Cuando de protestantes españoles se trata, a Mª Elvira Roca no le cabe otra posibilidad, sino que sean renegados: de la fe verdadera, la buena, el papado, y, por ende, de su patria.
Si la señora Roca Barea sufre de indigestión con la Reforma Protestante en Europa, se puede comprender sus náuseas y vómitos contra la nuestra, la española. De todos modos, la autora explica muy bien su comportamiento en este caso. En la página 152 de Imperiofobia dice que “es importante, cuando se trata de opiniones y prejuicios, deslindar con el mayor cuidado causas y consecuencias. El prejuicio precede a las causas, las busca y las fabrica. No al revés. De otro modo dejaría de ser un prejuicio. No quiere decirse que invente sus justificaciones. Procede desenfocando los contextos, y mezclando verdad y mentira.” En pleno acuerdo con usted sobre lo que es un prejuicio; por eso también lo estoy con el profesor Miguel Martínez en la reseña de su libro: “Con numerosos retazos de verdad, Roca Barea teje una monumental falacia, intelectualmente insostenible y peligrosa desde el punto de vista ético y político.”
Por supuesto, que la Inquisición Española no mató a tanta gente como se le atribuye a veces; pero eso ya lo demostraron autores protestantes hace más de cien años. Por supuesto, también, que hay estudios “modernos” que acreditan ese aspecto, y la señora Roca los conoce. Pues las muertes ordenadas, dice en entrevista al órgano informativo de la diócesis de Málaga (27/03/2017), “están muy bien documentadas en un estudio del profesor Contreras y de un danés, Henningsen. La Inquisición juzgó un total de 44.000 causas desde 1560 hasta 1700, con el resultado de 1.340 muertos aproximadamente. Y esa es toda la historia.” Esa es “toda la historia” para la autora. Aunque no pueda dejar de contrastar a continuación el dibujo de su historia; pues “Calvino mandó a la hoguera a 500 personas en solo 20 años por herejía.” Aunque podría recordarse que el jesuita Juan de Mariana, seguramente no promotor de ninguna leyenda negra, coloca para antes de esa fecha, 1560, varios miles de quemados por la Inquisición. (Antes de esa fecha, porque no pudo contar más allá, pues Felipe II prohibió que se escribiera historia de España en la que apareciera el contexto de su biografía. Pura transparencia.)
Cuando de protestantes españoles se trata, a Mª Elvira Roca no le cabe otra posibilidad, sino que sean renegados: de la fe verdadera, la buena, el papado, y, por ende, de su patria. Si ya es lamentable ser protestante en el norte, serlo en el sur, en España, es caso de lesa humanidad; que ya se lo dijeron al Díaz que luego mataron, porque es cosa maravillosa ver a un español luterano, y quien consiga tal portento, más gloria tiene que “si convirtiese a diez mil alemanes o a hombres innumerables de otras naciones” (Bergua Cavero, 2006, p. 220). Que “como agua de mayo, aparecieran a mediados de siglo varios textos de renegados españoles”, vino a poner en manos de los protestantes el suministro del “material con que la propaganda levantó la idea común que ahora mismo protestantes y católicos tienen de lo que la Inquisición fue.” (p. 267) [Se refiere a Francisco de Enzinas y al autor de Artes de la Santa Inquisición Española.]
La señora Roca Barea, evaporado el humo del señuelo de los imperios, nos muestra con transparencia su pretensión: poder “entre todos los que no formamos parte del orbe cultural materialista e hipócrita del protestantismo, devolverle a Europa un poco del brillo y belleza que una vez tuvo”. (Roca Barea, 2018, p. 12) Por supuesto, en esa tarea abrillantadora habrá muchos estorbos, ninguno como encontrarse protestantes españoles, que su existencia lo estropea todo. Por eso Mª Elvira Roca no puede verlos. Como otros antes (que tampoco ha descubierto nada), no puede tolerar la libertad de ser protestantes en nuestro suelo patrio. Como no puede verlos, sólo atisba a doce.
