Su espiritualidad no era espiritualismo, porque aquélla, cuando es la exteriorización de un cambio interior natural y necesariamente se expresa en actos cotidianos que siembran el shalom de Dios.
Al activismo político/electoral evangélico de hoy le haría bien una mirada histórica. Otras generaciones cristianas han enfrentado el reto del accionar en la vida política con ciertos valores bíblicos y retos contextuales. El pragmatismo voluntarioso que desdeña las lecciones históricas pudiera incurrir en triunfalismos momentáneos, que más tarde podrían transformarse en estrepitosos fracasos.
La obra que hoy comento es una herramienta muy útil para entender cómo una creencia gestada en la periferia político/cultural del siglo primero D. C. fue extendiéndose hasta el corazón del Imperio romano. Al igual que se ocupade las respuestas vivenciales que dieron las primeras generaciones cristianas en un mundo que no compartía los principios éticos de quienes veía como extraños porque iban a contracorriente de los valores de honor y prestigio de la época. Se trata del volumen escrito por, Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano (Ediciones Sígueme, Salamanca, 2017).
Este libro fue publicado originalmente en inglés, en el 2016. Tuve el gran privilegio de conocer a Alan pocas semanas después de la publicación de la obra, y él atentamente me regaló un ejemplar junto con un muy grato tiempo de conversación. Lo conocí en el Anabaptist Mennonite Biblical Seminary, en Elkhart, Indiana, donde tuve lindos y provechosos días de investigación. Alan nació en 1941, y falleció en mayo de 2017 por mieloma múltiple, que le había sido diagnosticado unos meses antes. En 1971 obtuvo el doctorado en historia por la Universidad de Harvard. Alan y Eleonor, su esposa, fueron personas claves, a partir de 1974 y hasta 1991, en la consolidación del Centro Menonita de Londres. La pareja se trasladó a la Universidad de Manchester, donde él enseño cursos de teología. En 1995 Alan comenzó a enseñar en la Universidad de Oxford, y fue el primer director del Centro para el Estudio del Cristianismo y la Cultura. Alan y Eleonor regresaron en el años dos mil a los Estados Unidos, y él retomó la enseñanza en el Associated (que después cambió a Anabaptist) Mennonite Biblical Seminary. Alan se jubiló del Seminario en el 2009, aunque esporádicamente impartía algunos cursos, para dedicarse más a la escritura de artículos y libros. Fue nombrado profesor emérito de historia y misionología.
Alan Kreider fue autor de varios libros, entre ellos The Change of Conversion and the Origin of Christendom; A Culture of Peace. God’s Vision for the Church; Social Holiness: A Way of Living for God’s Nation, Worship and Mission After Christendom (en colaboración con su esposa) y el volumen del que me ocupo hoy. Como anabautista/menonita, Kreider sostuvo que era necesario resistir a la tentación constantiniana, es decir, rehusarse a tener al Estado como aliado para “cristianizar” a la sociedad.
En la obra que precede a la que hoy introduzco, Worship and Mission After Christendom, Alan se ocupa de clarificar lo que bíblicamente es alabanza. Éste termino es reducido y/o mal interpretado ahora por quienes lo tienen por sinónimo de confesar y cantar palabras que exalten a Dios. Kreider sostiene, y concuerdo con él, que alabanza y ética de quien alaba no pueden estar desvinculadas, sino que necesariamente conforman una integralidad que debe evidenciarse en las vidas de quienes alaban a Dios. La corriente dominante hoy en el evangelicalismo tiene que ver más, en términos de alabanza, con ciertos rituales y expresiones cantadas, pero no se relaciona, o se relaciona escasamente, con la calidad de vida de quien con arrebatos emocionales entona lo que en el mundo evangélico se denomina alabanza y adoración.
Kreider nos recuerda que la “latreia que Pablo describe en Romanos 12:1-2 involucra la transformación de todos los aspectos de las vidas de los creyentes para que lleguen a ser semejantes a Cristo. [En el Antiguo Testamento] la autenticidad de la liturgia está condicionada por la calidad de vida ética de aquellos que participan [en la alabanza]. […] La visión de Jesús es semejante a la de los profetas: no hay auténtiga liturgia a menos que haya discipulado”.
