Ser evangélico debería suponer no solamente creer en Dios o identificarse con una serie de ideas teológicas, sino tener una conducta ejemplar.
El reciente fallecimiento del destacado físico Stephen Hawking ha desatado todo tipo de comentarios. En los medios de comunicación, tanto generales como científicos, no ha faltado la descripción de sus logros científicos así como los relatos sobre su vida personal, generalmente centrados en su tremenda historia de superación en lucha frente a una enfermedad terrible. De hecho, su supervivencia hasta más de setenta años y todos sus logros en el mundo académico y de la divulgación científica son sorprendentes teniendo en cuenta las limitaciones impuestas por su enfermedad.
La mayoría de los científicos de su nivel tienen que dedicar un gran esfuerzo a sus labores científicas y lo normal es que no se ocupen de otras materias. A la inmensa mayoría de esos científicos los conocen solamente sus compañeros de especialidad, y raramente son conocidos por el gran público. Incluso la mayoría de los premios Nobel pasan desapercibidos poco después de recoger sus medallas en Estocolmo.
Unos pocos se hacen famosos también para el gran público. Me vienen a la mente el astrofísico Carl Sagan, el biólogo Richard Dawkins, el genetista Francis Collins o el físico Peter Higgs. En general se hacen conocidos por sus logros científicos, pero también porque en algún momento han pasado al campo de la divulgación científica y salen en la televisión, la prensa, escriben libros, etc. Y ese fue también el caso de Hawking.
Hay que indicar al respecto que esa fama popular se asentaba sobre una merecida fama como científico que le llevó a ocupar la cátedra lucasiana de la Universidad de Cambridge. ¡Ahí es nada! La misma cátedra que hace siglos ocupó Newton. Pero de eso a comparar la obra de Hawking con la de Newton o a considerarle como el científico más importante del siglo XX hay un abismo. El siglo XX es el mismo siglo en el que vivieron científicos como Planck, Einstein, Bohr o Schrödinger, y en el campo de la cosmología, el iniciador de la teoría del Big Bang en la que tanto trabajó Hawking: el sacerdote y físico belga Georges Lemaître, del que casi nadie se acuerda ya, y al que hace más de un año dedicamos un artículo. De hecho, algunos andan por ahí creyendo todavía que fue Hawking el que tuvo la idea del Big Bang, cuando es algo que ya se había publicado una década antes de su nacimiento.
Muy poca gente puede realmente entender la obra científica de Hawking, pero fueron sus obras de divulgación, a partir de la famosa Historia del Tiempo, las que le auparon al estrellato mediático. Y ya puesto ahí, fue tal vez su historia personal de superación frente a la enfermedad y la curiosidad de ver a aquel hombre inmovilizado sobre su silla de ruedas hablando con un sintetizador a través de un ordenador, lo que debió hacer que Hawking se convirtiera en el científico vivo más famoso del planeta.
Subidos a la fama mediática, algunos científicos empiezan a ‘seguir la corriente’ a muchos periodistas ansiosos de que opinen sobre temas que puedan interesar al público, que por lo general no tiene mucha idea de ciencia y que se aburre rápidamente con explicaciones sobre genética, biología, átomos o cosmología. La mayoría de los científicos no entran ‘al trapo’, hablan ‘de lo suyo’ y finalmente acaban abandonados por la prensa y por eso la población no los conoce. Pero algunos no tienen inconveniente en opinar sobre otros temas extra-científicos. El caso tal vez más abrumador es el de Dawkins, que con el tiempo se ha especializado en las críticas a las religiones (en particular al cristianismo). Una pena para todos, porque con esa distracción habla más de religión (de lo que claramente no entiende) y deja de ocuparse de la ciencia, que es su verdadero campo y en el que tiene una buena fama como divulgador.
Y así Hawking también estaba encantando de proclamar a los cuatro vientos su ateísmo. Aunque parecía más bien que eran los propios periodistas los que iban ya de cabeza a tirarle de la lengua para conseguir un titular fácil. Bueno, no es ni el primer científico ateo de la historia ni será el último. Al igual que también hay ateos en cualquier otro campo. Pero igualmente hay científicos y personas de todos los ámbitos que son cristianas. Nada de todo eso debería sorprendernos.
Los que somos cristianos no compartimos la postura de Hawking. Pero eso no impide que reconozcamos sus merecidos méritos profesionales. En una reciente entrevista al físico cristiano Antoine Bret en este medio, Protestante Digital, los lectores habrán podido percibir esa actitud: explicación de sus logros científicos junto a una serena, aunque firme, discrepancia con la postura religiosa de Hawking. Es lo que debería ser normal, razonable. No debería sorprender ni ser ‘noticia’.
