Parte de la predicación que se consume hoy tiende a ser divertida, complaciente, ligera y superficial.
En muchos segmentos evangélicos, o en algunas iglesias, que son cada vez más, se puede observar un sentimiento congregacional de baja estima o complejo de inferioridad.
Este sentimiento se hace patente en la forma como desde estos grupos se acepta y se reacciona a un estilo de predicación que se limita a despertar emociones y estremecimientos sensacionalistas y altisonantes.
El tiempo de la predicación se utiliza para crear un escenario idealizado donde los asistentes se convierten en seres indetenibles y súper poderosos en cuanto al logro de sus deseos y aspiraciones.
El momento se vive como una espiritualidad emocionalista, excitante y posesiva. Es un instante donde todo parece maravilloso y factible.
Este estilo no escapa a las usuales técnicas de manipulación que prevalecen en el presente. Se toman estampas selectivas de la Biblia y se destaca el momento en que el personaje central aparece como un triunfador, de acuerdo a nuestros estándares, y se presenta todo esto dentro de un marco inefable y triunfalista.
José, el muchacho que conquistó la primera posición en Egipto, nos lo presentan superando su condición de esclavo y ascendiendo por las escalinatas del Palacio real en Egipto; Daniel, librado del foso de leones; David, matando a Goliat; Elías, haciendo descender fuego del cielo y haciendo llover a torrentes sobre la tierra de Palestina.
Estas son imágenes favoritas de este tipo de predicación que gusta de la frase simple, entrecortada y breve. No desarrolla la idea, pero con el impacto, con el golpe verbal es suficiente.
Es un juego oral y psicológico en el que estos personajes bíblicos son colocados en una viñeta posmoderna para destacar la parte emocional y triunfalista.
Personajes como Ezequiel, Jeremías, Oseas y otros, quienes se enfrentaron al poder político, social y religioso y “perdieron”, conforme a la percepción que se tiene hoy, no ofrecen una imagen atractiva para este tipo de predicación triunfalista que busca elevar el ego e inflar las emociones.
Desde esta perspectiva, todo el evangelio se reduce a esto. El componente atractivo de este tipo de predicación es que el significado de estar fuera del pozo de los leones donde estaba Daniel o estar fuera de la cárcel donde encerraron a José, equivale a alcanzar confort y reconocimiento sobre la base de la abundancia de bienes materiales; es decir, carros, ropas lujosas, dinero, casas, viajes.
Es la oportunidad de exhibirnos como superiores ante los demás.
En este tiempo profetas como Jeremías no gozan de mucha popularidad, como otros similares de su época. Jeremías fue hombre llamado por Dios que recibió oprobios y menosprecio graves e incontables.
No ganó méritos ni alcanzó distinciones entre sus contemporáneos. Fue victima de la hipocresía, del cinismo y hasta de la burla. Vivió momentos dramáticos de depresión y angustia, pero siempre dijo la verdad de Dios con coraje y firmeza.
Por profetizar en nombre de Dios fue indispuesto por cortesanos perversos del rey Sedequías que lo hicieron descender hasta el lúgubre fondo de una pestilente cisterna. Este tipo de predicación tiene problemas para afirmar que Dios estaba de parte de Jeremías.
Situaciones igual de dolorosas y traumáticas se dieron con otros profetas de Dios, de los cuales no podemos exhibir ningún triunfalismo ni hazaña memorable, que no sea el hecho de que nunca se rindieron al poder del mundo y se mantuvieron constantes dando el consejo de Dios por encima de cualquier circunstancia.
He escuchado predicadores decir, y esto resuena cada vez más: “Si te metes conmigo, te está metiendo con Dios. Ten mucho cuidado conmigo”; “Te quitas en medio de mi camino o te aplasto”. “Donde quiera que tu llegues tienes que ser cabeza y no cola”.
