A diferencia del panteón griego, de dioses fríos y distantes, nosotros (cristianos), tenemos un Dios que comparte el dolor con la humanidad herida.
El doctor en psiquiatría Pablo Martínez Vila reconoció en una charla sobre el sufrimiento humano que: «No hay misterio tan grande como el sufrimiento». Estoy totalmente de acuerdo con dicha afirmación. Por tanto, sería presuntuoso por mi parte tratar de responder todas las preguntas acerca del sufrimiento. Además, considero que algunas preguntas no tienen respuesta o superan nuestra limitada capacidad de raciocinio. Mi intención es traer algunos rayos de luz en algunos puntos de oscuridad y hablar del sufrimiento desde la perspectiva de la fe cristiana.
Me gustaría responder brevemente a tres preguntas: ¿El porqué del sufrimiento?; ¿Dónde está Dios en el sufrimiento?; y, ¿qué hace Dios para aliviar el sufrimiento?
EL POR QUÉ
C. S. Lewis, en su obra clásica titulada El Problema del Dolor llega a atreverse a hacer un porcentaje del sufrimiento del mundo, afirmando que las cuatro quintas partes de los sufrimientos de los hombres tienen como responsable al hombre mismo. Es decir, de cada 100 ocasiones, en 80 ocasiones el responsable directo no es Dios, sino el hombre (esto es, el daño que se hacen unos hombres a otros). Por ejemplo, desde el hombre que conduciendo se introduce en el carril contrario de una autopista produciendo así un impacto mortal hasta la persona que en un momento de enajenación mental o borrachera produce un homicidio o agresión. Por no hablar de las guerras, las ambiciones, los abusos de poder y la mezquindad de los hombres que da lugar a la pobreza, etcétera.
Y es que Dios nos permite ser humanos. Y la libertad es una facultad natural que el hombre tiene, inherente al ser humano. Todos hemos decidido leer esta publicación voluntariamente. Como tal, la libertad es buena. A lo largo de historia de la humanidad, los hombres siempre han luchado por conseguir la libertad. Pero la libertad solo es real cuando el individuo tiene la misma posibilidad de obrar bien, como de obrar mal.
En otras palabras, para poder ser libres, para poder ser humanos, Dios tiene que dejar en nuestras manos la libre elección de hacer el bien o el mal. Si no somos libres para hacer el mal, tampoco somos libres para hacer el bien.
Por tanto, la libertad es buena. Sin duda, es un regalo de Dios. Pero nuestra libertad moral implica que, si decidimos ser egoístas o deshonestos, Dios no nos detendrá (aunque puede hacerlo, en cualquier caso). De lo contrario, Dios tendría que detener el brazo que va a apretar el gatillo de la pistola, frenar las balas en el aire en una guerra, inmovilizar a los que van a robar y un sinfín de sinsentidos. Si Dios hiciera eso, entonces, no seríamos seres realmente libres y, por ende, no nos dejaría ser humanos.
A menudo los ateos o agnósticos argumentan que, si Dios es todopoderoso u omnipotente, Dios podría eliminar el sufrimiento. Pero que Dios sea omnipotente no significa que Dios pueda hacerlo todo. Por ejemplo, ¿puede Dios hacer un triángulo cuadrado? ¡No!, pero no por falta de omnipotencia, sino porque la combinación de palabras sin sentido, no adquieren súbitamente sentido al anteponerle las palabras «Dios puede». Lo que es una contradicción o un absurdo, también lo es para Dios. Dios no puede hacer cosas que son contradictorias a la vez. Por tanto, si Dios ha dotado al hombre de libre albedrío, ¿por qué habría de negárselo a la vez? Aunque Dios, ciertamente, puede detener el accionar de cualquier hombre, el no hacerlo responde a los principios que Él mismo desea aplicar a sus criaturas. Si Dios eliminara el sufrimiento, tendría que eliminarnos a cada uno de nosotros, pues en la mayoría de los casos el sufrimiento es la consecuencia de nuestra libertad humana.
Así que, si las estadísticas de C. S. Lewis fueran ciertas, eso significaría que el 80% de los sufrimientos humanos se deben a nuestra propia naturaleza humana, que nos concede la libertad de lastimarnos los unos a los otros, de estafarnos, robarnos, herirnos, etcétera.
