No siempre el Señor se nos manifiesta en el fuego espectacular y en el bullicio de la multitud. Podemos experimentar la presencia de Dios a solas.
La experiencia de caminar y conversar con una persona de nuestro agrado resulta relajante y renovadora. Parece que el ejercicio de caminar nos da la sensación inspiradora de que nuestras ideas también están en marcha, de que vamos hacia delante. Aun cuando nuestros pensamientos no sean lo más optimistas, cuando caminamos y conversamos los puntos más oscuros de nuestro tema parecen irse esclareciendo con la marcha.
Después de la muerte de Jesús, dos de sus discípulos salieron caminando a una aldea llamada Emaus, a unos once de Jerusalén. Su caminata estaba marcada por el pesar. Su líder había muerto y ellos se replegaban acongojados a una aldea cercana. Quizás querían evitar el contacto con un público locuaz y dispuesto a interpelarlo como es el de las zonas urbanas. En una pequeña aldea encontrarían más quietud y así, pronto, un proyecto dado por frustrado pasaría al olvido de forma rápida y sin mayor resonancia.
El camino tenía sorpresas para los apesadumbrados peregrinos. De forma inusitada un caminante más se agregó a la marcha y le preguntó: ¿Qué conversación es esta que ustedes tienen y por qué están tan tristes? (Lucas 24:17) Y uno de los caminantes le respondió que si él era el único que desconocía los acontecimientos sobre la muerte de Jesús de Nazaret que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo.
Los dos caminantes le decían al forastero de cómo Jesús había sido muerto y con Él la esperanza de liberación que ellos habían puesto en este hombre. Todo transcurría entre la confusión y el asombro para estos dos caminantes, pues citaron la versión de unas mujeres que habían dado cuenta de que Jesús había resucitado, pero ellos insinuaron que se trataba de un rumor que no les daba a ellos ninguna certeza y mucho menos esperanza.
Ante estas vacilaciones, el caminante comienza desvelarse. Los llama insesatos y les recuerda las promesas que estaban escritas. Les recrimina el hecho de que hayan olvidado las tantas veces que se dijo que este hombre iba a resucitar. Les recordó las Escrituras, les citó a los profetas. Entró a Emaus junto a ellos y allí compartió el pan hasta desaparecer.
Momento después de su ausencia ellos reconocen que su acompañante de caminata era Jesús. Entonces fue que entendieron y comentaron sobre como las palabras de su Señor ardían en sus corazones. El Jesús resucitado había hecho el trayecto con ellos y apenas se habían dado cuenta de quién era Él estaba a su lado. Jesús desapareció de su vista, pero también desaparecieron las dudas y los temores, el pesar y la desesperanza cedieron a un nuevo impulso de vida. El Jesús resucitado estaba con ellos.
Los creyentes tenemos que aprender a caminar con Jesús. El problema está en que con frecuencia nos vamos delante o nos quedamos muy atrás. Tenemos que aprender su compás para ir al ritmo de su marcha y escuchar su voz mientras nos desplazamos junto Él. Hay quienes no son capaces de discernir su compañía, pues no han saboreado la grata experiencia de caminar junto a Jesús y dialogar con Él.
El cristiano tiene que crecer en su comunión particular con el Señor. No siempre el Señor se nos manifiesta en el fuego espectacular y en el bullicio de la multitud. Podemos experimentar la presencia de Dios a solas.
Es maravillo levantarse orar y luego continuar en comunión cercana con Dios mientras hacemos nuestra caminata de rutina. El Señor es un amigo, es nuestra compañía y el apoyo emocional y espiritual y en todos los sentidos que ha prometido asistirnos en cualquier circunstancia.
Si tenemos dudas o temores, si hay confusión y pesar en nosotros, podemos contar siempre con su compañía y llevarles a Él nuestras ansiedades y problemas, con la seguridad de que Él le dará una salida sabia y apropiada.
Caminando con el Señor, Él nos va a mostrar su amor paternal, su amor que sobrepasa todo entendimiento. Andemos al compás con nuestro Señor, caminemos con Él y aprovecharemos más todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros.
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