Que el Señor nos ayude a repensar sobre esto de tener una fe viva, una fe que actúa. Para poder ser ejemplo en medio del mundo en el que vivimos.
Hoy publico unos comentarios que sobre el libro Santiago: la fe viva que impulsa a la misión realicé en el quinto número de la revista Sembradoras (2011). Es un libro que mucho enriqueció mi peregrinaje de esa época, sembrando la simiente para la posteridad.
El libro contiene el texto resumido de unas exposiciones presentadas en la Primera Iglesia Bautista de Valencia, de la Calle Quart.
He aquí el contenido de mi modesta reseña:
No podíamos dejar pasar este tiempo sin mencionar la contribución de nuestros hermanos Samuel Escobar y Eduardo Delás, quienes, con su libro Santiago: la fe viva que impulsa a la misión (Valencia, 2011, pp. 89), nos han hecho recordar, redescubrir la Justicia Socialque tanto se menciona en la Biblia. No sin sonrojarnos tendremos que decir que debemos desescombrar a los pobres y marginados en cada sílaba del Verbo.
Han sido valientes, pues aún hoy la epístola de Santiago no es bien vista por algunos sectores de nuestras iglesias, que tienden a espiritualizarlo todo. Quién sabe si muchos todavía no tienen claro que la Misión que nos dejó Jesús, y de la que tanto hablamos, es integral. Como dice René Padilla (en un artículo publicado en este mismo número de la revista), “la misión integral es la misión orientada a la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano, incluyendo su necesidad de Dios, pero también su necesidad de amor, alimento, techo, abrigo, salud física y mental, y sentido de dignidad humana”.
Ya desde el Prólogo, los autores nos entonan el estribillo de Santiago que dice que “la fe sin obras está muerta”. Texto clave que puede, si lo aplicamos, refutar a una sociedad poscristiana, posmoderna y secularizada. Santiago, nos dicen, “nos muestra cómo construir una comunidad de seguidores de Jesucristo, de practicantes de la fe en medio de luchas, pruebas, conflictos, salud y enfermedad, pobreza y riqueza”. Porque, como sabemos, Santiago dirigió su epístola a una comunidad que estaba viviendo en la dispersión, tal vez, como nos dicen los autores, a un conjunto de iglesias judeo-cristianas de Asia Menor. Y que se percibe que había una importante “tensión entre los creyentes y su fe” en un mundo cosmopolita y pluralista, religiosamente confundido, “con tendencia a privatizar las convicciones y convertir la misión de la iglesia en una actividad endogámica”, es decir entre cuatro paredes, para defenderse del entorno hostil.
Comentan los autores que Santiago cuestiona una religiosidad privada, separatista y ‘fugamundista’ sin compromiso con el prójimo. La verdadera religión, con la calidad de vida que debe acompañarla (pureza), tiene que ver con una espiritualidad personal capaz de descentrarse y desvivirse por los que sufren. Porque la vida de fe que impulsa a la misión es ‘de una pieza”.
Asimismo, nos citan las dos Bienaventuranzas con las que Jesús inaugura el Sermón del Monte: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”y “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”, diciendo que hablan de esperanza para los colectivos mencionados en las mismas, porque de ellos es el reino de los cielos y también porque ellos serán consolados. Y a partir de ahí nos lanzan una pregunta retadora: “¿Quién les hace llegar la esperanza del reino de los cielos y quién los consuela?”. Y la respuesta es más retadora aún: “Dios, claro, pero obrando a través de hombres y mujeres que se entienden a sí mismos como la iglesia que proclama, vive y desciende hasta los sótanos del sufrimiento humano para traer el evangelio del reino de Dios que acoge, restaura y consuela a los pobres que lloran”.
Esta es una carta escrita, como afirman los autores, por Santiago, el hermano de Jesús, “según las investigaciones más fiables” alrededor del año 49 o 50 d.C. En la Introducción, los autores nos resaltan que esta carta fue “ninguneada por los teólogos de los primeros siglos”. “¿Tendría algo que ver con la dolce vita, la posición de preeminencia, poder, autoridad y señorío, cada vez más impresentable de los obispos de las iglesias? Desde una posición así, ¿quién se acuerda de los pobres, los últimos, los que peor lo pasan en esta vida, de los que habla Santiago?”, dicen. Incluso Lutero escribe en el Prefacio al Nuevo Testamento: “La epístola de Santiago es una epístola llena de paja, porque no contiene nada evangélico… hace violencia a la Escritura y contradice a Pablo y a toda la Biblia (…)”. Nunca aceptó su canonicidad ni le otorgó autoridad apostólica… Como todos, tuvo luces y sombras.
