Hay aspectos de la rutina de Cristiano Ronaldo que de seguro le hubieran interesado mucho al Apóstol Pablo.
Hablar de rigor y autodisciplina cristiana para fortalecer nuestro ser interior no parece un mensaje muy atractivo. Es probable que tenga mayor aceptación hablar de un esfuerzo físico que apunte a la estilización del cuerpo como una forma de vernos bien y sobresaltar la figura, afanoso empeño que tiende a engrosar nuestra particular vanidad y a hacerle un poco más de espacio a nuestro ego.
Fortalecer la vida espiritual y enriquecer la mente a través de retiros, ayunos, buenas lecturas, tiempo de oración y otras prácticas de renovación interior, como un ejercicio de crecimiento y apoyo a nuestra vida de fe, no parece ser una preocupación para una buena parte de los creyentes de este tiempo.
Las prácticas que fortalecen la vida devocional de los creyentes reciben cada vez menos promoción y estímulo. Se acoge más fácilmente ver la glamurosa presentación a través de un medio electrónico de un predicador que nos trae en una palabra “personalizada” todas las soluciones esperadas, que tomarnos tiempo en oración para conocer de forma más personal e íntima la voluntad de Dios para nosotros.
Preferirnos escuchar una charla “religiosa” entusiasta y amena que tomarnos tiempo examinando la Biblia para formarnos de manera más cabal en su conocimiento. Preferimos ser el fanático que aplaude o se enfada en cada jugada de su equipo, que el atleta que, en el fragor de la contienda, lucha directamente por alcanzar la victoria para él y su equipo.
Es innegable que la disciplina para la vida cristiana hoy ha perdido intensidad, lo que sin dudas le ha quitado atractivo y colorido espiritual al testimonio cristiano personal. Nos estamos limitando a ser gentes entretenidas y amenas, pero con poca pertinencia e impacto. No trastornamos a nada ni a nadie. Somos arrastrados por esta cultura posmoderna, y no hemos tenido el coraje de plantarle cara a la misma.
Pablo entendió que una vida cristiana intensa y ferviente reclama una disciplina espiritual de proporciones similares a la que observan los atletas de alto rendimiento que buscan salir triunfadores en cada una de las competencias en las que participan, por eso comparó su vida cristiana con la de los atletas de su época. Su vida fue una auténtica lucha de fe. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado (I Corintios 9:24-27)".
Una crónica deportiva con la firma de Manu Sainz, publicada en el periódico AS del 31 de diciembre de 2013, detalla aspectos de la rutina de Cristiano Ronaldo que de seguro le hubieran interesado mucho al Apóstol Pablo. Este sobresaliente futbolista no se va a cenar con la familia o a tomar algo con los amigos después de un partido, sino que él comienza entonces su “otro” entrenamiento. Lo primero que hace es comer algo en el propio estadio para acelerar su recuperación reemplazando los fluidos perdidos en el sudor y restableciendo las reservas de glucógeno muscular. En el mismo vestuario del estadio toma fruta, pizza o alimentos ricos en carbohidratos.
Después de cada partido para estimular el flujo sanguíneo y la circulación toma una sesión de baños de contraste de agua fría y caliente en un ciclo que repite durante una media hora. Luego, con la piscina totalmente en silencio, nada unos 20 minutos para darle vueltas al partido y limpiar la mente. Ronaldo no se dirige a los demás jugadores para elaborar excusas, ni para buscar responsables por algunas derrotas, independiente del resultado este futbolista asume una rutina a través de la que busca ser mejor en el próximo partido.
El pensador Francis Schaeffer insiste en recordarnos que la verdadera espiritualidad consiste en que la fe cristiana se vive día a día en un presente continuo. La vida cristiana no la podemos vivir como si fuéramos simples espectadores, somos parte de una lucha continua contra poderes diversos que quieren hacernos perder la perspectiva de nuestro llamado. Ser cristiano no es una adhesión simplemente para aplaudir y mostrar simpatías por una creencia religiosa, es un compromiso que involucra todo lo que somos, todo nuestro ser.
Es la fe que se tiene en este momento la que cuenta, los logros o las derrotas del pasado no son tan determinantes. Debemos vivir una fe victoriosa en el presente con la certeza del futuro glorioso que nos espera.
Hay creyentes que buscan que les sirvan una espiritualidad a la carta. Es lo que se ha llamado una espiritualidad light. Hemos desarrollado un particular método de mediación, donde alguien nos da algunas palabras y fórmulas que nos ayudarán a ser prósperos y felices, y nosotros nos encargamos de escuchar y seguir estas instrucciones en el supuesto de que nuestras vidas cristianas alcanzarán la plenitud deseada. Cualquier esfuerzo en este sentido se limita a una contribución financiera para que los nuevos sacerdotes nos sigan repitiendo lo mismo día tras día con algunas novedades y variados coloridos.
Nuestra sociedad mercantil y financista ha creado una oferta sofisticada de bienes religiosos que ha encontrado toda una masa de consumidores. Existe hoy una corriente ideológica doctrinal muy influenciada por lo mercantil donde se sustituyen los elementos que sustancian la fe como son la cruz, el compromiso, la devoción personal íntima y la autodisciplina por elemento banales y sin contenido que nos distraen y nos impiden ver la posibilidad de vivir una vida cristiana intensa y profunda.
Pablo en la carta a los Filipenses 3:12, afirma que “No es que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”.
La mentalidad posmoderna le ha restado impulso a la disciplina cristiana, al extremo que una masa importante de creyentes ha pasado de ser actores y protagonistas de sus vivencias propias, a ser simples espectadores que son entretenidos en el circo religioso que se ha montado en esta época. Como creyentes no solo estamos llamados a aplaudir los goles que otros hacen, sino que tenemos que prepararnos y disciplinarnos en la fe para nosotros meter los nuestros, y así convertirnos en verdaderos campeones de la fe.
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