Incluso el prejuicio más elevado no explica que Mª Elvira Roca llegue a afirmar, como hizo en El Mundo (3/02/2018), que “España produjo exactamente 12 mártires para el protestantismo, los cuales han dado lugar a tantos libros, comentarios y menciones que parecen doce mil. Los mártires católicos que produjo el protestantismo pueden competir con la guía de teléfonos de una ciudad mediana.” (El periódico destacó en negrita la primera y última frase.) Esto lo decía en una entrevista donde descalificaba una serie de televisión, “La Peste”, entre otras cosas, porque exponía una imagen de España, ¡y de Sevilla, la “protestante” Sevilla! que correspondería con la de la leyenda negra. Y añadió una frase de espejo importante: “La serie está teniendo un gran éxito. Así nos va. Efectivamente, la peste es la ignorancia”. Quiso hacer una gracia con el título de la serie y le salió un autorretrato. Efectivamente, su éxito por su ignorancia de nuestra historia es comparable a una peste.
Esta mirada tan rigurosa a la historia de los doce muertos, la lleva dispuesta en el bolso y la suelta a cada paso. Se puede decir que la señora Roca se mantiene en sus doce. Así contestaba en una entrevista en Diario de Sevilla (4/03/2018): “España produjo 12 muertos, que lo comprueben en los martirologios protestantes. ¿Sabe cuántos muertos provocó Calvino?” Ni acierta con Calvino, de quien no tiene ni idea, ni con los de nuestra Reforma, de la que solo tiene la idea de su prejuicio.
Mª Elvira Roca, habrá tenido alguna aparición, sigue con la cifra de doce, y con ella camina y explica su historia. Y como es una autoridad de su historia de España, no es extraño, por ejemplo, que en la televisión Intereconomía, precisamente en el programa cultural “tiempos modernos”, donde se presentaba un libro sobre la leyenda negra, que ella misma prologa, (21/04/2018) la voz en off de un vídeo de introducción, dijera que la Inquisición en España, en su represión del protestantismo, sólo mató a doce personas en 300 años. Dejemos el beneficio de la duda sobre si el presentador y el autor del libro no escucharon toda la introducción, pues no dijeron nada respecto a tremenda burrada; aunque el autor, Iván Vélez, sí apunta en algún momento de la entrevista “como se ha dicho en el vídeo”.
¿De dónde saca Mª Elvira Roca esa cifra? Pues no se sabe qué es peor, que sea fruto de un momento de deslumbre ante el brillo de la España tridentina, o que se remita a una cita que ella misma da en Imperiofobia. Efectivamente, en la página 277 dice: “Según el investigador protestante E. Schafer (sic), autor de un monumental trabajo de investigación sobre el protestantismo en España, el número de protestantes condenados por la Inquisición española entre 1520 y 1820 fue de 220. De ellos solo doce fueron quemados”. (Y da la referencia de la obra en alemán: I, 345-67) Sacar de aquí que se mataron “sólo a doce personas” es mucho sacar. Tampoco nos vamos a extrañar de que la autora desconozca que ese “trabajo monumental” está en castellano, con el reconocimiento por la academia de la excelencia del trabajo de su traductor, Francisco Ruiz de Pablos (Cimpe, Sevilla, 2014). Pero ¿qué dice realmente Schäfer? En el volumen I, página 343 (edición castellana): “De alrededor de 2100 personas a las que según nuestras actas se les hizo proceso por protestantismo, solo fueron quemadas 220 aproximadamente en persona y 120 aproximadamente en estatua, un número que ciertamente es siempre todavía grande, pero que no alcanza ni desde lo más lejos a la opinión de Llorente y otros; y en el mismo están contabilizados los grandes autos de Valladolid y Sevilla, solamente en los cuales fueron quemadas unas 70 personas en verdad y 30 en efigie”. Y añade en la página 346: “La ejecución de la sentencia de muerte sucedía siempre por cremación, es decir, en el caso de persistente pertinacia, cremación del cuerpo vivo, mientras que aquellos que inmediatamente antes de su muerte aún se confesaban eran estrangulados con el garrote español, el virote, y su cadáver entregado a las llamas. La cremación en vivo tuvo lugar muy raramente en el caso de los protestantes; entre 220 de ellos apenas una docena de casos, pues abiertamente la mayoría de ellos no pudieron resistir la tentación de conseguir un final más suave mediante una palabra de arrepentimiento; y además la Inquisición ponía todo su empeño en provocar al menos una pequeña señal de arrepentimiento por parte de los relajados y solo permitía la cremación con cuerpo vivo si la pertinacia era pública y notoria. Así no tenemos que extrañarnos si incluso evangélicos perseverantes no fueron finalmente quemados vivos y en cualquier caso no tenemos derecho a considerar sin más el agarrotamiento antes de la cremación como una señal de que ellos no se mantuvieron fieles a su fe.” De manera que, eliminada la posibilidad de que la señora Roca se haya cegado por el brillo de Trento y no vea bien los números, nos queda la más oscura de que la autora que se usa tanto como autoridad sobre la historia, ni siquiera acierta a leer con inteligencia las citas que ella misma ofrece.
