Construyamos nuestra casa por encima de la política humana, por encima de las derechas o de las izquierdas, para tener la ventaja de las dos.
Expresamente he dejado como título de este “Desde el Corazón” estas dos palabras confusas, que además usaré en traducción de mi conveniencia, que sin ser una aberración semántica es menos surrealista que las demagogias dialécticas y alegales que usan tanto nuestros político. El concepto “πολιτικός” (“politikós”) significa de “los ciudadanos” y que sirve de base para “política”; “cosmopolita” incluso “policía”. El concepto “δυσπιστία (dyspistía)” también del griego, puede traducirse como “desacreditada”; los diccionarios en Inglés lo traducen como “disbelief” (increyente o incredulidad) pero a mí, a mi gusto y riesgo, sin rigor semántico, por la fonética que me sugiere “dispistia” me permiten titular el tema como: “Desacreditante Política” o “Despistante Política” sin haber llegado a la conclusión de qué título me gusta menos.
Y es que ambas impresiones son las que, desde mi parecer, recibimos los ciudadanos. La Política que se realiza “descredita” a muchísimos políticos y despista de las realidades de la vida a millones de contribuyentes. Desde los tiempos de la Transición cuando decíamos: aquí está todo por hacer, hemos llegado a decir: aquí no hay nada que hacer. Antes, cuando presenciábamos una injusticia, una corrupción o una inmoralidad, nos repetíamos: “no hay derecho, hay que acabar con ella”; ahora la gente escurre el bulto para no tener que definirse claramente; nos estamos resignando a vivir entre inmoralidad e injusticias; nos hemos hecho cómplices de la situación. El mundo a que se aspira no es ya el ideal, que sin rubor afirmo es el Cristiano, sino uno tolerable dentro de lo posible. “Desde el Corazón” tengo que reconocer que con las democracias se han llevado muy bien las negociaciones de la democracia y muchos han prosperado con ellas. Reducir esa noble forma de gobierno, a los ERE de Andalucía, los GURTEL, los 3% ó 4% en comisiones y a un voto cuatrienal, que delega en alguien para que arregle el mundo sin la certeza de que podremos obligarle a ello, es una banalidad. Cuando uno reflexiona sobre esos programas, para que conozcamos mejor a nuestros políticos: “pregúntenos, que respondemos” y ve que más que respuestas hay un capoteo, que no iguala al arte de Curro ROMERO; no es que rechacemos lo que nos transmiten, es que tienen poco o nada que transmitirnos, es que nos engañan. Entiendo que aparte de los mantenidos por la política, millones no mantengan una actitud ciudadana en el más alto de los sentidos, que consiste en asumir la responsabilidad del mundo, y el valor de la Ley y su peso. Porque están hartos, hasta los afiliados a un partido, no colaboran –salvo honrosos idealistas‑ ni en pegar gratis los carteles de propia publicidad, y nada digamos de la limpieza a posteriori.
Decíase antaño que la política servía para producir bienestar y concordia entre los ciudadanos. Y en tales sentidos fracasa una y otra vez. Lo que proporciona horizontes a la vida, es el noble trabajo de millones de sencillos ciudadanos de cada día, y la amplía el arte creador de muchos, los buenos pensadores que explican el mundo y sobre todo, bien que molesta a los laicistas beligerantes, pues descubre sus subterfugios, es la fe genuina que reflexiona sobre lo espiritual y su última esperanza. ¿Son utopías estas?; ¿son inoperantes los valores cristianos?... no, son realidades que no sucumben a la política humana, mientras que los principios de la fe en Dios y en el hombre sí que nos aproximan a una sociedad en que la libertad, la paz, la esperanza y el amor convergen como valores de vida. Aún hoy, las personas más entregadas personalmente a hacer el bien, al margen de cualquier política, son las que están vivas interior y espiritualmente.
A las filosofías humanas y a la economía se las venera con una devoción ciega ‑o cegada‑, pero multitud de la sociedad las están poniendo en duda. Por eso, no me extraña que, cuando se nos ofrece la felicidad –relativa‑ de estas políticas adulteradas, mucha gente conteste: “no aspiro a ser feliz. Quiero ser rico, divertirme y pasar la vida lo mejor que pueda”.
La política consiste en una pura –e impura‑ gestión... las ideologías a las que se recurre como oráculos de la sapiencia, son una sobredorada demagogia para seguir manteniendo el sistema, para seducir lo que importa del hombre: “su voto”.
Por eso, valoramos los principios cristianos. Ellos no han fracasado, si algo, sus realizaciones torpemente emprendidas. Pero sus valores están ante nuestros ojos intactos, insuperables y todavía deslumbradores. Pero desdeñamos los engaños, las tiranías de los pactos, los prometedores que no cumplen, y los sistemas que alejan los principios de Dios en todo lo que pueden: familia; vida; trabajo; justicia. Como cuestionamos el vano engreimiento del capitalismo y su falsa promesa de libre mercado; del mismo modo que a los caídos comunismos y antisistemas que los han deificado. Hemos de aprender a rechazar todos los moldes: no tenemos que elegir entre el comunismo y sus horrores y el capitalismo y sus salvajes degeneraciones; ni entre la dura realidad de uno y el vago ensueño del otro. Elijamos el buen camino, no el que trata de seducirnos con cantos de sirena. Alejémonos de los mentirosos y de las caducas experiencias de quienes prometieron pero no cumplieron; de los que dicen que progresamos cuando estamos retrocediendo; aprendamos de los reveses de quienes fallaron en el intento, como el alpinista aprende de quienes no llegaron, a llegar más arriba. Levantemos nuestro corazón hasta las cumbres, hacia el cielo, de donde contemplaremos perspectivas más abiertas e inéditas. Construyamos nuestra casa por encima de la política humana, por encima de las derechas o de las izquierdas, para tener la ventaja de las dos. Pero no nos arraiguemos al hombre. Seamos todavía nómadas. Nómadas entusiastas de un paisaje divino, propio y lleno de esperanza.
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