Santiago, el hermano carnal de Jesús, quien, según todos los indicios, afirman los autores, desempeñó un importante papel en la iglesia de Jerusalén. Y que su participación en el primer Concilio de la iglesia en Jerusalén fue decisiva en lo que se refiere a la “proclamación de un evangelio universal y sin discriminación”.
A través de los once apartados que tiene el libro nos hacen recorrer los cinco capítulos que conforman la epístola. Y nos señalan los grandes temas que predominan en la misma: La paciencia en las pruebas (Cap. 1); La fe y las obras (Cap. 2); El uso de la lengua y la sabiduría (Cap. 3); Los pobres y los ricos (Caps. 4-5). Y aclaran: “Esta breve hoja de ruta interpretativa sólo se justifica si entendemos que la carta de Santiago es un desarrollo eclesial pragmático del Sermón del monte de Jesús de Nazaret (Mt. 5-7)… Santiago quiere que en las comunidades cristianas a las que se dirige se ponga en práctica y se viva de un modo visible la enseñanza de Jesús”.
Santiago nos hace una radiografía de la iglesia a la que va dirigida la epístola, y a través de ella muestra una comunidad acuciada por la persecución, las estrecheces económicas, las riquezas en manos de unos pocos. Una comunidad que ante la adversidad tiende a replegarse, a protegerse a sí misma. Y para colmo, los pleitos, la codicia, las envidias, la actitud altiva de los ricos, el despojo de los pobres, minan su salud interna. ¿Por qué todo esto nos resulta tan familiar? Quiere decir, pienso, que esta carta está totalmente vigente, porque la iglesia de hoy no está exenta de toda esta problemática. Por ello es acertada su mención de la sabiduría, no sólo como un conjunto de conocimientos que poseemos, sino como una manera de saber aplicar lo que sabemos a nuestro actuar en el día a día. Y es que aquellas comunidades a las que va dirigida la epístola pasaban por duras pruebas. Les habla de resistencia en medio de situaciones límite: “La prueba de vuestra fe produce paciencia”. Y nos insta a pedir sabiduría, si no la tenemos, para poder afrontar las situaciones que no podemos comprender. Y Él nos la da sin reproche… Las pruebas no hacen acepción de personas, nos hace ver Santiago. Por lo tanto, destierra, según nos comentan los autores, la creencia de que “la riqueza era un signo de aceptación de Dios y la pobreza como señal de pecado y de exclusión social y religiosa”. Y que es creíble la felicidad aun para el que pasa por duras pruebas, sólo si está basada en una relación de confianza, sostenida en lo que hemos aprendido en nuestra relación con Él. Él es nuestro Padre, en el que no hay sombra de variación.
Resulta interesante la postura de Santiago, quien cuestiona una religiosidad individualista, egoísta y sin médula misericordiosa hacia los pobres, los marginados… Resalta que nuestra fe debe ser una fe viva, que mana de una verdadera transformación y que luego, al materializarse, convoca al que está a nuestro lado a seguirnos en pos de Cristo. Santiago propugna una fe que dignifica al ser humano, parafrasean Escobar y Delás: que acoge sin distinciones, denuncia las injusticias y como respuesta a “la ley”.
Todo lo anterior demuestra lo que Santiago defiende: que la fe sin obras está muerta. Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo?(Stgo. 2.14). Los autores nos comentan que “la buena gente religiosa de la época de Santiago podría tener el tipo de conducta que él con tanta claridad y puntualidad describe”: “Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz, calentaos y saciaos’, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta” (Stgo. 2.15-17).
Y dentro del actuar del hombre, también entra en juego un pequeño órgano que Santiago lo presenta como instrumento de poder social (para bien o para mal). Tiene poder para calmar como para demoler: la lengua. Con ella podemos bendecir a Dios mientras pisoteamos su imagen, el ser humano.
