El “diotrefismo” ha pasado de ser una anomalía en la iglesia de Cristo a la norma predominante en muchas iglesias.
¡Estoy preocupado! Sí, estoy preocupado al ver la grave situación en la que viven muchas iglesias. ¿Por qué? Pueden ser muchas las razones, pero, principalmente, por el malentendido concepto que tienen las iglesias sobre “el pastor” y las “funciones pastorales”. En los últimos años he visto un abuso de autoridad sin precedentes. Pastores que hacen uso de una autoridad que no les corresponde y, ¿por qué?: “Porque yo soy el pastor” -reprochan ellos.
Iglesias que presentan una estructura jerárquica, propia de las sectas, donde los pastores se sitúan a la cabeza. A menudo criticamos la figura del Romano Pontífice -el Papa- por pretender ser un mediador entre Dios y los hombres. Pero, ¿no es eso lo que muchos pastores protestantes pretenden ser? Hemos elevado tanto la figura del pastor, que podría decirse que muchos “idolatran” al pastor, lo tratan como si fuera un personaje semi-divino.
Este síndrome es conocido como “diotrefismo” -de Diótrefes-. Es un síndrome tan antiguo como la iglesia misma. De hecho, es tan importante detectar tales abusos que el apóstol Juan, inspirado por el Espíritu, denuncia públicamente a tales pastores (3 Juan 1:9-10). Sin embargo, el “diotrefismo”, con el inexorable paso del tiempo, ha pasado de ser una anomalía en la iglesia de Cristo, a la norma predominante en muchas iglesias. Tanto es así que, muchos cristianos, ven este “abuso de autoridad disfrazado” como algo normal y bíblico.
El pastor no tiene autoridad por su posición de liderazgo, ni por el cargo de pastor, ni por hacer alarde de su peso eclesiástico; sino, únicamente, por cuanto es un don dado por Dios (Efesios 4), expositor de la Palabra de Verdad. Nótese que la autoridad de Jesús venía por su mensaje y no por su posición: “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:29). Los escribas tenían una posición elevada ante los ojos del pueblo judío, pero no la autoridad que Jesús presentaba. Así mismo, los pastores no tienen autoridad por cuanto son pastores (por lo que no vale el argumento de: “yo soy el pastor y punto”), sino por cuanto son voceros fieles al Evangelio de Jesucristo que buscan cuidar y edificar al cuerpo de Cristo: “conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción” (2 Corintios 13:10).
Sirva como ejemplo el pastorado llevado a cabo por Timoteo en Éfeso. Al parecer, Timoteo estaba teniendo problemas en la iglesia, debido a su juventud e inexperiencia. Las cartas paulinas de 1 y 2 Timoteo tienen la intención de ayudar a resolver el problema. Si la posición pastoral implicara autoridad, a Pablo le hubiera bastado con animar a Timoteo a sacar pecho y reclamar denodadamente su peso eclesiástico: “¡Yo soy el pastor y punto!”. Pero no fue esto lo que hizo, por lo que tampoco pueden hacerlo los pastores actuales.
En cambio, los consejos de Pablo al pastor Timoteo fueron los siguientes: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12); “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). La autoridad no se consigue por alcanzar un cargo, ni por hablar fuerte desde el púlpito o golpear con la Biblia. Tu autoridad dependerá de cuan bien uses y traces la Palabra de Dios, y seas un obrero que no tiene de qué avergonzarse delante de Dios.
El “¡porque yo lo digo!” o “porque soy el pastor” no es un argumento bíblicamente válido para un fiel ministro del Evangelio. Esta es sólo una falsa autoridad que desvirtúa la enseñanza cristiana y destruye el correcto proceder de la Iglesia de Jesucristo.
Con razón el apóstol Juan corrige a Diótrefes, pastor que abusa de una falsa autoridad:
“Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia” (3 Juan 1:9-10). ¿Le suena?
Con el propósito de no extender más esta publicación, añadiré unas breves frases de lo que debe y no debe ser un pastor:
Pero, apreciado hermano, si tu pastor es diferente y se conduce rectamente tal y como ha sido enseñado, ¡hónralo!, ¡estímalo en gran manera!, ¡sed dóciles a ellos!, pues ellos velan por vuestras almas con gozo y buscan vuestro provecho espiritual. De cierto, conozco a muchos pastores, dones de Dios, que sirven a la Iglesia de Jesucristo como obreros aprobados. Doy gracias a Dios por ellos y pido que siga levantando a más como ellos.
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