Que alguien con tales fundamentos aborrezca a nuestra Reforma española, no merece ni un minuto de atención. Resulta, sin embargo, que a Mª Elvira Roca Barea, por su libro y sólo por su libro, se le ha concedido este año la Medalla de Oro de Andalucía. Y esto sí merece reflexión, pues se añade a otros ejemplos de utilización de su obra como soporte para una idea de España. Un modelo que incluso considera un desliz imperdonable el Estado de las Autonomías, ni eso; cuanto menos otras ideas “nacionalistas”. El gobierno de Andalucía sobre la concesión de sus medallas de oro explicó que se realiza con gran cuidado y mucho estudio para las personas o entidades que la reciben. (Tal era la razón, decían, que no la dieran en vida a un conocido humorista.) Pues en este caso, algo más de un año de vida del libro Imperiofobia y ya se ha estudiado con sumo cuidado su merecimiento. Resulta que conceden el honor a una autora que desprecia el protestantismo y a la Europa protestante. El gobierno de Andalucía, al premiar y honrar a la autora, premia y honra el desprecio a la Reforma, también a la nuestra. Y como se ve, honra la falsificación de la historia.
No es extraño. En la misma Sevilla donde se celebra el acto de entrega de esas medallas de oro (con motivo del Día de Andalucía, 28 de febrero), se ha confirmado su título municipal de, entre otros, de “mariana”, que se lo otorgó Franco. (El gobierno municipal, como el de la Autonomía, es socialista.) La filacteria completa del escudo dice: muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana. En el documento oficial de reconocimiento del escudo se afirma (por centrarnos en la parte final) que “invicta” es título concedido por el gobierno de Isabel II, el 1 de agosto de 1843; y lo de “mariana” está “otorgado por decreto del Jefe del Estado el 6 de diciembre de 1946”. Parece que hubo cierto rubor de escribir Franco, o Generalísimo. Pero vale.
Sin salirnos de la procesión, y pidiendo disculpas por apuntarles otro indicador local, pero que es reflejo del modelo mental que sobre la cuestión religiosa se tiene por la mayoría de la esfera política en España, de todos los palos. El 21 de septiembre de 2016, la Hermandad de La Paz recibió por parte del Alcalde socialista de Sevilla la medalla de oro de la ciudad, otorgada con motivo de la coronación canónica de su titular (María Santísima de la Paz). La medalla, así se notaba en la información, era réplica de la concedida antes al Consejo de Cofradías de Sevilla. En el acto, por parte del Partido Popular se encontraban Juan Ignacio Zoido y Gregorio Serrano (luego, ministro del Interior y director general de tráfico, respectivamente). Además, se contaba con alta representación militar y civil, lo que en esta ciudad de Sevilla es algo “tradicional”. Estamos acostumbrados a que estas participaciones en las liturgias papistas (pongan, si quieren, “católicas”, es lo mismo) “se han hecho así siempre”.