Los términos predominantes son “arrebatar”, “pisotear”, “imponer”. “Nadie te puedes hacer frente”. Señalan que la situación difícil por la que algunos están pasando se debe a que no han hecho esto o lo otro.
Aseguran que, si dicen esta frase o hacen esto otro, la fuerza negativa que está limitando el disfrute de sus vidas, se va. Es una predicación de fórmulas y recetas rápidas y simples.
Tú eres un príncipe”, “tú eres una princesa”. “Si Dios te sacó del pozo nadie de podrás hacer volver al mismo”. “Prepárate, quienes quieren verte en la miseria se asombrarán de tu abundancia”.
Desde este tipo de predicación se alienta a las personas, con una jerga religiosa, a ser soberbias e irresistibles y se les insta a que sean el centro para exhibir con pompa y arrogancia todo lo que suponen tener y ser en su condición de evangélicas.
El complejo de inferioridad, la baja estima de algunos grupos evangélicos, se delata con una predicación que busca suscitar posturas individuales para responder supuestas murmuraciones e intrigas cotidianas que se dan en su entorno, donde se les empuja para que sean seres únicos e importantes, pero siempre partiendo de propio yo.
Como protagonistas intocables de la situación que viven, con este tipo de predicación se busca equipar a las personas para que respondan a las trivialidades, vanidades y cuantas quisquillas, chismes baratos y murmuraciones se levanten en su ambiente social.
Cuando desde esta retorica se apela a las alegorías del mundo animal, no somos corderos, somos leones; no somos mansas palomas, somos águilas de garras filosas y picos duros. Somos elefantes que corremos a toda velocidad aplastando a todo lo que esté por delante.
Parte de la predicación que se consume hoy tiende a ser divertida, complaciente, ligera y superficial. Lo que se demanda es un masaje religioso relajante, una terapia que alivie las tensiones que genera el diario vivir y nos afirme como personas importantes, proyectadas por encima de las críticas y malquerencias cotidianas.
Esta predicación que se pasa ante nosotros en cuadros bíblicos, rápidos, sensacionalistas y emocionantes, no nos permite ver los verdaderos privilegios que tenemos en la auténtica vida que el Señor nos ha dado.
La lectura y la exposición de la Palabra de Dios, con su autoridad y poder, son las que propician la identidad y la seguridad que lleva al cristiano a vivir de manera pertinente por encima de críticas, murmuraciones y prejuicios.
La predicación bíblica apunta a la formación de un discípulo de Cristo que proyecta un testimonio de amor y servicio que no se deja perturbar ni distraer por las ligerezas, intrascendencias y modas que se imponen en el mundo posmoderno.
Esta seguridad que emana de la exposición integral de la Palabra se sobrepone a todo sentimiento de baja autoestima o sentimiento de inferioridad, por lo que no hay que reaccionar con un triunfalismo verbal prepotente y arrollador.
Más que prepararnos para la vida cristiana auténtica, mucha de nuestra predicación lo que busca es dilatar nuestro ego, inflar nuestro yo.
Hemos llegado a tales extremos que, si un mensaje logra emocionar y enardecer, hasta llevar a la congregación a la histeria, lo calificamos como bueno.
La exposición bíblica que nos lleva al compromiso, a la fidelidad a Dios, a la solidaridad y a trabajar nuestra relación en la búsqueda de la santidad, para muchos hoy, resulta aburrida y cansona.
Esta predicación sensacional y triunfalista no nos ayuda a conectar con las necesidades humanas, con la realidad, con la solidaridad y otros valores.
A fin de cuentas, esta predicación nos lleva a la evasión de dificultades, a la inseguridad, al desánimo, como resultado de una imagen errónea de quienes somos.
La predicación extrema y sensacionalista que, exacerba nuestra baja autoestima, intenta ayudarnos compensar el complejo de inferioridad que azota nuestro yo, pero contribuye muy poco a que nos convirtamos en verdaderos agentes promotores del Reino de Dios aquí en la tierra.
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