Manuel Molares fue un hombre de Dios, que hizo todo lo que estaba en su mano por ayudar en tiempos y cosas difíciles a la iglesia de Dios y a la extensión del Reino.
“Que estés fuera de mi vista ahora, no quiere decir que estás fuera de mi mente”
Dedicado al recuerdo de Manuel Molares Porto.
Es tan irónica la vida, que en el día dedicado al trabajador, temprano en la mañana sonó el teléfono; había partido con el Señor uno de los trabajadores más grandes para el reino, Manuel Molares, un guerrero para su Señor como pocos he conocido, y mi alma se llena de preciosos recuerdos que conservo en la mente desde siempre, y me desbordan de un modo demasiado fuerte.
Cada vez que leía en mi Biblia…
“No abandones a tu amigo ni al amigo de tu padre,...”
Prv. 27. 10
Venía inexorablemente un nombre, una figura, alguien muy querido para mí, Manuel Molares, Manuel Molares Porto… Manolo Molares…
No pretendo hacer ningún in Memoriam, ni una biografía, ni nada por el estilo. Simplemente mi corazón está tan repleto de recuerdos entremezclados, y de sentimientos tan profundos, que siento la necesidad de plasmar todo lo que mi corazón atraviesa en estos momentos de dolor para mí.
No tengo ni la más remota idea de cuando lo conocí; porque él me vio nacer a mí. La historia de la amistad y cariño profundo de nuestras familias, se remonta al tiempo de mi bisabuelo paterno, al cual no llegué a conocer; y si intento pensar y pensar en algún momento malo en tantos años, simplemente no lo consigo.
Manuel Molares era natural de Salvatierra del Miño, un precioso lugar de la provincia de Pontevedra, Galicia. Un lugar donde había una buena ascendencia judía. Cada vez que miraba la cara de mi querido Manuel, veía sus rasgos y su nariz, lo inteligente que era, y muchas cosas más, no podía evitar el pensar que tenía una importante ascendencia judía.
No voy a contaros la preciosa historia de su vida, la cual está recogida en la Trioloxía “Evanxélica memoria” por el gran y querido escritor Xavier Alcalá, quien lo plasmó de un modo tremendamente hermoso bajo un seudónimo.
De los recuerdos de su juventud más importantes, no puedo dejar de contaros un episodio que Manuel vivió en tiempos difíciles. En una ocasión, lo iban a fusilar por su fe. Por una obra misericordiosa y milagrosa del Dios al que siempre sirvió, no lograron acabar con su vida.
Recuerdo con todo mi amor a su Carmiña, “preciosa Carmiña de ollos mouros” y solamente con cerrar mis ojos la puedo recordad con toda exactitud y en toda su extensión… Recuerdo las reuniones de Ancianos en mi amada iglesia de Ares, los domingos después del culto de comunión. Mientras nuestras madres charlaban y esperaban, los niños jugábamos, y ni nos importaba la hora; cuando Carmiña decía… “Bueno, va… Fumata blanca… Estos homes...”.
Manuel y Carmiña tuvieron cinco hijos, todos ellos conocidos e inolvidables para mí; pero por edad parecida, los dos menores, Alfredo y Alberto, eran nuestros grandes amigos y compañeros de juegos. Si era verano, era fácil montar una deliciosa fiesta en torno a una mesa con lo que fuera, en la casa de mis abuelos; mientras los niños jugábamos al escondite, al escondite inglés, a construir cabañas… Recuerdo como nos devorábamos unos deliciosos bocadillos de jamón, o lo que nos dieran, en tiempo de verano. Cuando era invierno, pasábamos por su inolvidable casa de Puentedeume, camino de vuelta a La Coruña.
Recuerdo aquel precioso y entrañable comercio y las miradas junto a palabras inquisitorias de mi abuela… “Niñas, tened cuidado, a ver si vais a romper algo”. Me encantaba jugar a ser “chica dependienta”, ponerme detrás del mostrador, y envolver lo que fuera con aquel “fixo” grande que pesaba mucho. En aquellas ocasiones, mientras los mayores charlaban de todo lo habido y por haber, nosotros subíamos y bajábamos escaleras jugando a o que fuera… ¡Jamás lo podré olvidar!
Recuerdo a Manuel Molares con una sonrisa siempre muy especial en el rostro, gallego donde los hubiera, con retranca... ¡donde la hubiera! Disfrutaba de los buenos amigos y del buen comer… Pero muy por encima de todo eso, recuerdo a un hombre de Dios, que vivió para su Señor, e hizo todo lo que estaba en su mano, a su modo, por ayudar en tiempos y cosas difíciles a la iglesia de Dios y a la extensión del Reino. Sé muy bien que pagó precios caros por unas cuantas cosas, por ser fiel a sí mismo y al Dios al que servía… Cuando intento llegar hasta mis más remotos recuerdos, lo puedo encontrar viniendo a los cultos de Ares, que se celebraban a las cinco de la tarde, en una moto “sidecar” llevando a una persona maravillosa, su suegra Dña. Cándida, con el cabello tan blanco como su nombre, y una pañoleta para protegerse del frío.
Estoy segura que en estos días, será mucha la gente que escriba sobre Manuel Molares, muchas cosas que hizo y logró para su pueblo, el pueblo de Dios. Yo sólo puedo y quiero dejar una semblanza muy personal de alguien que ha dejado una profunda huella de todo lo bueno en mi vida.
Cuando ya en los tiempos más cercanos, mi esposo y yo salimos a servir al Señor a todo tiempo, sus ojos se empañaban cada vez que nos veíamos. Siempre me animaba a todo lo mejor; fuera a la hora que fuera, no se perdía ningún programa de radio donde yo estuviera, le hablaba de mí a gentes de su comarca que también escuchaban… Y no podría; aunque quisiera, tener ningún mal recuerdo de él; aunque ya sé que nunca todo lo hacemos al gusto de todo el mundo.
Hoy, estoy segura que “el cielo se ha vestido de gala” para recibirle, y de que la alegría y el gozo fueron inmensos; por encima de todo, por poder abrazarse a los pies de su Señor, al que amó y sirvió fielmente durante toda su vida, una dilatada vida de más de 101 años. Y también; aunque de otro modo… Poder abrazar a su querida Carmiña, a su hijo José Carlos, a mi papá… A tantos que le precedieron y le amaron… Manolo, dile a papá que lo sigo extrañando cada día de mi vida; disfruta de esa maravillosa gloria, gozo y majestad del Rey de Reyes, que estoy segura que cuando de vio entrar por los maravillosos ¡Portales de esplendor! Te dijo… “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” Y que nadie me venga con historias o teologías baratas ¡Por favor! Hay cosas que ni sabemos de forma cierta como van a ser. Pero algo tengo bien seguro:
“… Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”.
2ª Cor. 5: 8
“Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”.
Apoc. 14: 13.
Manuel, Manolo, Manoliño… ¡Hasta pronto, porque el Señor no retarda Su regreso… Te quiero muchísimo, y has dejado en mi vida una estela de ejemplo y bendición que jamás podré olvidar!
No sé como firmar, en unos momentos en que mis lágrimas no me permiten ver bien, si con mi nombre, o tal como me llamabas… ¡Mi neniña”!
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