unos a otros frases tales como: "Nunca vi en mi vida nada igual". Los relámpagos iluminan el cielo plomizo. Los rayos explotan como si enormes bombas cayeran desde las nubes.



Los soldados, acostumbrados a pelear en tierra firme bravas batallas están mareados y nauseosos por el movimiento continuo del navío. Muchos están pálidos y sudorosos mostrando en sus ojos el terror que se apoderó de ellos.



Uno dice:



- Lo que es yo ¡nunca más me embarco si vivo para contar el cuento!



- ¡Yo tampoco! -agrega otro. - ¡Nunca, nunca más! -repite un joven como si no se pudiera convencer.



Hay sólo dos hombres que no parecen aterrorizados. El principal es un tal Pablo que se dice que es un fanático religioso y también un prisionero político. El otro se llama Lucas.



El primero le había discutido al capitán aconsejándole que no saliera de Creta hasta que se lo indicara.  El marino había respondido:



- ¡ Yo aquí soy el capitán y el que manda.



El propietario del barco que también estaba a bordo también estaba de acuerdo.



Entre el bullicio de la tempestad Pablo se pone de pie y con voz fuerte y clara dice:



- Habría sido conveniente haberme oído y no zarpar de Creta (v.21).



El capitán se pone colorado como tomate maduro, titubea y dice:



- Esta yo no me la esperaba.



- Sí -dice uno de los soldados- yo le oí decir al prisionero que se venía una tormenta muy fuerte.



-  ¡Qué podría saber este hombre si no es marino!



- Les previne que no tenían que zarpar de Creta arriesgando este perjuicio y pérdida.



El dueño de la embarcación que es un cuarentón medio pelado se pone más pálido. Ya se han caído varios palos de los mástiles Él sabe que ese barco no va a aguantar mucho más la furia de la naturaleza embravecida



Los marineros y los soldados están con sus ojos pendientes en Pablo mientras que se agarran fuertemente a unos tablones.  El Apóstol por otra parte se aferra con una mano a un poste y parecería que no le importa mucho la lluvia, los relámpagos, los truenos o el movimiento infernal del barco.



- Ahora os exhorto a tener buen ánimo pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros.



-  ¡Este sí que es optimista! -dice uno de los curtidos marinos.



- No habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros –prosigue Pablo- sino solamente de la nave.



Los hombres empalidecen de nuevo. Saben que están en el medio del mar. Con la tormenta y la lluvia la visibilidad es muy baja. Uno dice: ¡Aquí no se salva nadie! - ¡Que los dioses del Olimpo lo oigan! -dicen algunos. Los ojos de los tripulantes reflejan ahora cierta esperanza.



- Esta noche ha estado conmigo el Ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo.



- ¡Yo no lo oí! -dice uno.



- Yo tampoco! –apoya otro.



- ¿Quién es el Ángel de Dios? -pregunta uno- 



- ¿Y qué le dijo el supuesto ángel? -pregunta otro con un tono burlón.



El Apóstol no se inmuta y responde con las palabras del ángel:



- Pablo, no temas, Dios te ha concedido a todos los que navegan contigo...por tanto tened buen ánimo porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”.



- ¿Y cómo vamos a salir de aquí? -pregunta un soldado.



- Es necesario que demos en una isla –responde el hombre de Dios.



Han pasado ya catorce días y sus noches y los marineros echan la sonda  para medir la profundidad. En los días anteriores nunca tocaba fondo. Ahora encuentran que se toca fondo a 40 metros y unas cuantas horas después a 30 metros.  



Todavía no se ve nada pero sospechan que la tierra firme no está muy lejos Saben que el barco muy pronto se va a estrellar contra las rocas y echan las anclas. Los marineros tratan de escapar con una pequeña lancha Pablo se da cuenta de la artimaña y le dice al centurión:



- Si estos se escapan ustedes no se pueden salvar.



Los soldados cortan las amarras y la lanchita se aleja sola llevada por las olas. Comienza a amanecer.



A unos 5 kilómetros se ve una isla. Todavía es muy hondo y la distancia es grande para la mayoría de los tripulantes que no saben nadar o no son buenos nadadores.  Una vez más el Apóstol se pone cerca del mástil principal que se mueve para todos lados y les habla:



- Os ruego que comáis por vuestra salud pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.



Un viejo marinero le dice a su compañero:



- ¿De dónde saca este hombre esta confianza? 



- Parece que cree en una divinidad distinta -responde el otro.



Pablo toma un pedazo grande de pan y me imagino que ora a su Dios diciendo algo así:



- Señor, te doy gracias por este pan que tú nos das. Te doy gracias por tu protección perfecta y completa. Te doy gracias que aunque este es un tremendo huracán tú eres el Todopoderoso y desde tu trono eterno lo controlas todo.



