No hay un patrón único de evangelización. Incluso en los tiempos del Nuevo Testamento salta a la vista la pluralidad de formas en que fue extendiéndose el Evangelio de Jesús.
Hay de conversiones a conversiones. En el paso de un cúmulo de creencias a otro inciden distintos factores, en los cuales el converso interactúa de diversas formas. El de la conversión es un proceso en el que se conjuntan las necesidades de la persona, la forma en que le llega el nuevo mensaje, el contexto social, cultural y religioso, por lo tanto es reduccionista intentar estandarizar el por qué y cómo tiene lugar la conversión a una nueva fe o que es redescubierta por las personas.
Distintos estrategas de la evangelización han pretendido establecer formas evangelísticas válidas para todo sujeto, tiempo y circunstancia. Tal pretensión es equívoca, aunque sí es posible obtener lecciones históricas de las formas en que diversos grupos y personas han dispersado el Evangelio y la respuesta al mismo por parte de la gente.
No hay un patrón único de evangelización. Incluso en los tiempos de las comunidades de las cuales se ocupa el Nuevo Testamento salta a la vista la pluralidad de formas en que fue extendiéndose el Evangelio de Jesús. Al respecto es muy revelador el estudio de Joel B. Green, Conversion in Luke-Acts. Divine Action, Human Cognition and the People of God (Baker Academic, Grand Rapids, Michigan, 2015).
En cuanto al volumen comentado en dos entregas anteriores, de Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano (Ediciones Sígueme, Salamanca, 2017), el autor hace un provechoso acercamiento al contexto de la conversión y sus motivaciones en las comunidades cristianas anteriores a la oficialización del cristianismo como fe oficial del Imperio romano.
Kreider enfatiza que el panorama religioso romano era una realidad colosal, polifacética e ineludible. Esto se reflejaba en la vida privada y pública en las más variadas circunstancias. En tal contexto, se pregunta el autor, ¿quién podría querer hacerse cristiano?, ya que “en un ambiente religioso tan competitivo, ¿qué podían ofrecer los grupos cristianos que compensara los enormes inconvenientes que acarreaba hacerse christianus o christiana?”.
El bagaje formativo de las personas juega un rol condicionante, que no mecánico e inexorable, cuando es expuesto a un mensaje distinto al prevaleciente dentro de una colectividad. Por ello Alan Kreider menciona como “el obstáculo más formidable para que se produzca una transformación religiosa profunda [a] nuestra formación social”.
Para explicar el peso formativo de las normas culturales que gobiernan a los grupos humanos, el autor recurre a la noción de habitus del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para Bourdieu, el habitus (el terreno que nos reproduce y reproducimos), las fuerzas culturales que nos construyen, incluye el conocimiento intelectual pero va más allá. Se trata de “un conocimiento por el cuerpo, un sistema de disposiciones que portamos en nuestro cuerpo. Este conocimiento se entrena de maneras que no son explícitas. Está formado por convenciones sociales, incluida la forma en que llevamos a cabo tareas cotidianas –Bourdieu habla de los modales en la mesa, de cómo utilizamos los cubiertos– sobre las cuales aprendemos de niños que son aceptables y se convierten en una segunda naturaleza”.
Lo que somos está fuertemente vinculado al terreno de donde brotamos, y los nutrientes de ese terreno nos conforman de cierta manera y no de otra. Como afirma Kreider, “el habitus es lo que constituye nuestra sensación más profunda de identidad, lo que forma nuestras convicciones, nuestras lealtades y nuestros rechazos más hondos, y lo que configura nuestra respuesta a las preguntas definitivas –aquello por lo que vivimos, morimos y matamos (o no matamos)”.
En el proceso de conversión estudiado por Kreider hubo continuidad y ruptura con el habitus en el que vivieron las comunidades cristianas de los siglos II al IV. Antes y hoy, algunas prácticas culturales se articulan a los principios del Evangelio, pero otras le son contrarias y tiene que ser avaluadas a la luz de los principios del Reino de Jesús.