En este sentido, hemos de ser cuidadosos a la hora de atribuir a Dios ser el causante de los sufrimientos humanos. Esto no sería más que el intento de justificar un mal uso de nuestra responsabilidad moral, para luego encogernos de hombros y mirar hacia otro lado.
Me parece conveniente que la última palabra en este tipo de sufrimiento la tenga uno de los supervivientes del Holocausto del campo de exterminio en Auschwitz:
Durante mi estancia en Auschwitz nunca se me ocurrió cuestionar las acciones o las omisiones de Dios, aunque entiendo que otros lo hayan hecho… Lo que los nazis nos hicieron no me convirtió en más religioso ni menos, y creo que mi fe en Dios no disminuyó en absoluto. Nunca se me ocurrió asociar a Dios con las calamidades que estábamos experimentando, ni culparle, ni creer menos o dejar de creer en Él porque no vino a socorrernos. Dios no nos debe nada. Nosotros le debemos nuestras vidas. Quien cree que Dios es responsable por la muerte de seis millones de personas, por no haberlas salvado de alguna manera, tiene los pensamientos trastocados. Nosotros le debemos nuestras vidas a Dios por los pocos o muchos años que vivimos, y tenemos la obligación de adorarle y cumplir sus mandamientos. Por ese motivo estamos en la tierra, para estar a su servicio y cumplir su voluntad (La fe y las dudas de los supervivientes del Holocausto de Brenner; citado a su vez del libro Cuando a la gente buena le pasan cosas malas de Harold Kushner).
Sin embargo, hay situaciones de sufrimiento, como los desastres naturales o ciertas enfermedades en los que aparentemente el hombre no tiene ninguna responsabilidad y el elemento de misterio es muy grande. Pero el misterio nunca debe ser un argumento en contra de Dios, sino a su favor, a menos que alguien demuestre lo contrario.
Déjame explicar esto. Si Dios existe y, en realidad, permite algún tipo de sufrimiento que creemos también podría evitarse, ¿por qué este debe ser un motivo para cuestionar la existencia de Dios? En todo caso, sería un motivo para cuestionar el obrar de Dios en este mundo, pero nunca para negar su existencia. Pero creo que sería petulante por nuestra parte no reconocer que el obrar de Dios puede ser un misterio para nosotros, porque el obrar de un Dios infinito no puede ser plenamente comprendido por la finitud y las limitaciones del hombre. Si comprendiéramos todo el obrar de Dios, entonces, no sería Dios. ¿Pues qué Dios infinito sería ese que cabe en una mente finita? Los elementos de misterio sería más bien un argumento a favor de Dios, que en su contra. En este sentido, la fe cristiana reconoce que Dios tiene el derecho de guardarse para sí estos misterios. Deuteronomio 29:29 «Hay cosas que Dios mantiene en secreto, y que sólo él conoce, pero a nosotros nos ha dado todos estos mandamientos, para que nosotros y nuestros descendientes los obedezcamos siempre».
Pero no podemos negar que el sufrimiento cumple a su vez con otros propósitos: Por un lado, nos ayuda a entender y recordar nuestro estado mortal y humano, tan necesitado de la gracia de Dios. Nos recuerda nuestra fragilidad y debilidad humana, y que la muerte nos espera con los brazos extendidos. Nos demuestra que, a pesar de nuestra rebeldía y orgullo al negarnos a la necesidad de Dios, no somos tan grandes ni tan fuertes como pensábamos. Y también, nos anima a dirigir nuestros pensamientos hacia Dios, a buscar en él consuelo y esperanza.
De acuerdo con lo dicho, C. S. Lewis diría su famosa frase: «Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores; es un megáfono para despertar a un mundo sordo».
¿DÓNDE ESTÁ DIOS EN EL SUFRIMIENTO?
A diferencia del panteón griego, de dioses fríos y distantes, nosotros (cristianos), tenemos un Dios que comparte el dolor con la humanidad herida. Un Dios que, de verdad, puede compadecerse de nosotros, nos entiende y, por experiencia digo, nos ayuda.