Acto seguido rompe el pan y empieza a comer con toda calma como si estuviera en la casa de sus amigos. (O como diríamos nosotros ¡en una parrillada del barrio!)



La vela se iza y el barco empieza a dirigirse a una ensenada. Los soldados quieren matar a todos los prisioneros para que no se escape ninguno, lo que es impedido por el centurión, quien ordena que los que sepan nadar se alejen hacia la costa.



"Y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra" (v.44).



Doscientas setenta y seis vidas fueron salvadas de una muerte casi segura.



 



LA HISTORIA BÍBLICA Y NOSOTROS



No es de manera alguna lo habitual, pero hay casos como en este que el Señor en su soberanía le da al creyente una percepción del futuro.



Pablo les previno al comienzo del viaje al advertir que los acontecimientos no estaban marchando tan bien como era de esperar: "Veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas" (v.10).



Nos preguntamos si esta es la sensación  de un hombre que está deprimido o si el Apóstol ha tenido una revelación de lo que va a suceder. Me inclino por lo segundo. Pero al llegar al v. 24 nos enteramos que Pablo ha cambiado y ahora declara que "Dios le ha concedido todos los que navegan con él".



Se deduce de esta palabra “conceder” que probablemente hubo un intenso ministerio de intercesión de Pablo y Lucas, pero es recién ahora que sabe que Dios contestó positivamente.



Sin duda que el centurión, al escuchar estas palabras del peligro y la pérdida del cargamento y del barco, podría haber desembarcado en el primer puerto disponible, con sus soldados y prisioneros. Lucas nos dice "pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía" (v. 11).



El mundo en el que nos movemos funciona en relación al llamado "conocimiento humano", que es preferido por algunos a la enseñanza Bíblica o a la sabiduría espiritual.



Que el centurión le hiciera caso a lo que dijera el capitán y el dueño de la embarcación era lógico pero equivocado.



Cuando una mujer o un hombre que viven en comunión íntima con Dios dicen algo, vale la pena escucharlos.



El capitán podría decir: -Yo soy el experto, el que tengo el grado de capitán; tengo la experiencia, por lo tanto yo soy el que manda.



A su vez el dueño del barco podría expresar: “Soy el propietario de esta embarcación, yo soy el que manda”.



El centurión podría señalar: “Soy el que tengo los soldados y las armas: soy el que manda”.



La tripulación podría pensar: "nosotros los marineros somos los que en realidad mandamos, porque pertenecemos al sindicato de la Marina y sin nosotros, ni el capitán, ni el dueño ni el centurión pueden hacer nada. (Esto lo dirían sigilosamente, pues se les podría tipificar el delito de motín, que normalmente era castigado con pena capital).



Pero en ese barco había un hombre que no opinaba pero en realidad estaba a cargo de la situación como siervo obediente de Dios.



Lucas nos dice que "no mucho después se desencadenó un viento huracanado llamado Euroclidón".



En los versículos que siguen se describe el huracán con detalle: "y siendo arrebatada la nave y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar" (v.15).



En un sentido, el capitán, el dueño y el centurión ya no tienen nada de autoridad. A veces en la vida nos sentimos como "llevados por la tormenta" y que no podemos hacer nada para evitarlo. 



Pero el creyente sabe que en esa situación puede ir al Padre en oración aferrándose en las palabras "echando toda vuestra solicitud en Él porque Él tiene cuidado de vosotros" (I Pe 5:7).



Hay a lo menos cinco clases de personas en este barco y cada uno de estos grupos tiene intereses diferentes que les hace actuar de una mera distinta.



a) El dueño del barco obviamente quiere que el cargamento llegue al puerto de destino y recibir su pago, para pronto hacer otro viaje.



b) El capitán bastante parecido: sabe que “barco parado no gana flete”.



c) Los marineros, están allí porque les pagan y les gusta estar en el mar y todo lo que ese tipo de vida representa, como conocer nuevos lugares y disfrutar placeres nuevos.



d) Los soldados.  Ellos no disfrutan del mar. Son gente de tierra firme. Están allí porque un superior dio la orden que tenían que embarcarse.



e) Pablo y su amigo el Dr. Lucas. Están allí porque ese es el propósito de Dios en sus vidas.



Hemos visto que el ángel le dijo a Pablo "Dios te ha concedido todos los que navegan contigo" (v.24). El Señor le ha otorgado a su siervo doscientas setenta y cinco personas y cada una de ellas va a salvar su vida. Esta palabra en algunas traducciones se interpreta como algo que es otorgado por gracia luego que ha sido solicitado.



Pienso que algo similar ocurre con el barco de nuestras vidas. En esa embarcación tenemos nuestra familia como padres, hermanos, hijos etc. 



También amigos y conocidos del trabajo, del barrio o de la iglesia local. ¡Qué precioso es pensar que yo como Pablo puedo interceder en oración al Señor "por todos esos que navegan conmigo”! El Apóstol sintió que el Espíritu Santo le daba libertad para pedir por todos los que estaban embarcados.