Para sentar las bases históricas del “giro constantiniano” de la Iglesia cristiana, Alan Kreider recuerda que fines del siglo IV el emperador Teodosio I declaró como única religión legal al cristianismo. En el siglo VI otro emperador, Justiniano I, hizo obligatorio el bautismo. Después de esto, como se suponía que toda la población era cristiana, la misión y práctica de la misma desapareció en la cristiandad. Entonces el régimen de cristiandad (conformado por la simbiósis Estado-Iglesia) sujetó a las iglesias y sus liderazgos a “garantizar la salvación eterna de la gente que ya era cristiana y a apuntalar el correcto funcionamiento de las sociedades de cristiandad”, observa Kreider.
En su libro La paciencia, Alan Kreider comenta en el capítulo inicial “El improbable desarrollo de la Iglesia”) que hasta antes de la oficialización del cristianismo como fe oficial del Imperio romano, las comunidades cristianas representaban entre 8 y 12 por ciento de la población que vivía en el territorio imperial. La fe se había diseminado mediante los creyentes comunes, sin grandes apoyos logísticos ni monetarios. Al contrario, las comunidades cristianas del primer al cuarto siglo D. C. debieron enfrentar condicones difíciles para su expansión y sobrevivencia. Al respecto el autor nos llama a evaluar la expansión del cristianismo en las centurias mencionadas: “Tendemos a dar por supuesto este crecimiento y a olvidar lo sorprendente que fue. No perdamos de vista que nadie tenía por qué unirse a las iglesias. No se obligaba a nadie a hacerse miembro por medio de la invasión militar o de la coacción legal; tampoco inducían a ello las convenciones sociales. De hecho, el cristianismo creció a pesar de la oposición de las leyes y de las convenciones sociales, que eran ambas elementos disuasorios muy poderosos. Además, la posibilidad de morir a causa de las persecuciones acechaba en el horizonte de la iglesia preconstantiniana”.
La Iglesia cristiana estigmatizada por un entorno hostil, subraya Kreider, no hacía evangelización ni campañas evangelísticas, al menos no como se entiende tales términos en las iglesias evangélicas contemporáneas. ¿Entonces cómo fue que se expandieron e impactaron al mundo que les rodeaba?
Para responder la pregunta anterior, Alan Kreider adelanta hallazgos a los que le llevó su investigación plsamada en el libro. Señala cuatro elementos. 1) La paciencia, virtud cultivada en las comunidades que confiaban en Dios, “creían que Dios es paciente y que Jesús es la encarnación visible de la paciencia. Y concluyeron que ellos, poniendo su fe en Dios, debían ser pacientes: no pretender controlar los acontecimientos, no angustiarse ni tener prisa, y no recurrir a la fuerza para lograr su metas”. No debemos confundir paciencia con quietismo. 2) De forma sencilla los cristianos enfatizaban pocos puntos doctrinales pero eran claros en su seguimiento de la ética de Cristo. Para explicar el punto, Kreider toma el concepto habitus, del sociólogo francés Pierre Bourdieu: “Las fuentes rara vez testimonian que las primeras comunidades creciesen porque ganaran debates; antes bien prosperaron porque su conducta habitual de estos (enraizada en la paciencia) resultaba peculiar y atractiva […] Cuando se cuestionaban sus ideas, los cristianos remitían a su forma de actuar, a sus obras. Creían que su habitus, la conducta que encarnaban, era elocuente por sí mismo. Su comportamiento revelaba su fe, era una puesta en práctica de su mensaje”. 3) En la configuración del habitus los cristianos ponían énfasis en la enseñanza continua y creciente, así como en el culto realizado en las asambleas o reuniones que mayormente tenían lugar en las casas de los creyentes, no en espaciosos y lujosos templos. En estas asambleas había mucho más horizontalidad que en las sociedades circundantes. Eran espacios de dignificación cuando lo común era la estratificación y verticalismo social. 4) El fermento, consistente en “una energía efervescente –una vida interior que se expandía desde lo más hondo– cuyo potencial era inmenso”. Su espiritualidad no era espiritualismo, porque aquélla, cuando es la exteriorización de un cambio interior natural y necesariamente se expresa en actos cotidianos que siembran el shalom de Dios. Hicieron política cotidianamente a través de sus pequeñas acciones personales y comunitarias, fermentandos así su sociedad.
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