La fe cristiana declara que Cristo es Dios manifestado en carne, la imagen misma del Ser de Dios. No hay revelación más clara de Dios y de Su Voluntad, que aquella que vemos a través de Jesucristo. Y en Jesucristo vemos a un Dios que sufre.
Jesucristo experimentó el camino del dolor humano, la pérdida de familiares queridos, el rechazo de los hombres, el sufrimiento de la cruz y de la muerte. Él sabe lo que significa sufrir. Dios no es un Dios lejano. Él entiende nuestros sufrimientos.
A diferencia del resto de religiones, nosotros, los cristianos, aceptamos a un Dios que no sólo permite el sufrimiento, sino que sufre. Y no es que su sufrimiento sea la falta de Omnipotencia sino, todo lo contrario, el corolario de ella; pues ha elegido sufrir voluntariamente. Miro a la Cruz y veo el sufrimiento de un Padre y un Hijo. Así que el sufrimiento del mundo no será más un argumento en su contra, sino en su favor.
Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz y premio Nobel de la Paz, expresó con unas conmovedoras palabras una de sus experiencias allí:
La SS ahorcó a dos hombres judíos y a un niño delante de todos los internados en el campo. Los hombres murieron rápidamente. La agonía del niño duró media hora. “¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?”, preguntó uno detrás de mí. Cuando después de largo tiempo el hombre continuaba sufriendo, colgado del lazo, oí otra vez decir: “¿Dónde está Dios ahora?” Y en mí mismo escuché la respuesta: “¿Dónde está? Aquí… está allí colgado en la horca”.
Cuando leemos los Evangelios, encontramos que Jesús está del lado de los pobres; promete a los que lloran que recibirán consolación; fortalecía con sus palabras a los que padecían persecución por causa de la justicia o eran vituperados injustamente; enseñaba a pagar el mal siempre con el bien; rogaba al Padre que nos librase de todo mal, por lo que el mal no es algo que Él quiera para nosotros; busca de continuo la justicia y la misericordia; no vino al mundo para condenar, sino para salvar; antes de aplicar la justicia siempre extendía su mano de misericordia; se preocupa por los enfermos; se duele por la gente que le rechaza, porque Él desea que todos confíen en Él; le conmueve ver nuestros sufrimientos, de hecho, llora con nosotros.
Entones, ¿dónde está Dios en el sufrimiento? Sufriendo con los hombres, comprendiendo nuestro dolor, identificándose con nosotros. Y precisamente porque ha experimentado el sufrimiento, nos entiende. Y porque ha salido victorioso sobre el sufrimiento y ha resucitado, puede ofrecernos consuelo y esperanza. La pregunta es: ¿estamos nosotros dispuestos a recibir ese consuelo y esperanza?
¿QUÉ HACE DIOS PARA ALIVIAR EL SUFRIMIENTO?
La fe cristiana no pretende tener todas las respuestas al sufrimiento, pero sí tiene las respuestas suficientes o satisfactorias para hallar esperanza en ellas.
Porque Dios ha sufrido, puede y desea consolarnos en nuestro sufrimiento. El teólogo Dietrich Bonhoeffer, estando en la cárcel de Gestapo, escribió: «Sólo el Dios que sufre puede ayudar». Él es el testimonio de uno, de los muchos cristianos, que han encontrado consuelo y esperanza en la fe cristiana.
En el sufrimiento humano, Dios no se limita a sufrir con nosotros, lo que en psicología se llama empatizar, sino que va más allá. Dios ha descendido para librarnos del pecado, de la condenación, del dolor y del sufrimiento. Él venció todas estas cosas cuando resucitó y esa es la razón de nuestra consolación y esperanza que, así como Él venció todas estas cosas, todos aquellos que crean en él de corazón y reconozcan su necesidad de Él, hallarán descanso, consuelo y la vida abundante.
Y Dios ha prometido en su Palabra, Apocalipsis 21:4, «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas habrán dejado de existir». Comprender y aceptar esta verdad por la fe, fue lo que llevó a personas como Pablo de Tarso, un hombre experimentado en quebrantos, a decir: «Considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8:18).
Ese es el Dios en el que creemos los cristianos y en quien ciertamente hallamos consuelo y esperanza.
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