Es curioso ver que no hay desperdicio en esta epístola; todo es de una actualidad pasmosa. Nos reta a vivir en santidad. Y nos presenta el desafío de la fe: ¿Dios o las riquezas? Reta a los sabios y maestros a acreditarlo a través de “un modo de obrar que proviene de un carácter manso”. Solo la sabiduría que proviene de lo alto es la que permitirá construir una iglesia, una comunidad que vive y da a conocer la paz, la misericordia, la justicia, siendo un oasis para los que tienen sed y hambre de todo ello.
Leer este libro me ha informado acerca de que ya desde la misma génesis de la iglesia había la necesidad, como dicen nuestros hermanos, “de revisar y recuperar el modelo de Jesús en lo tocante a la relación con el dinero, el trabajo y la economía, porque los cristianos parecen estar sumergiéndose en las estructuras injustas de este mundo… “Hoy y mañana iremos a tal ciudad y estaremos allá un año…Y traficaremos y ganaremos”(4.13). “Clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no le ha sido pagado por vosotros…”(5.4).
Y continúan las exhortaciones hasta el final. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y nada podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis porque no pedís. Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites… Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas están comidas de polilla… los clamores de los que han segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos… habéis condenado y dado muerte al justo y él no os hace resistencia… Por tanto, tened paciencia… tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor…”(Stgo. 4:1-3; 5:1-5, 7, 10).
Señalan los autores que saca a la luz la pecaminosidad de la comunidad. Lo cual nos permite entender sus apreciaciones finales sobre la espiritualidad de la vida en común y todo lo que ello conlleva. No he seguido la hoja de ruta establecida por los autores a lo largo de las páginas del libro, pero sí he intentado ofrecer unas pinceladas acerca de lo que el apóstol quiere transmitirnos.
Se destaca en el libro que esta carta va dirigida a un pueblo que va caminando y afrontando los cambios que tienen lugar en cada etapa de la historia, de ahí su actualidad para nosotros, que estamos afrontando tiempos de cambios y transiciones. Os invito a leerlo a la luz de la Palabra.
Concluyen los autores mencionando las exhortaciones de Santiago que van en la parte última de la epístola: “esta parte final de la epístola es una exhortación a cultivar una vida espiritual de la cual surgen la paciencia y la esperanza como actitudes vitales, como disposiciones de ánimo… La paciencia se nutre de la esperanza de la venida del Señor… La espiritualidad bíblica supone cristianos que se ocupan de su salvación con temor y temblor (Fil. 2:12-13). No sólo de manera individual y aislada, sino también en el seno de la comunidad…”.
Que el Señor nos ayude a repensar sobre esto de tener una fe viva… una fe que actúa. Para poder ser ejemplo en medio del mundo en el que vivimos.
Sobre los autores:
Samuel Escobar. Ha sido misionero entre universitarios por veintiséis años en América latina, profesor de Misionología en el Seminario Teológico Bautista del Este de Pennsylvania (EEUU) y profesor en la Facultad Protestante de Teología (UEBE), Madrid. Entre sus libros destacan: Decadencia de la religión (1973), De la misión a la teología (Buenos Aires, 1998), Evangelio y Realidad Social (1988); Así leo la Biblia (1999) Tiempo de misión (1999), The New Global Mission (2003) o En busca de Cristo en América Latina (2012), entre otros. Y como coautor junto a E. Delás: Santiago. La fe que impulsa a la misión (2011) y Vivir contracorriente. Efesios para nuestro tiempo (2014). Ha sido participante destacado de los tres congresos Lausana celebrados desde 1974. Y también parte del comité que preparó el Pacto de Lausana.
Eduardo Delás, Es pastor de la Primera Iglesia Evangélica Bautista de la Calle Quart en Valencia. Estudió en el IBSTE, donde fue profesor por varios años. Es, además, Licenciado en Teología Sistemática por la Facultad de Teología de Catalunya, Licenciado en Ciencias Bíblicas y Doctor en Teología por la Facultad de Teología de Valencia. Es uno de los responsables de la Escuela Bíblica Evangélica de Valencia (EBE).
Algunos de sus libros publicados: Dietrich Bonhoeffer: Un teólogo a contratiempo (2006); Dios es Jesús de Nazaret (2007); Seguir a Jesús de Nazaret hoy (2008); Santiago: La fe viva que impulsa a la misión, junto a Samuel Escobar (2011); ¿Bienaventurados los pobres? La revolución pendiente (2012); Jesús: La buena noticia del seguimiento. Síntesis de Marcos (2013); En diálogo con el precio de la gracia. Bonhoeffer actual (2014).
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