He vuelto a sentir que aún no sé si es más hermoso perdonar o experimentar el perdón.
Hoy, a altas horas de la madrugada, voy a confesarme con mis lectores y a contarles “Desde el Corazón” que me he sacado unas espinas que he llevado desde el principio de la semana. Verán, por un lado, me vino a ver un hermano para decirme que teníamos que hacer algo en favor de los refugiados que han sido acogidos en Valencia, y al ser yo de esa tierra, animar a mis contactos evangélicos a apoyarles en todo lo posible, y trató de darme lecciones de solidaridad… no hay duda que me pilló no en buen momento, así que le mandé mi andanada de artillería dialéctica. Empecé por decirle en tono irónico, que el problema ya lo tenían resuelto, pues las más de 2.300 personas dispuestas a recibirles en los puertos que bien conozco, podían abrir sus casas y aún podrían esperar nuevos barcos, pues tantos receptores bien podrían cubrir los 629 y aún quedaban casas para alojarles. Ya descontrolado un poco, le hice un sumario de las personas de aquí, de nuestra casa, que llevaban años entre nosotros, con buena conducta, ganas de trabajar, necesidad de papeles, pero que como no llegaban en “pateras” seguían con necesidades vitales; y siguen sin papeles, sin trabajo; y sin presumir, le indiqué una cantidad de esfuerzos que hacemos para ayudar de forma concreta, constante y solidaria a personas con rostro, hijos, ancianos y necesitados, y sin farolear le indiqué que yo ya no llego a más… ¿o tendré que subirme a un barco? y con vehemencia que le sorprendió al hermano, le recité la injusticia de tantos Monseñores de alta alcurnia, que poseen tantos conventos vacíos, tantas propiedades palaciegas sin usar y tantos tesoros acumulados, y no los abren a los tales migrantes; por mucho que desde el célebre balcón del Vaticano, se diga que hay que recibir a los que vienen de fuera… y se podría empezar por tal basílica, porque grande sí que es.
“Desde el Corazón” en tales horas con falta de ternura, critiqué la mediocridad de Europa, ladrona de materias primas de África, pero indiferente a levantar industrias y ciudades en las expoliadas tierras africanas; la falsedad de muchos políticos que tampoco abren sus chalets y casas de verano, y que sin embargo reclaman dietas “los pluses de sobresueldos” por asistencia a los Parlamentos, presentando al hermano fotos de hemiciclos casi vacíos, y los pocos que hay: usando sus móviles, tabletas, bostezando y trabajando bien poco… los eurodiputados más desoladores aún, pero eso sí, reclamando miles de Euros por plenos a los que no asisten, sea por fugados o en prisión… Ya estaba descontrolado, posiblemente porque me exacerbaba el que Hacienda me reclama pagar más de 1.300 euros, porque a mis ingresos como pensionista, tuve que añadir un monto de 3.500 euros rescatado de mi pobre plan de pensiones, para poder pagar unas facturas del viejo coche que poseo, facturas de algunos imprevistos en la propia casa… y este pellizco que tuve que usar para salir del apuro, me cuesta la carga de los 1.300 porque se considera que el pasado 2017 recibí una cantidad de “un pagador” (“mí mismo”) que superaba el total anual de mi pensión que no llega a los 650 euros… y mi vehemencia proseguía con un estilo que no es el mío en lid alguna.
Descarrilé, porque al hermano cuyo rostro ya estaba como suplicándome calma, aún le añadí más diatriba: “¿reflexionas en los WhatsApp que mandas?; ¿te los lees?; ¿de qué fuentes los recibes y reenvías, cuando dicen cosas como: ‘Dios me ha dicho que si mandas este mensaje a varias personas, recibirás bendición como al compartir la das’?; ¿pero tú eres cristiano con conocimiento de la Palabra? y cuando mandas peticiones para ayudar en situaciones que ya son viejas por los años que circulan por las redes ¿piensas en los proyectos concretos, reales, conocidos y necesitados que tenemos entre nosotros, aquí en España? y continué quejándome de los que hablan y no se mueven, de los que roban y nunca devuelven sus millonarios hurtos y muchas otras tropelías.
Y a estas horas ya de la mañana, no habiendo dormido ni mucho ni bien, me repaso y me digo: el pobre hermano venía con buenas intenciones y yo le eché jarrones de agua congelada de mis discrepancias. Y lo más triste es que las expresé desabrida y cruelmente bien sazonadas de vinagre. Me gustaría pensar que fue porque aquel día estaba muy cansado, pero temo que fuera más bien un turbio ramalazo de irreflexión.
Y ahora, a estas horas de muy madrugada, en mi despacho, me siento apenado y avergonzado de mí mismo, con la sensación de haber hecho daño a un amigo y haberlo hecho con cierta injusticia. Pienso que debo pedirle perdón y espero que el orgullo no me retraiga de hacerlo, aunque sigo mascullando que no es tan desacertado lo que dije, pero sí la forma en que lo expresé.
Así que tenía estas espinitas en el corazón, pero que han desaparecido cuando el hermano recibió mi nota solicitando el perdón. Y sepan mis lectores lo bien que me siento después de sacarme esas espinas. Porque también he vuelto a sentir que aún no sé si es más hermoso perdonar o experimentar el perdón.
Una de las grandes virtudes del Dios de la Biblia, es su infinita capacidad de perdón y el que lo haga –acordémonos de la magistral lección del hijo pródigo‑ con una tal alegría que parece que, más que perdonarnos, fuera Él quien recibiera el regalo. Y es que, como uno de mis antiguos niños campamentistas, a la pregunta de otro del grupo “¿qué oficio tiene Dios?... el espabilado peque contestara: “el de perdonador” ¡exacto! y es que entre las gracias del Dios del amor, está el comprender, guiñar un ojo a las tonterías que hacemos sus hijos, y abrazarnos como si nada hubiera pasado, siempre que encuentre, claro, una pizca de humildad y amor en sus tontuelos.
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