Un amplio sector de nuestra comunidad supuestamente cristiana ha cedido, a menudo sin darse cuenta, a la idolatría del materialismo y del pluralismo.
"Hijitos, guardaos de los ídolos" (1Jn 5.21) resume bien el desafío del Apocalipsis a las iglesias de nuestra América. Hoy día los cristianos, y sobre todo los protestantes, estamos seguros de haber dejado atrás para siempre la idolatría y el politeísmo. Pero los nicolaítas de Pérgamo también hubieran dicho lo mismo. No se daban cuenta de la idolatría que había dentro de ellos mismos.
Una palabra de Jesús pone el dedo en el culto idolátrico más extendido entre "cristianos" de América hoy: "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6.24 BJ).
Es difícil negar que un amplio sector de nuestra comunidad supuestamente cristiana ha cedido, a menudo sin darse cuenta, a la idolatría del materialismo consumista. La cuenta bancaria, los bonos y acciones, propiedades, casas, carros, botes y otros objetos se convierten realmente en la finalidad última de su existencia, rivalizando con Dios para ser señor de sus vidas.[1]
Un ejemplo de esta seducción idolátrica hoy es el fetichismo del automóvil. En la moderna sociedad capitalista, el carro ha llegado a ser mucho más que un vehículo de transporte. Se ha hecho, para muchos, portador del sentido y valor de la existencia. Una persona vale lo que vale el carro que maneja.
En los Estados Unidos, más que cualquier otra cosa el automóvil lujoso simboliza la plena realización del famoso sueño americano. Por el amor con que el norteamericano típico celebra el culto del carro, Marshall McLuhan lo tildó como "la Novia Mecánica".[2] Juan de Patmos diría, "el dios de cromo", incluso para muchos cristianos.
Otra manifestación de esta idolatría, pocas veces sospechada, es la identificación, explícita o implícita, de determinado sistema político y/o económico con el cristianismo. Mientras el "pecado" del comunismo es declaradamente el ateísmo, el "pecado" del "capitalismo democrático" suele ser la idolatría.
Es muy común, especialmente en los EE.UU, pensar que cualquier sistema o movimiento que se opone al sistema norteamericano, por definición, se opone también a la fe cristiana. El "capitalismo democrático" (el "American way of life") es el mejor sistema posible y la voluntad de Dios para toda la humanidad, en efecto equivalente al reino de Dios. Por lo mismo, se justifica matar a los que amenazan "los valores occidentales" de la cristiandad, pues la defensa de ese sistema es una guerra santa.
Hoy, igual que en los días de Jezabel y en los días de Juan de Patmos, la seducción de la idolatría es muy sutil. Se nos viene disfrazada de un falso "pluralismo" (Dios + Baal, Dios + mi patria, Dios + Mamón, etc.), en aras de intereses nacionales y beneficios económicos, como en los días de Jezabel. Nos invita a hacer pequeñas concesiones al sistema, teológicamente defendibles y aparentemente inocuas, parecidas al comer cosas sacrificadas a ídolos en tiempos de Juan.
Caird (1966:44) enfatiza que Jezabel no era "monoteísta" (Baal como único dios), sino pluralista: podemos adorar (y con muchas ventajas comerciales) a Yahvé y también a Baal. Sólo contra un fanático como Elías, y a los demás profetas anti-pluralistas, dirigía Jezabel toda su furia fenicia. "Sirvamos a Baal sin dejar de servir a Yahvé" era su consigna politeísta. Ante esa tentación sutil, Elías, Juan de Patmos, y Antipas de Pérgamo se negaron a renunciar al único y exclusivo Nombre.
Seguramente si el profeta Elías o el vidente Juan aparecieran hoy entre nosotros, tendrían el mismo mensaje exigente y drástico que proclamó Elías en el Monte Carmelo o Jesús (vía Juan) a los nicolaítas de Pérgamo. ¡O Dios o el Dinero! ¡O Cristo o el culto al consumismo! Y los buenos cristianos, cultos y moderados, los tildarían de extremistas y fanáticos.
NOTAS AL PIE
[1] cf P. Richard "El Dios de la Vida y los Ídolos de la Muerte" en Mysterium Liberationis (1993 1:206-13; cf 1:359). Según Tillich, "el principio protestante" significa que sólo Dios es absoluto; la idolatría siempre absolutiza alguna realidad creada.
[2] citado por Dennis P McCann, Christian Century, 26 de febrero de 1992, p.212.
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