Lo de nuestra ciudad lo digo sin reproche alguno, pues estamos en libertad social y cada cual elige su lugar, también los partidos políticos, es así y no cambia, pues quienes deberían transformar y reformar, ni lo intentan. Pues eso es lo que hay aquí, en nuestra Sevilla, y me parece que es reflejo del moderno socialismo y algún otro sector de la izquierda. Que cada palo aguante su vela, o que cada mano lleve su cirio.
Quede constancia, pues, de que el manto religioso papista está aceptado. Pero lo de la concesión de la medalla de la ciudad a la hermandad de La Paz no puede taparlo ese manto. Es de otra índole; tiene que ver con lo que el socialismo ha promovido, y que se ve que no siempre ha vivido. Me refiero, por supuesto, a la Ley de Memoria Histórica.
Sería impensable que un alcalde, además, socialista, se hiciera fotos colocando una medalla o distinción de la ciudad delante de, por ejemplo, el monolito de una plaza, que fue instalado allí precisamente a los pocos meses de terminada la Guerra Civil, y que le da nombre desde ese momento a la plaza, a la que pusieron “de la Victoria”, para celebrar la victoria de la guerra, y tiene el añadido “de la Paz”, para significar la paz que dicha victoria ha traído. Pues eso es lo ocurrido, y como muestra vale un botón, no es menester acudir a otros ejemplos. La hermandad de La Paz, receptora de la medalla de la ciudad (cuyo otro titular es el Cristo de la Victoria), dice esto de sí misma en su página informativa (los actuales integrantes seguramente tendrán sus opiniones particulares):
“Nos situamos en la Sevilla de 1939. La Guerra Civil española ha terminado el 1 de abril. Ese año la Semana Santa se celebra con todo su esplendor ya que a Sevilla hacía tiempo que había llegado la paz y la ciudad era considerada como retaguardia.
En Sevilla, en la primavera del 39 se vivía intensamente el año de la Victoria. Durante el mes de abril, el Jefe del Estado, Francisco Franco visitaba nuestra ciudad siendo aclamado por la multitud. Se celebraba en la Avenida de la Palmera el Desfile de la Victoria, y la Virgen de los Reyes el 16 de abril, y el Gran Poder el 2 de mayo salen en procesión para dar gracias por el fin de la guerra.
En la primavera del 39, toma posesión como Arzobispo de Sevilla el Cardenal Pedro Segura, un hombre de recio carácter y temperamento. Rápidamente afirmó sus criterios en lo litúrgico y en lo profano. El Gobierno de Franco halló en él un aliado perfecto para que a través de la piedad popular reconvirtiera la Sevilla marxista de 1936 en la Sevilla cristiana de la Postguerra.
En este ambiente de euforia por la llegada de la paz y de énfasis religioso se funda la Hermandad de la Paz.”
Ya ven, parece que eso de “reconvertir por medio de la piedad popular a la Sevilla marxista del 36” ha tenido sus frutos. Incluso una agnóstica, como ella afirma, ha sido convertida a la “religión” de la unidad de España y defensa de su identidad papista. Del desprecio a los nuestros que muestra Mª Elvira Roca, yo paso con profundo olvido, ni caso; pero del honor concedido por el gobierno andaluz a quien lo propugna y propaga, ni paso ni olvido. Cada uno ha ocupado su lugar en el auto de fe.
Y unas notas necesarias contra los bulos propagados, no por ella sola, pero con gran publicidad en la persona de Mª Elvira Roca.
Sobre los muertos de nuestra Reforma, ya se lee en Schäfer (que ella cita como una gran obra, pero que no ha leído) que suman 220, de los cuales 12 (sus famosos doce, señora Roca) fueron quemados vivos (una buena parte, “quemadas”).
Que la Inquisición española no mató a mucha gente. Pues eso ya estaba documentado hace más de cien años; no ha descubierto nada. Simplemente por la sencilla razón de que el acusado que terminaba muerto era un símbolo del fracaso del proceder del tribunal. De todos modos, siempre convenía para el acto público que hubiera algún quemado.
