Se nos han colado muchos cambios que son para peor y que una sociedad seria debe impedir.
A veces me sorprendo a mí mismo, al pensar en qué momentos tan extraños se me ocurren algunas ideas para escribir mis “Desde el Corazón”.
Y así, para esta ocasión, las ideas empezaron a aparecer, cuando en el Programa de “Hombres que dejaron Huella” de todos los Lunes, durante más de quince años, entre los temas de “Noticias” y en su segunda parte, en el apartado “El Preguntón”, respondíamos a la pregunta: “¿quién bautizó a Plutón?” y por tanto, aprendimos que es el planeta enano del sistema solar, de la categoría plutoide, y recordamos el equipo, que ya en bachiller aprendimos que en el listado de los planetas, lo memorizábamos detrás de Neptuno por ser el más pequeño.
Y en estas lides radiofónicas, entre las curiosas noticias del 1 de Octubre del 2018 y las informaciones de este planeta, incluido en la categoría de los transneptunianos, denominada plutinos, empecé a pensar que me sentía como un plutonusiano en el planeta Tierra.
Y escuchando que Plutón posee una órbita excéntrica y altamente inclinada con respecto a la eclíptica que recorre acercándose en su perihelio hasta el interior de la órbita de Neptuno, mi imaginación me llevó a pensar que estamos viviendo en un Planeta Tierra en donde casi todo resulta excéntrico, inclinado hacia el abismo y extraño: los modos de vivir, los modos de pensar, las formas de hablar, la misma tierra que pisamos, los muchos medios de comunicación que nos mantienen adoctrinados e incomunicados.
Educados como “en otro mundo” y como este coterráneo que se siente forastero en el mundo en el que le toca vivir. Y debo confesar “Desde el Corazón” que a veces tengo yo esa sensación parecida, la de permanecer a un pasado, (quizás los años influya) la de ser un tiranosaurio que ha sobrevivido fuera de su época.
Uno tiene la sensación de que en los últimos veinte años, en nuestro país, ha pasado un siglo y ya no nos valen los principios por los que nos regíamos hace sólo tres décadas.
Si nos acercamos al terreno moral nos encontramos con que, en el pensamiento de la mayoría todo ha cambiado. Hemos entrado en una espiral de libertinaje, que hoy se traga con normalidad todo lo que no hace mucho parecía detestable a los más.
Ya nada escandaliza, y conductas que se consideraban marginales o excepcionales –y el resto las consideraba indeseables hoy son vistas por la mayoría como algo lógico, no sólo como algo inevitable, sino casi hasta bueno.
Si entramos en el terreno familiar, el giro ha sido aún mayor, las relaciones padres-hijos nada o muy poco tienen que ver con los niños que fuimos. Y no digamos si nos acercamos a los adolescentes o los jóvenes.
Poco voy en el metro, pero cuando voy, y veo algunas pandillas me sorprendo no poco. Sus modos de vestir y sobre todo su lenguaje, me dejan completamente fuera de onda.
Desde sus disparates gramaticales hasta lo corto de su vocabulario, pasando por el hecho de que tras cada dos o tres palabras es necesario un taco y cada cinco una semiblasfemia, y no me refiero a mentecatos raperos o mediocres actores que rondan la infamia, me pregunto qué hay dentro de sus cabezas o qué tipo de formación están recibiendo.
Aun sintiéndome como llegado de Plutón, entiendo que el mundo cambie -sea hacia adelante o hacia atrás-, que evolucionen las costumbres y los lenguajes, pero que ello esté yendo tan en declive y desorbitado me alarma.
Pero lo que más me alarma es la reacción de la sociedad española ante este cambio: una gran parte se ha acomodado a él con toda normalidad, ha cambiado su forma de pensar y de vivir, mostrando en ocasiones un poco de escándalo de palabra, pero sin la menor resistencia en el terreno de los hechos.
La nueva moral resulta más cómoda y nadie quiere ser considerado un conservador, un retrógrado. Tenemos miedo de que si expresamos que lo natural en una relación de pareja, sea entre un hombre y una mujer, nos llamen homófobos.
Si decimos creer en Dios y a Dios nos asusta que nos definan como retrógrados. Si con reflexión compartimos que estamos en contra del aborto, denunciamos las frivolidades que se cometen con la ley, y que se debería realmente controlar las entradas ilegales de engañados y estafados migrantes, el pánico nos aparece ante ser considerados xenófobos o conservadores.
Una minoría que también sufre las actitudes de estos tiempos, son los profesores de Primaria o Instituto que se encuentran unos alumnos que les parecen astronautas en buena parte de sus altanerías y reacciones.
Y tenemos políticos incívicos, predicadores que ante la enseñanza que siempre fue a contracorriente, se han amoldado unos a permanecer en el poder al precio que sea, otros a la modernidad, postmodernidad y a lo políticamente -que no bíblicamente- correcto, desconcertando a mucha ciudadanía que aún cree en valores absolutos.
¿Y qué hacer ante estos fenómenos?; ¿sentarnos a esperar que pase este “desmadre” y vengan días de mayor sensatez?; ¿dedicarnos a llorar, encerrándonos en nuestro corazoncito diciéndonos que son signos de los tiempos?; ¿despotricar contra “todo” el presente o usar más que nunca nuestra cabeza y fe para distinguir en qué debemos adaptarnos y en qué es necesario resistir?.
Creo que en la última parte de mi pregunta está cierta clave del problema. Cierto es que muchas cosas del pasado deben ser arrumbadas, simplemente porque estaban muertas.
Pero que también se nos han colado muchos cambios que son para peor y que una sociedad seria debe impedir. Ni todo el pasado es canonizable ni el presente es bueno porque esté de moda.
Y es aquí donde hace falta la cabeza, el conocimiento y la serenidad para separar el grano de la cizaña. Creo que es poco sabio generalizar y ver como malo todo lo que viene, pero me parece cobarde y grotesco no saber decir “no” cuando la conciencia cristiana te dice que debes decirlo.
¿Que con ello te sientes plutonusiano? pues aun así, haremos lo que podamos por el bien y tendremos la conciencia tranquila. Todo antes que ser peleles o globos que se los lleva el viento, enanos en la órbita de Neptuno.
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