Según el Papa Francisco, la misión no espera hacer discípulos, se refrena de proclamar verbalmente las Buenas Noticias y es escéptica sobre la apologética.
“Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un estado permanente de misión” (La Alegría del Evangelio, 2013. n. 25). Estas programáticas palabras compendian la visión misionera que el Papa Francisco ha estado exponiendo e implementando desde que se convirtió en Papa en 2013. Sin duda, la misión es el centro de su pensamiento y acción y es una marca definitoria de su pontificado. Una vez dicho esto, no está siempre claro lo que quiere decir cuando habla sobre la “misión”. Por supuesto, en el lenguaje religioso de hoy “misión” es una de aquellas palabras que pueden tener múltiples “tonos de gris” y descubrir su significado puede convertirse en una adivinanza. El Papa Francisco añade sus propias complejidades y matices al ya semántico y variado rango de la palabra “misión”.
El reciente viaje papal a Myanmar y Bangladesh (28-30 Noviembre) proporciona un punto de entrada en la misionología aplicada del Papa. Allí, Francisco estaba visitando dos países donde los cristianos son minoritarios y donde la misión, aunque definible, es la máxima prioridad de la Iglesia. ¡Qué gran oportunidad para encarnar y ejemplificar la vigorosa llamada a su Iglesia de estar permanentemente “en un estado de misión”!
¿OMITIENDO HABLAR DE CRISTO?
Lo que tuvo lugar allí, o más bien deberíamos decir, lo que no tuvo lugar, arroja luz sobre todo el tema. Los discursos públicos del Papa eran sobre la paz y la armonía, la solidaridad y el diálogo y se centraban en una fe genérica en “Dios” que podía entenderse en todo tipo de formas. Cualquier referencia a Jesucristo fue omitida. Como expresó el periodista italiano Sandro Magister: “En los discursos que se pronunciaron el primer día de la visita del Papa Francisco a Myanmar, sólo hubo un momento en el cual se nombró a Jesús y se proclamó su Evangelio. Unicamente que quien habló estas palabras no fue el Papa, sino el consejero de estado y ministro de asuntos exteriores birmano Aung San Suu Hyi, que es de fe budista”.
Esta es una forma extraña de hacer la misión, puede pensarse. El evangelio fue vagamente proclamado por un político budista antes que por el Papa. En lo que respecta a Francisco, las omisiones importantes de esta clase no son nuevas. Por ejemplo, agudos observadores como Chris Castaldo ya han señalado la falta de un lenguaje relacionado con Cristo en otros discursos públicos. En 2015, en las visitas al Congreso de los EE.UU. y a las Naciones Unidas, el Papa pronunció sus discursos sin Cristo, por más que eran cordiales desde el punto de vista interreligioso y ecuménico. Como comentó Castaldo discretamente: “Es triste, pero falló en hacer algo más para mencionar el nombre ‘Jesús’ o ‘Cristo’”.
Esta omisión parece un patrón en la misión de Francisco. Es verdad que incluso el Apóstol Pablo en el discurso del Areópago en Atenas no mencionó explícitamente el nombre de Jesucristo, aunque se refirió al “hombre” (Hechos 17:31), lo cual es una clara referencia al Señor Jesús, el Resucitado y el Juez venidero. La disertación de Pablo, no obstante, desafió el sistema de creencias de sus oyentes y presentó la realidad del juicio justo de Dios sobre todos, llamando a la gente a arrepentirse. Todos estos elementos también parece que han desaparecido en la misionología del Papa. Cuando está en contextos interreligiosos y políticos, parece reacio a proclamar audaz y claramente el nombre de Jesús como el único Salvador y Señor. A diferencia de Pablo el misionero, que se enfrentó al rechazo y a la crítica a causa de su presentación del evangelio, Francisco gusta normalmente a sus oyentes, quienes se sienten afirmados en lo que ellos ya creen más que considerarse retados por el mensaje de Jesucristo. Entonces, ¿de qué clase de misión estamos hablando?
¿LA MISIÓN SIN APOLOGÉTICA?
Esta apreciación crítica ¿está basada en fijarse demasiado en las omisiones del Evangelio del Papa? Una manera de contestar a esta pregunta es permitir que el Papa hable por sí mismo explicando su visión misionera. Por suerte, en el vuelo de regreso de Myanmar y Bangladesh, Francisco hizo un comentario revelador sobre lo que acababa de suceder. Aquí está el guion de la conferencia de prensa en vuelo, durante la cual Francisco respondió a la pregunta formulada por un periodista francés. Vale la pena citar extensamente la pregunta y la respuesta:
“Etienne Loraillere (KTO): Santidad, hay una pregunta planteada por el grupo de periodistas de Francia. Algunos son opuestos al diálogo interreligioso y la evangelización. Durante este viaje habéis hablado del diálogo para construir la paz. Pero, ¿Cuál es la prioridad? ¿Evangelizar o dialogar para la paz? Porque evangelizar significa efectuar conversiones que provocan tensiones y algunas veces también conflictos entre los creyentes. Por tanto, ¿cuál es la prioridad, evangelizar o dialogar? Gracias.