Debido a esto “las comunidades cristianas se esforzaron por transformar el habitus de los candidatos a ingresar en ellas –modificando su programación o incluso intentando una reprogramación de mayor alcance– a través de dos recursos: la catequesis, que remodelaba el comportamiento de los candidatos por medio de la enseñanza y la relación comunitaria (discipulado), y la oración, el acto más relevante de las comunidades que proporcionaba una formación alternativa, en que se establecía y se manifestaba un nuevo habitus con gran expresividad corporal”.
La tarea pedagógica de las células cristianas investigadas por Alan Kreider fue intensa, su fin era reconfigurar las convicciones íntimas y externarlas en la vida cotidiana. La espiral doctrina/práctica/mayor entendimiento doctrinal/reforzamiento de prácticas fue creando un nuevo piso cultural, distinto del que provenían las personas que fueron constituyendo las iglesias cristianas.
Kreider reconoce a Michael Green como uno de los autores que le influyeron para adentrarse en el estudio de las generaciones posteriores al Nuevo Testamento. Green observó certeramente la vinculación ortodoxia/ortopraxis en el Evangelio y cómo pedagógicamente tal vinculación era reforzada en los documentos neotestamentarios: “la enseñanza dada por los cristianos tenía que ver con la nueva vida en Cristo y los imperativos éticos que ésta implicaba” (La iglesia local, agente de evangelización, Nueva-Creación-William B. Eerdmans, Buenos Aires-Grand Rapids, 1996, p. 321).
En el Nuevo Testamento la enseñanza, el proceso de discipulado, estaba conformada por un conjunto de elementos que integraban lo que hoy podríamos llamar un curriculum educativo. Un recorrido cuidadoso por sus páginas nos muestra que ese núcleo educacional existía y su transmisión a los nuevos creyentes, así como su reiteración a los demás integrantes de la comunidad, eran tareas constantes de quienes tenían a su cargo el ministerio de la enseñanza. Green lo resume de la siguiente forma: “En Colosenses tenemos la siguiente secuencia: “Despojaos de la vieja naturaleza” (3:9), “revestíos de la nueva” (3:10), “someteos” (3:18), “velad y orad” (4:2) y “estad firmes” (4:12).
Esta puede parecer una selección arbitraria, hasta que encontramos otro modelo muy parecido en Efesios: “Despojaos” (4:22), “vestíos” (4:24), “someteos” (5:22), “estad firmes” (6:11), “velad y orad” (6:18). La Primera Carta de Pedro comienza con un fuerte énfasis en el nuevo nacimiento (1:23), y sigue con “despojaos” (2:1). “adorad” (2:4-9), “someteos” (2:13, lo cual explica detalladamente hasta 5:9 en lo relacionado con los maridos, las esposas, los ciudadanos y los dirigentes), “velad y orad” (4:7), “resistid” (5:8-9). También Santiago empieza con el nuevo nacimiento (1:18) y sigue con “despojaos” (1:21), “estad sujetos” (4:7), “resistid al diablo” (4:7) y “orad” (5:16). Todos estos pasajes se refieren al amor por los hermanos, el cual se explica detalladamente en Efesios, Colosenses y Santiago. Aunque no podemos estar seguros de los detalles de este ‘catecismo’, resulta ciertamente significativo que el mismo modelo global se repita en tres escritores tan diferentes como Pablo, Pedro y Santiago. Reúne todas las condiciones para ser un curso de formación valioso en nuestros propios días” (Op. cit., pp. 321-322).
Se puede estudiar lo religioso como creencia (lo doctrinal), o como conducta, es decir, las prácticas manifiestas de un grupo que se identifica con determinados postulados doctrinales. El primer acercamiento es el terreno de la teología, el segundo, de la sociología y otras ciencias sociales. La investigación de Alan Kreider es teológica e histórico/sociológica, ya que muestra cómo las creencias de los cristianos moldearon prácticas que impactaron el mundo cultural de los siglos II al IV.
La obra de Kreider da cuenta, a mi parecer lo hace de forma notable, sobre cómo el cuerpo de creencias recibido y transmitido por las comunidades cristianas marginales en el Imperio romano fue encarnado y dio lugar a un proceso de fermentación para crear una nueva ciudadanía. En términos neotestamentarios se trataba de gestar la Nueva Humanidad (Kainos Anthropos) referida en Efesios 2:15; 4:23-24 y Colosenses 3:9-10.
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