Antes se hacía diferencia como algo cuasi sacrosanto entre informar y opinar.
En periodismo, como en todas las demás cosas de la vida, cuando un propósito secundario toma el lugar primario, se produce un trastorno de la realidad a la que, lamentablemente, el mundo de hoy nos tiene tan acostumbrados.
En cuestiones de fe —y me refiero a la fe cristiana— por ejemplo, si los intereses temporales: políticos, económicos, raciales, financieros, empresariales se sobreponen a los intereses de la fe, ésta pierde su eficacia.
"Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee" Mateo 5.13).
¡Triste destino para una fe que pierde su cualidad intrínseca!
Por desgracia, esta translocación es tan común que ya la vemos como algo normal. Nos sentimos cómodos con las injusticias, los abusos de poder, los intereses temporales.
Y tranquilos, dándoles nuestro apoyo a quienes se manejan en estos terrenos. Incluyendo a los mentirosos y manipuladores que han fabricado sus propios dioses y los adoran con idéntica o mayor dedicación que nosotros al Dios único y verdadero. (Isaías 44).
Cristo, con su vida y su enseñanza, queda relegado a una segunda, tercera o cuarta posición. Esto se vio —entre otras instancias—cuando hace algunos años, la entonces activa Christian Coalition llevó a la gran masa evangelical —que no es lo mismo que evangélica— a la ultra derecha de los Estados Unidos haciendo de ella una pálida expresión cristiana y una más desteñida expresión política.
La iglesia no existe para moverse en ese terreno o para cambiar sus fines por aquéllos. Los que la formamos tenemos una misión clara, diseñada repetidamente en la Escritura. No hacerlo, es errar al blanco a veces, deliberadamente; a veces, ingenuamente. Y decepcionar al Señor de la iglesia.
En mis viejos tiempos de reportero, el periodismo parece verse ahora, con la nueva moda que han implementado los grandes periódicos —y algunos no tan grandes— como algo tonto, sin gracia, ingenuo.
En aquellos tiempos imperaba un criterio del que ahora la prensa internacional quizás esté riéndose: se hacía diferencia como algo cuasi sacrosanto entre informar y opinar. Los periodistas de aquellos años informábamos objetivamente. Exponíamos los hechos tal como habían ocurrido, con lo cual dejábamos al lector la oportunidad de informarse bien sin que el diario o el periodista lo influyeran con sus propias opiniones.
Si queríamos decir lo que pensábamos sobre tal o cual acontecer, teníamos acceso a la página editorial o de opinión y allí podíamos exponer nuestros criterios, respaldándolos con nuestra firma.
Hoy día, para darle un carácter de legitimidad al nuevo estilo, se permite al periodista “opinador” que escribe en la sección informativa, que ponga su nombre y diga lo que se le antoja sobre un hecho, un movimiento, una persona a los que se les debería tratar objetiva y respetuosamente.
En aquélla escuela me formé; con esa leche me amamantaron. ¡Y vaya que bien me hizo!
Hoy tal cosa no ocurre. Hoy, los medios entremezclan opinión con información objetiva con lo cual se le está quitando al lector la posibilidad de formar su propia opinión sobre el hecho que se le expone.
Es igual a que la iglesia pierda su sabor. Al lector se le induce; se le lleva a pensar como el periodista o la empresa representa quieren que piense. Y, de esta manera, se va dando forma a una sociedad injusta y, a la vez, manipulada y manipuladora.
Dentro de este mismo fenómeno, creyentes se identifican y apoyan a gobiernos dictatoriales que en su gestión político-gobernante están lejos de los valores que darían forma a una sociedad más justa. O menos injusta.
¡Pero qué importa! Miramos para otro lado y solucionado el problema.
¿Queremos una brújula que nos indique hacia dónde debemos ir en cuanto ciudadanos pensantes? ¿Que nos aclare el panorama político-social para saber identificar el lugar que nos corresponde como cristianos y vivir de acuerdo con nuestro Señor y no de acuerdo con los intereses de los señores? Leamos con cuidado el Sermón de la Montaña y dejémonos guiar por las instrucciones que nos dejó allí Jesucristo.
Así, pues; el periodista de mis tiempos no era ingenuo; simplemente se desenvolvía en el ambiente puro del verdadero periodismo. Y no era que no se produjeran intentos para forzarnos a entrar a un terreno que no era el nuestro. Ni tampoco que faltaran intereses tan importantes en aquel contexto como son los de ahora.
Una anécdota personal para reafirmar este aserto:
Había terminado mi día de trabajo y ya me encontraba en casa disponiéndome a descansar cuando tocaron a la puerta. Era casi la medianoche. El director del diario, D. Raúl Gallardo Lara —de quien tengo los mejores recuerdos y el más alto de los respetos— había mandado a mi casa al chofer con uno de los vehículos de la empresa.
El señor Gallardo era, ante todo, periodista; un gran periodista, pero tenía que ser, a la vez, parte de la empresa. Y en esta posición, se vio en la necesidad de convocarnos. Me necesitaban en el diario pues se iba a llevar a cabo una importante reunión.
A todo el equipo de periodistas nos reunieron en la sala de redacción. Comenzaban las horas de la madrugada. Se nos planteó un asunto que no cabía dentro de nuestra misión periodística pero que sí era de alto interés para la empresa.
La Sociedad Periodística del Sur no era, en aquellos años, cualquier cosa. Tenía diarios e influencia en Santiago, “El Diario Ilustrado”; en Concepción, “La Patria”; en Temuco, “El Diario Austral”; en Valdivia, “El Correo” y en Osorno, “La Prensa”; es decir, en las ciudades más importantes del sur de Chile.
Nos negamos. Seguiríamos siendo leales a nuestra misión de informar y a nuestro público lector. La empresa, que buscara otros medios para apoyar sus intereses.
Hace poco se vio este mismo fenómeno en los Estados Unidos cuando el presidente pidió al director del FBI James Comey lealtad a su persona por sobre lealtad a los Estados Unidos. ¿Consecuencia “inmediata” para Comey? “Por la presente, estás despedido y eres removido del cargo con efecto inmediato”.
Los efectos para el presidente aún no se han terminado de dar. En cuanto a nosotros, no se tomaron represalias ni nadie fue despedido, lo que demuestra que hasta aquellos poderosos dueños de la empresa entendían la misión del periodista.
¡Eran otros tiempos!
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