Papa Francisco: Primera distinción: evangelizar no es hacer proselitismo. La Iglesia crece no por el proselitismo sino por la atracción, esto es, por el testimonio; esto fue dicho por el Papa Benedicto XVI. ¿Cómo es la evangelización? Vivir el Evangelio y atestiguar de cómo se vive el Evangelio, dando testimonio de las Bienaventuranzas, testificando de Mateo 25, el Buen Samaritano, perdonando 70 veces 7 y en estos testimonios el Espíritu Santo obra y hay conversiones; pero no somos muy entusiastas de hacer conversiones inmediatamente. Si llegan, se hacen esperar; tú vas hablando, de tu tradición, etc… buscando que una conversión sea la respuesta a algo que el Espíritu Santo ha movido en mi corazón ante los testimonios de los cristianos.
Durante el almuerzo que tuve con aproximadamente 15 jóvenes en el Día Mundial de la Juventud en Krakow, procedentes del mundo entero, uno de ellos me hizo esta pregunta: ¿qué le tengo que decir a un compañero de clase de la universidad, a un amigo, bueno, pero ateo… que le tengo que decir para que cambie, para convertirle? La respuesta fue: la última cosa que tienes que hacer es decir algo. Tú vive tu Evangelio y si te pregunta por qué haces esto, puedes explicarle por qué lo haces. Y permite que el Espíritu Santo lo active. Esta es la fuerza y la mansedumbre del Espíritu Santo en la conversión. No es convencimiento mental, con apologética, con razones, es el Espíritu que hace la vocación. Nosotros somos testigos, testigos del Evangelio. “Testimonio” es una palabra griega que significa mártir. Martirio de cada día, también martirio de sangre, cuando llega. Y tu pregunta: ¿cuál es la prioridad, la paz o la conversión? Pero, cuando vives con testimonio y respeto, tú proporcionas paz. La paz empieza a descomponerse en este campo cuando el proselitismo empieza y hay demasiadas formas de proselitismo y esto no es el Evangelio. No sé si te he contestado”.
Con esta respuesta uno se proyecta en la visión misiológica del Papa. Mencionemos brevemente sus puntos principales. Primero, hay una referencia negativa al proselitismo sin definirla. Tal y como está, sus palabras desalientan la expectativa de conversiones y ponen un estigma en la actividad misionera que espera ver a las personas abrazando a Cristo a pesar de sus antecedentes religiosos o seculares (ver Marcos 1:15; Hechos 2:37-38). Segundo, hay una polarización innecesaria entre las buenas acciones y actitudes y la proclamación verbal del Evangelio. En ninguna parte de la Biblia hay tal polarización entre el contenido del mensaje y el comportamiento mantenido por el mensajero. Nosotros somos llamados, en cambio, a asociar siempre lo que decimos, lo que hacemos y como lo hacemos (p.ej. 1 Pedro 3:15-17). Tercero, hay una desconfianza de la apologética al lidiar con la incredulidad. No se espera que el misionero dé razones por lo que cree y desafíe el sistema de creencias de su amigo. De este modo, El Papa parece desalentar la participación en la apologética significativa (evidentemente contra 1 Pedro 3:15).
Entonces, según el Papa Francisco, la misión no espera hacer discípulos, se refrena de proclamar verbalmente las Buenas Noticias y es escéptica sobre la apologética. Qué diferente es esto de la comprensión evangélica estándar de la evangelización dada por el Pacto de Lausana de 1974:
“Evangelizar es difundir la buena nueva de que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó de los muertos según las Escrituras, y que ahora como el Señor que reina ofrece el perdón de los pecados y el don liberador del Espíritu Santo a todos los que se arrepienten y creen. Nuestra presencia cristiana en el mundo es indispensable para la evangelización; también lo es un diálogo cuyo propósito sea escuchar con sensibilidad a fin de comprender. Pero la evangelización es la proclamación misma del Cristo histórico y bíblico como Salvador y Señor, con el fin de persuadir a las gentes a venir a El personalmente y reconciliarse con Dios. Al hacer la invitación del Evangelio, no tenemos la libertad para ocultar o rebajar el costo del discipulado. Jesús todavía llama, a todos lo que quieran seguirlo, a negarse a sí mismos, tomar su cruz e identificarse con su nueva comunidad. Los resultados de la evangelización incluyen la obediencia a Cristo, la incorporación en Su iglesia y el servicio responsable en el mundo” (par. 4).
En esta definición evangélica, casi todo lo que el Papa advierte en contra está en cambio fuertemente afirmado: la proclamación verbal del Evangelio de Jesucristo y la necesidad de la persuasión cristiana en el contexto de vidas marcadas por la integridad. Esto no es lo que el Papa Francisco tiene en mente cuando se refiere a la misión.
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