Aquí observamos cómo frente a una crisis repentina distintas personas actúan de manera diferente.



Cuando es evidente que los presos pueden huir, los soldados tienen la solución de matarlos para que ninguno escape nadando (v.42). Esto me hace acordar a esa vieja frase "muerto el perro se acabó la rabia".



Es decir, si matamos todos los perros nunca más habría casos de hidrofobia (aunque sabemos que se puede transmitir por otros animales) Aquí la mentalidad es de destruir o eliminar el problema en vez de tratar de encontrar una solución.



Lo que los soldados ignoraban es que debido a la curación milagrosa del padre del gobernador de la isla, éste va a tratar muy bien a todos los náufragos.



Otro tipo de reacción es la que tienen los marineros. Nos enteramos que en cierto momento ellos tratan de huir y dejar a los pasajeros que se arreglen como puedan.



Es en esta ocasión que Pablo le dice al centurión "Si éstos no permanecen en la nave vosotros no seréis salvos" (v.31).



Este tipo de escuela de la vida la podemos resumir en la frase "sálvese quien pueda". Son personas que han decidido ayudarse a sí mismos y que los demás se arreglen como puedan.



Otra respuesta a la crisis puede ser la parálisis. Muchos de ellos hacía dos semanas que prácticamente no comían (v .33). El temor los había inmovilizado.



Con dos semanas sin comer no iban a poder nadar mucho si tuvieran que hacerlo. Pero Pablo no queda paralizado por la crisis sino que come con toda tranquilidad en presencia de todos (v.35).



Pero la “filosofía” de Pablo y Lucas es muy distinta. Se basa en la fe en un Dios todopoderoso que está sentado en el trono y que puede controlar todo lo que sucede no solamente en la tierra sino en el Universo



Es en medio de esa tormenta que parece que nunca va a terminar, cuando todos están flaqueando y desmayando, que Pablo dice: "Esta noche ha estado conmigo el ángel de quien soy y a quien sirvo diciendo Pablo no temas es necesario que comparezcas ante César y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.



Por tanto varones tened buen ánimo porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho" (v.23-25). Sin duda es un hombre de una fe intensa en su Dios. Pero aquí no terminan sus palabras sino que agrega: "Con todo, es necesario que demos en una isla”.



Aprendemos aquí de un aspecto práctico del Apóstol. Si bien es cierto que él tiene completa confianza en Dios, declara: "es necesario que demos en una isla". Cuando los marineros tratan de escapar huyendo en una pequeña lancha él le informa al centurión: "Si estos no permanecen en la nave vosotros no podéis salvaros”.



Nos preguntamos por qué Dios permite este naufragio y aunque la respuesta final la ignoramos sabemos que durante tres meses Pablo vive en una situación de tranquilidad, lo tratan con mucha hospitalidad.



Él es de ayuda a muchas personas y sana a los enfermos. Es muy probable que es uno de los períodos en su vida de más bendición y a su vez de sosiego.



¡Qué reparación esta para toda la tensión y problemas que va a enfrentar en Roma!



 



EL LÍDER QUE HAY EN CADA UNO



En esta historia vemos que los que tenían los títulos como el capitán o el propietario han quedado inmovilizados y no saben qué hacer. El verdadero líder no queda paralizado sino que busca la faz de Dios en oración y entonces actúa.



El Apóstol tiene que darle coraje y ánimo a casi trescientas personas que están aterrorizadas y convencidas que van a morir. Lo logra por medio de la palabra y también actuando como lo muestra al comer el pan tranquilamente delante de todos.



Esto ha sido precedido por oración (vs. 23-25). Notemos que la confianza que él infunde en toda la tripulación no está basada en que el hombre Pablo les va a solucionar la situación sino en su Dios. El nombre del Eterno es mencionado en los tres versos consecutivos (23, 24, 25).



 



DETALLES TÉCNICOS



La isla de Malta (o Melita en el N.T.) tiene 27 kms. de largo por 14 kms. de ancho   y está 93 kms. al sur de Sicilia. Seguramente que la población era mucho menor que la actual   de más de 400.000 habitantes.



Una braza es una medida marina de algo menos de dos metros.



 



TEMAS PARA DISCUTIR O PREDICAR



- La tormenta "perfecta" versus la paz perfecta (Fil 4:7).



- Un capitán imperfecto versus un capitán perfecto (La palabra (arjegos-autor) de Heb.2:10 y Heb.12.2 se puede traducir también príncipe o capitán; el que tiene la conducción y el gobierno, en este caso, del barco y todo lo que en él está.



- Un ancla imperfecta versus un ancla perfecta. (He.6:19)



- Un barco imperfecto (que se puede hundir) versus  un barco perfecto (que no se puede hundir).


 

 


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