Como cristianos, ¿podemos decir que nunca oímos o leímos palabras que conformaban una hoja de ruta con instrucciones que venían de lo alto?
En estos días en los que he estado recorriendo la vida y obra de Juan de Ávila, uno de nuestros reformadores hermanos del XVI, me ha quedado estampado en la memoria el tema del ejemplo. Ejemplo fueron para él Cristo y Pablo, sus modelos. Sobre todo, Cristo, quien bebió una copa amarguísima para no devolver mal por mal, sino bien por mal; nos amó fraternalmente, fue misericordioso, compasivo, bendijo, guardó su lengua, buscó la paz, se sacrificó, abrió las puertas para todos con lo difícil que es. Porque sabía que tenía que ser ejemplo, ya que su nombre era Justo, y los que estaban viéndolo deberían querer llevar este nombre también y vestirse de su justicia.
El modelo es Cristo, pero mientras vamos caminando por este mundo como peregrinos que quieren llegar a la meta, así hable o ministre, debe hacerlo conforme al poder de Dios, como leemos en 1 Pedro, para que Dios sea glorificado en todo en Jesucristo. Pero, ante todo, leyendo la Palabra, tomo conciencia de que se me pide que, si tengo que padecer por algo, lo mejor sería padecer como cristiano y no como homicida, o ladrón, o malhechor, murmurador, desleal, o por entrometerme en lo ajeno… Y si tengo que ser responsable de algo, lo haga siendo ejemplo, así sea en mi casa, iglesia, trabajo, resto de la sociedad.
¡Ay miserable de mí! ¡Cuántas mañanas me cuesta ponerme la armadura de Dios, revestirme de su modelo porque a veces la talla no me da! Y me levanto con un harapo que es más leve, pues me permite estar más cómoda para sentarme y pergeñar estrategias sobre cómo defenderme de los ataques, o elaborar una estrategia para atacar, en vez de preocuparme por dar a conocer la anchura del reino de Dios, hasta que Él vuelva. Me dejo envolver por todo este tiempo convulso, dentro y fuera. Y veo pululando, no los resultados de la fe, como el amor, la bondad, la paciencia, la paz… sino la pereza, lo facilón; olvidándome que la gracia no es barata pues le costó a Dios su único Hijo. La desidia que me hace abrazar el laissez faire, laissez passer, que todo se arregle solito, pues poco me importa lo que esté más allá de lo cercano. ¡Sálvese quien pueda! Desconecto porque me lo merezco y no me encontrarán aun cuando me quieran comunicar que un incendio lo está consumiendo todo y solo quedará la llave.
No. Debo tomarme en serio el Sermón del monte, como decía D.B., comprometerme por una causa, la de Cristo. Por eso, para los sencillos y tardos en entender como yo, son necesarios ejemplos que se puedan tocar y que no se deshagan a la primera. De esos que dicen que están en la luz, que han conocido al Padre, y este les llama ‘hijitos’. Son hijos de la promesa. Que andan como Él anduvo.
Porque yo quiero ser ejemplo. Pues plugo al Señor dar la oportunidad a todos. Porque quiero hacer justicia, ser imparcial. Que pueda sentir y amar como Dios ama. Y brote la humildad que da lugar a la unidad, a las buenas relaciones. Que no juzgue porque así haré añicos cualquier posibilidad de construir comunidades que sean luz que alumbre la realidad social.
Como cristianos, ¿podemos decir que nunca oímos o leímos palabras que conformaban una hoja de ruta con instrucciones que venían de lo alto? ¿Acaso no se anunciaron ya al inicio de los tiempos? ¿Acaso no nos encontramos con Jesús paseándose y sirviendo por las villas, plazas, caminos, calles, de la tierra, como uno más entre nosotros? ¿Acaso no lo anunció el profeta Isaías y luego Jesús lo republicó (leyó) y llevó a la práctica?:
“El espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor”.
Él fue solidario con toda la humanidad, se mezcló con la problemática de su tiempo, porque primeramente había amado de tal manera; ¡oh el amor! que todo lo soporta, que está dispuesto al sacrificio. Y no juzgó, sino sirvió.
Que así sea. Lo que pasa es que a veces me olvido y Dios se vale de todos los medios para recordármelo. Ya fue dicho antes, y ahora se está diciendo nuevamente, y se dirá en las siguientes generaciones; pero la pregunta es: ¿estamos dispuestos a repensarlo todo nuevamente?
No quiero “seguir el camino de Caín, lanzarme en pos del lucro como Balaam”; o ser “como nubes sin agua llevadas de acá para allá”, o un cristiano nominal de domingo y otras cosas más; ni coadyuvar a que otros lo sean. Pero necesito ayuda que viene de lo alto, y también de la que viene de abajo. Necesito sentirme parte de la historia del pueblo de Dios para poder cantar como María (Lucas 1.46-48), como me lo ha recordado un librito que he vuelto a abrir, que habla de teología sencilla:
“Mi alma glorifica al señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador,
Porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva.
Desde ahora me llamarán dichosa
Todas las generaciones”.
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