Pero tristemente parece ser algo no tan normal en el entorno evangélico en el que tanto Antoine como quien escribe estas líneas nos movemos. En estos últimos días hemos podido ver, atónitos, cómo diversos medios, articulistas, blogueros, lectores anónimos (y no tan anónimos) de webs, etc. se han abalanzado sobre la noticia del fallecimiento de Hawking como auténticos buitres vomitando todo tipo de insultos. Algunos han celebrado su muerte con una mezcla de alegría, resentimiento y deseo de revancha. Se han difundido por internet incluso composiciones fotográficas realmente de mal gusto. No voy a dar ni nombres ni ejemplos. En estos días es demasiado fácil encontrarlas en internet o las redes sociales.
Creo que es necesario alzar la voz, precisamente desde dentro del campo cristiano y evangélico, ante estos comportamientos. Leamos todos con un poco de calma 1ª Pedro 3:15, el famoso texto-lema de la apologética cristiana: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (RVR 1960). La reciente traducción La Palabra (2010) habla de “con dulzura y respeto”. ¿Es eso lo que están haciendo esas personas que considerándose cristianas y ‘evangélicas’ simplemente gritan e insultan?
Pero reflexionando un poco más, me gustaría saber por qué lo hacen. ¿Piensan que así van a atraer a alguien a sus posturas? ¿Creen que esto tiene algún valor ‘apologético’ o ‘evangelístico’? Si así lo piensan no pueden estar más equivocados. Es la peor apologética que pueda imaginarse. Les retrata (y nos afecta a los demás que podamos ser asociados con ellos por ser ‘evangélicos’) como seres miserables que se ceban en la memoria de los muertos y que no saben más que insultar a quien ya no puede defenderse.
Ser cristiano, y por ello ser evangélico, debería suponer no solamente creer en Dios o identificarse con una serie de ideas teológicas, sino tener una conducta ejemplar y, por lo tanto, desprender esa mansedumbre y reverencia o esa dulzura y respeto. Especialmente ante aquellos que nos atacan e incluso que nos insultan. Esa es y ha sido siempre la mejor apologética. Si un cristiano no se conduce así por la vida, de poco servirá lo que pueda argumentar después. Difícil será que se le haga caso porque no se ha ganado ningún respeto para sí.
Resulta preocupante ver que esto no es un caso aislado. En los últimos tiempos puede detectarse demasiada crispación. Es algo cada vez más claro en la sociedad española en general; pero tristemente también entre muchos cristianos evangélicos. Se han hecho demasiado comunes las actitudes de furia y las reacciones llenas de odio y rencor hacia grupos y colectivos con los que se discrepa, tanto dentro como fuera del mundo evangélico y cristiano.
En otros lugares la historia ha sido diferente; pero en España, los evangélicos hemos estado siempre en el campo en el que recibíamos los palos (tanto en el siglo XVI, como en el XIX y en el XX), y fuimos objeto de persecuciones y vejaciones de todo tipo, que puede contar en primera persona la generación anterior a la mía. Por todo ello, durante siglos hemos demando libertad religiosa y respeto. Generaciones de evangélicos españoles demandaron esa tolerancia y libertad mientras sufrían intolerancia y represión.
Finalmente, con la constitución de 1978 se estableció una libertad religiosa que ha sido la más duradera de la historia de España. Así hemos ido logrando poco a poco esa tolerancia y esa libertad. Y ahora que la tenemos para nosotros… ¿qué vamos a hacer con ella? ¿La negamos a los demás? ¿La usamos para insultar? ¿Buscamos la venganza frente a los que tanto dentro como fuera de la iglesia no opinan como nosotros? ¡Qué fácil y rápido se pasa de ser perseguido a perseguidor! Hay quienes quieren revivir el ejemplo de la iglesia del siglo IV, que tanto se ha criticado tradicionalmente en el mundo protestante: de perseguidos a perseguidores. Este último espectáculo lamentable, respecto al fallecimiento de Hawking, se suma a otros que se están viendo recientemente y que poco hablan en favor de la palabra ‘evangélico’. Algo similar está pasando en otros países, como ha recordado recientemente el conocido pastor Tim Keller.1
No estaría mal reflexionar sobre estas palabras de Jesús:
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:38-48, RVR 1960)
1 El artículo de Tim Keller fue comentado en Evangelical Focus recientemente
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