Rehanullah cuida de los creyentes en su zona. Es como un pastor, salvo que en su país no hay iglesias oficiales.
Imagina durante unos minutos que estás participando de una visita secreta para conocer a un hermano de un país asiático de mayoría musulmana que no puedo mencionar por razones de seguridad. Sí te puedo decir que es un país donde la iglesia debe reunirse con tanta cautela y secretismo que la mayoría de los ciudadanos ni siquiera saben que existe.
Frente a ti, de pie ante la puerta de su pequeño hogar, está Rehanullah*, dándote la bienvenida. La pared frontal es baja, al igual que su típica puerta de color azul marino. Hay un cerrojo grande para cerrar la puerta por dentro y por fuera. En el patio de la casa las mujeres se sientan al sol, envueltas en sus chales, limpiando y cocinando el arroz, las lentejas y las verduras. Por la noche tendrán que entrar porque los hombres del vecindario vuelven a sus casas y suben a los tejados para fumar y disparar con el objetivo de recordar a otros clanes que están armados y que no se les debe molestar.
Pero Rehanullah no es así. Él está ahí, de pie, observando a su nieto pequeño. "Estos días tenemos que estar muy atentos", te dice. Su nieto lo empuja para entrar a la casa. Lleva una gran bolsa de pan roti, caliente, alargado y plano que su madre pone sobre un mantel con rosas desplegadas. Rehanullah entra también, se sienta, mientras el resto inclina la cabeza. Él mira a alrededor, toma un pedazo de pan, da gracias a Dios y todos dicen algo en voz baja. Luego comienza a repartirlo a cada uno de sus nietos, aunque comienza con su nuera y sus nietas.
Entonces, te das cuenta en seguida de que eso no es normal. Se supone que, en la cultura en la que estamos, los hombres y los niños deben comer primero. Rehanullah lo ha notado en tu mirada y te dice: "Nunca sabemos cuándo alguien nos observa. Cuando nuestros vecinos están cerca, nunca les doy a las chicas primero. Pensarán que nos hemos vuelto occidentales y comenzarán a difundir rumores. Pero cuando no hay nadie, quiero que sepan que son valoradas. Aprendí esto cuando vi cómo los cristianos no hacen diferencia entre niñas y niños".
Rehanullah sonríe, y continúa: "También aprendí a agradecer a Dios por la comida que comemos y le pedimos que la bendiga. Fue la primera vez que vi cómo los cristianos hablaban con Dios acerca de todo, no solo con meras palabras sino como si fuese una conversación real".
Explica esto porque recuerda historias de su época como refugiado en otro país donde los misioneros cristianos se habían preocupado por su esposa, enferma, y le habían prestado ayuda desinteresadamente. "Vi algo diferente en ellos. Después, un día, tuve un sueño de un hombre vestido de blanco. Me di cuenta de que había una conexión directa entre él como sanador y ellos como sirvientes. Me tomó tiempo, pero finalmente fui bautizado y ahora soy el abuelo de muchos creyentes en Jesús".
Hace una pausa breve. "Dicen que no existimos. Pero en susurros puedo decirte: somos cristianos". Su voz, efectivamente, habla en susurros, pero su mano grande y fuerte golpea contra su pecho y levanta la cabeza con orgullo: "Somos cristianos. Podemos guardar silencio de una forma u otra, pero el corazón palpitante de Jesús y la cruz viven en nosotros, y Él se alegra a través de nuestras oraciones y nuestro amor por Él. Vivimos en dificultad. Todos los días estamos en riesgo. Pero cada día estamos más seguros de que es a Él a quien debemos seguir".
Rehanullah cuida de los creyentes en su zona. Es como un pastor, salvo que en su país no hay iglesias oficiales. Pero como él dice: "Este es mi país, esta es mi gente y esta es mi responsabilidad. Regresamos aquí para servir. Moriremos aquí sirviendo".
Él fue el primero en su familia en conocer a Cristo. Después de él, sus hijos fueron discipulados en un campo de refugiados y, cuando llegó el momento de regresar a su país, lo hicieron como cristianos bautizados. No pueden hablar a nadie sobre ello. Conocen a otros que también son creyentes y viven para servirlos y asegurar que sigan firmes y fuertes en su camino de fe.
Tras vuestra breve conversación, Rehanullah vuelve a comer de su plato de lentejas, cordero y pan roti mientras mira a los niños. De forma espontánea, lanza una oración para que sus nietos permanezcan en los caminos de Dios y en la fe en Cristo. Cuando termina, te pide que te acuerdes también de orar por ellos. "La batalla por ellos ya está en marcha. Las organizaciones criminales vigilan a todos los niños pequeños. Por favor, orad para que el Señor los proteja, que Jesús les dé sueños de sí mismo y que continuemos viviendo valientemente para Jesús. Orad por la Iglesia en el mundo musulmán. Lo que el enemigo pretende usar para el mal, Dios lo usa para el bien. No estamos solos y no nos callaremos cuando toque hablar a las personas de Jesús. No necesitamos contarles nuestra identidad, debemos hablarles de Dios".
La comida continúa y las conversaciones continúan hasta que alguien de tu mismo equipo se acerca por detrás y te dice que es hora de irse. Os despedís de Rehanullah y de su familia, sabiendo que seguramente nunca lo vuelvas a ver en esta tierra, pero tu corazón lo verá cada vez que te acuerdes de orar a Dios por él y por las cosas que te ha pedido encarecidamente que ores.
Aunque tu encuentro con Rehanullah es ficticio, él y sus palabras no lo son. Puertas Abiertas lleva mucho tiempo apoyándole en su misión secreta, por lo que nuestros compañeros y contactos en estos países le conocen muy bien y han compartido muchas comidas juntos. Le hemos dado formación y recursos económicos para que pueda seguir cuidando de otros creyentes y hemos apoyado sus labores de evangelización. Y lo que quizá más te interese saber: le hemos hablado acerca de cómo personas como tú se comprometen a orar por él, por su familia y por sus retos. Y te animo a que aproveches este mismo momento para hacerlo.
*Nombre cambiado por razones de seguridad
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