Ambos profetas (verdadero y falso) afirman con igual confianza que proclaman la Palabra del Señor (consejos pastorales desde Tiatira).
El conflicto en Tiatira era una confrontación de profetas: Juan de Patmos, que escribe directamente en nombre del Señor (¡cosa atrevida!) y Jezabel, que también pretende hablar una palabra de autoridad divina. En la carta a Pérgamo la alusión a Balaam (2.14) se ubica también en el terreno del profetismo antiguo.[1]
En nuestra época hemos presenciado un renacer de los dones carismáticos, y muy especialmente en América Latina. A Dios gracias por eso, pero que el Espíritu nos oriente también para el buen uso de los mismos, para la sana edificación del cuerpo de Cristo.
Específicamente, han florecido profecías, pero no siempre conforme a las escrituras y a veces en flagrante contradicción con la Palabra.
¿Qué pensar, por ejemplo, cuando un pastor costarricense cae en adulterio pero asegura que fue por órdenes proféticas del Espíritu Santo, y ese pastor funda una nueva denominación a base del amor libre carismático? ¿Podría el Espíritu Santo de las escrituras estar inspirando tales "revelaciones" de libertinaje sexual?
¿O qué pensar cuando otra denominación, por cierto muy numerosa y pujante, recibe profecías de que sólo ellos son "la esposa del Cordero", y los demás evangélicos simples "acompañantes de la novia"? La misma denominación recibió otra profecía de que al morir Jesús, su deidad le abandonó (antigua herejía gnóstica) y su cuerpo se puso negro (mezcla de racismo y versión protestante de los muchos cristos negros católicos). Podrían multiplicarse los casos de profecías dudosas en las iglesias evangélicas latinoamericanas.
San Pablo reconoce el valor del don de la profecía pero da instrucciones para su buen uso (1Co 14.29ss): que uno que está profetizando ceda a otro que reciba una revelación, que profeticen dos o tres "y que los demás examinen con cuidado lo dicho". A diferencia de la palabra profética inspirada, la profecía congregacional es falible y debe ser evaluada críticamente por toda la comunidad.
En nuestros días abundan por todos lados las pretendidas profecías, pero muchas veces brilla por su ausencia el don de discernimiento entre profecías falsas y profecías que vienen de Dios.
Prácticamente desde sus inicios, el profetismo bíblico venía confrontado con su contraparte, la profecía falsa.[2] Y ésta muchas veces convencía más, con mayor facilidad, a Israel.
El profeta verdadero solía ir contra la corriente y contra el consenso de la opinión pública. Cuestionaba lo que los demás daban por sentado; estaba en medio del pueblo como su conciencia intranquila, un "examinador" de su vida (von Rad 1973:103). Por eso los profetas vivían en luchas continuas, rechazados por el pueblo, y a menudo morían violentamente (Mt 23.31,35,37).
En cambio, el falso profeta decía al pueblo lo que ellos querían escuchar, no lo que Dios le mandaba decir. La falsa profecía se acomoda, tranquiliza. En las palabras elocuentes de Luis Alonso Schökel, el falso profeta no proclama la voluntad del Señor en términos apropiados al momento histórico. Anuncia los consabidos dogmas, a menudo falsificados, de un dios bonachón...propenso a fáciles misericordias (1980:55).
González Ruiz describe el "dios" de la falsa profecía hoy como "un Dios vergonzante, que mendiga su inserción en la modernidad y para ello tiene que demostrar su `utilidad'". En cambio, el verdadero Dios es "un Dios gratuito y prejudicial, un Dios que puede presentarse como ‘escándalo’ y como ‘estulticia’ a la vez (1Co 1.23)" (en Floristán 1983:839).
Ambos, profeta verdadero y profeta falso, afirman con igual confianza que proclaman la Palabra del Señor. Oudenrijn (citado por Alonso Schökel 1980:55) señala acertadamente que no puede haber "pruebas" externas para discernir al profeta verdadero. Los profetas nada valen si la doctrina del profeta es falsa (Dt 13.1-3). La mayor parte de los cumplimientos venía después de la muerte del profeta y sus oyentes; a corto plazo, si la profecía no se cumplía, el profeta era falso, pero aun si se cumpliera no era por eso necesariamente un profeta verdadero (13.2). El criterio definitivo, más bien, es la analgia fidei que examina al profeta por su fidelidad con la Palabra de Dios ya conocida.[3]
En unos párrafos muy hermosos, González Ruiz dice que el profeta verdadero tiene que ser "un hombre de Dios" y de oración, pero también tiene que escudriñar las señales del tiempo (Floristán 1983:839). El verdadero profeta se caracteriza por su comportamiento a favor de "aquellos ciegos, cojos, mudos y pobres a los que va siempre dirigido el auténtico oráculo profético" (840).
El verdadero profeta profetiza en función del reino de Dios y su justicia, no de otros intereses. En contraste, hoy también hay los que dicen "Señor, señor...hemos profetizado en tu nombre", pero el Señor les despedirá con un severo "apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mt 7.21-23).
Hoy, dentro del seno de la iglesia, "profetizan" más de un Balaam y una Jezabel. Sus profecías agradan a todos y no hieren a nadie. Como Jezabel decía, "Yahvé sí, pero Baal también", éstos dicen, "Cristo sí, pero Mamón también". Pero frente a Jezabel había un Elías que decía, "O Yahvé o Baal, uno o el otro porque no se puede servir a ambos". Hoy la voz de Elías nos llama desde el monte Carmelo a definir sin ambages nuestros compromisos y no seguir a las voces seductoras de la falsa profecía.
NOTAS
[1) Sobre el profetismo ver Alonso Schökel 1980 1:2-89; NIDOTT 4:1067-1078; Coenen 3:413-420; Floristán 1983:830-840; von Rad l973 Vol 2. Sobre falsa profecía, NIDOTT 4:1076-1078; Alonso Schökel 1:49-56; Floristán 836. Sobre "La Profecía Hoy", Floristán 839s.
[2] Dt 13.1ss; 18.15ss; Jer 14.14; 27.15; 9.9,21; Is 28.10-15.
[3] Es en efecto lo mismo que ordena Pablo en 1Co 14, y es lo que expusieron los reformadores bajo el tema "el Espíritu y la Palabra".
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