Sobre la tortura, lo mismo. La Inquisición no tenía ese método como algo cotidiano, pues representaba un fracaso en su metodología. Pero en el caso de los protestantes, la media de torturas, según Schäfer, fue del 50 por ciento. (Por supuesto, además, nada de esos quince minutos que la señora Roca repite de bulo en la red. Ocupaba la jornada de la mañana, varias horas.)
El famoso modelo de gracia final, donde el reo condenado a muerte podía librarse con algún gesto de arrepentimiento, incluso al pie del cadalso (lo recuerda la autora, p. 277). Con lo cual el tribunal quedaba señalado de eficaz, pues había “devuelto” a la oveja perdida. Eso, por orden papal expresa, no se aplicaba a los protestantes. Éstos, incluso si mostraban algún gesto, les servía solo para no ser quemados vivos. Se los estrangulaba antes. A los protestantes no se les consideraba ovejas perdidas, sino lobos.
La limitación de testificar contra familiares directos que usaba el ordenamiento del tribunal, tampoco se aplicaba con los protestantes. Se tenía el deber de acusar a padres, madres, esposos, hijos.
El secreto de confesión, no se tenía que mantener con los protestantes.
El famoso abogado defensor en el procedimiento del tribunal inquisitorial, que es producto esencial en el quitamanchas y abrillantador de la Inquisición, tenía dificultades evidentes para cumplir su teórica función, pues por encima de cualquier otro aspecto, estaba la orden papal de excomunión contra quien “estorbase el proceder del tribunal inquisitorial”, con ello se tenía un arma de gran eficacia y uso, y al abogado se le recordaba a cada paso que podía incurrir en estorbo del propósito final: la recuperación de la oveja perdida. El abogado, por otra parte, tampoco conocía de qué se acusaba al defendido, hasta que se leía el acta de acusación, ya adelantado el procedimiento inquisitorial, y tampoco conocía a los testigos que acusaban, y no podía hablar con su defendido si no era en presencia del inquisidor. Algo de dificultad tiene ese producto abrillantador, pero, además, con los protestantes no se podía usar. Si alguien confesaba que creía que solo la obra de Cristo salvaba, que no había obras meritorias, que no había purgatorio, o que el tribunal no era cristiano, por ejemplo, quedaba señalado como hereje, por tanto, privado de derechos. Defender a un hereje te hacía a ti cómplice.
Por la tanto, la imagen de la Inquisición española que se expande por Europa en este tiempo del siglo XVI, es correcta, pues así de terrorífica era su actuación. Por supuesto, esa modalidad no se mantiene en su funcionamiento. Atribuir a la actuación del tribunal en otros espacios temporales lo que fue propio de su represión del protestantismo español, y en España, no será correcto; tampoco es correcta la pretensión de presentar un tribunal con el ropaje de actuación ulterior, como si no hubiera existido su represión del protestantismo. No es que haya dos Inquisiciones, es que la misma, con el protestantismo, es la más diabólica, y ésa es la que se mostró en Europa.
Finalmente, señora Roca, nos dice que solo doce muertos (que ya sabrá que no es verdad), pero para su argumento incluso sería suficiente para mostrar su falacia. Pongamos el número adecuado. Su discurso autorizado y premiado es que España sólo mató a 220 protestantes (tampoco habría que olvidarse de otros muchos, condenados con otras penas), y luego dice: ¿saben a cuántos mató Calvino? Señora Roca, ¿qué nos importa? Allá los protestantes europeos con sus obras. Pero, dígame, ¿sabe a cuántos paisanos españoles mataron los protestantes españoles? ¿a cuántos lesionaron? ¿a cuántos torturaron? ¿Le sale la cifra? Cualquiera se la puede decir: cero.
Notas
La imagen fue entregada como recuerdo del Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español para los participantes en el 7º congreso sobre Reforma Protestante Española, celebrado en Sevilla, del 24 al 27 de octubre de 2017. Esas cenizas, al levantarlas el viento de la libertad, dejarán las ascuas como semillas, donde florezca el nuevo día de la justicia y la paz de la Verdad.
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