Ninguna forma de gobierno, incluso la democrática es el genio de Aladino.
Hay algo que millones de españoles tenemos en común aunque no sé si de la misma manera y en el mismo concepto.
Para este “aprendiz de escribidor”, con su acumulada juventud, fue un sueño conquistado; para muchos de los de menos juventud acumulada hoy, un sobreentendido.
Me refiero a la democracia. Millones de los que votarán, que espero sean muchos, abrieron sus ojos ya en ella, y visteis teñido por ella vuestro mundo. Y en estos tiempos, muchos pensamos que ante la ley todos somos iguales –iguales los derechos a la vida, a la felicidad, a la libertad, a no ser dominados por otros, e iguales ante los deberes valor que nadie ni nada ha fundamentado, reconocido y proclamado como la ética cristiana, que tantos olvidan.
Pero la evidencia, y pese a los cantos de sirena de políticos y estadistas, ninguna forma de gobierno –incluso la democrática es el genio de Aladino ¿mejora acaso el hombre?; la verdadera mejora de una sociedad es interior; la política noble y justamente desarrollada, es sólo una ayuda indecisa.
El interior de la democracia debe regirse por la prerrogativa de la regeneración interior del ser humano; su exterior, es apariencia, por las encuestas, las estadísticas y las demagogias.
Éstas proclaman por sus paladines que todos van a ganar, que se va a votar en mayoría por la derecha, la izquierda, la izquierda de la izquierda, la derecha de la derecha ¿me sorprende? no lo sé.
Antes prefiero preguntarme a qué me inclino. A la ética cristiana, la solidaridad –esa palabra tan malgastada , la igualdad, desde el corazón a los viejos ideales humanos y de valores absolutos, esos que muchos políticos se callan, y si los nombran, siempre alejados de cualquier connotación cristiana, lo hacen para tranquilizarnos.
Ética del Cielo que es contraria al egoísmo del notable burgués y del gran capitalista, tanto como de los comisarios marxistas, los enemigos de la Ley y el orden y los fanáticos de su propia justicia.
Pertenecemos a una sociedad que se preocupa mucho, lo vemos en todos los mítines, del paro y de la crisis económica, de la educación y la sanidad, de la investigación y el bienestar de todos ¡faltaría más!, ¿en qué lugar quedan la pobreza, las desigualdades cada vez más profundas, el egoísmo de los poderosos, la dictadura de los mercados, la violación de los valores fundamentales y de la familia natural, de la aplicación real de las justas condenas y tantos otros peligros y descuidos?, esos a los que nos vemos enfrentados y nos imponen un tiempo de reflexión más que de un día de comprensión, de examinación de los actores y de actuación en consecuencia.
¿Qué hacer? y no simplemente ¿qué harán nuestros aguados políticos, por muchas puyas que se lancen?, cuando tras los resultados hacen pactos entre ellos, como los saduceos, los herodianos, los fariseos, los zelotes y los religiosos que con tal de acabar con Jesús se unieron en sus maldades.
¿Qué haremos ante la multitud de jóvenes, a menudo sin futuro, afectados por el paro y la precariedad laboral?; ante la incertidumbre que angustia a millones de trabajadores y sus familias, sin que nadie de forma clara les ofrezca perspectivas de mejora a corto o medio plazo.
Ante la especulación inmobiliaria desenfrenada, económica y socialmente absurda, pero con –por un tiempo tramposas hipotecas, que dificulta el acceso a la vivienda al tiempo que altera los paisajes litorales y el medio ambiente.
Ante los escándalos de corrupción que implican a dirigentes políticos, prácticamente de todos los colores ¿qué hacer?; en principio no desanimarnos ni dejar que nos hundamos en el pesimismo.
La norma cristiana es de un ideal insuperable: “no seas vencido de lo malo, vence con el bien el mal”, aquí la democracia es menor que nosotros. Somos los que debemos dedicarnos a acciones constructivas, motivadas por el rechazo de la pasividad y de la indiferencia.
Saber decir no. Protestar. Resistir. Denunciar. Desobedecer, en ocasiones, frente a lo que nos parece no legítimo y cercena las libertades y los derechos fundamentales y bíblicos.
Saber decir sí. Actuar. Tomar parte en el derecho de votar, que nos permita dar respuestas a un mundo que no nos conviene. En una palabra: comprometerse.
No nos debemos desinteresar de nuestra democracia. Es nuestra como lo es nuestra ciudadanía y nuestro amor. Depende de todos, de cada uno –estrictamente de cada uno de nosotros.
No debemos darla por hecha, al igual que la vida y el amor, no termina de hacerse. Nos atañe tanto como el futuro. Y es que, entre los bienes comunes –a mis ojos, al menos más altos, está la democracia. Que es mucho más que las “promesas” de los que pretenden ser elegidos.
No es una panacea, sino una costosa posibilidad; un propósito de hacer bien continuado, no un regalo, sino un aprendizaje, no una imposición, sino algo que crece del pueblo para el pueblo, que crece de adentro hacia afuera; no un bien que se defiende con las armas, sino con el convencimiento y la generosidad; no un objeto que se adquiere con dinero, sino con la formación, la constancia y la calidad del ser interior.
Por eso “Desde el Corazón” en un País como el nuestro –que todos deseamos libre, flameante, gozoso y de ética cristiana la mediocridad, el rencor, la mentira y la increencia –o sea la fealdad han de resignarse a recibir el pago que merecen, en lugar de ser condecorados como lo han sido tantas veces y que esperamos no lo sean más.
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