La Navidad es una fiesta cristiana si los celebrantes son cristianos y hacen de la encarnación de Cristo el centro del festejo.
(En memoria de Paul Byer, mi amado suegro, quien me enseñó a festejar cristianamente la Navidad)
Se acerca la Navidad y de nueva cuenta llegan mensajes de cristianos que sostienen celebrarla es anti bíblico y anti cristiano. Año con año leo y escucho afirmaciones de personas convencidas, y que buscan convencer a otros, acerca de que la Navidad es una fiesta pagana.
Para comenzar habría que matizar la mencionada afirmación y ubicarla históricamente. Abundan información y escritos que son reciclados por quienes se oponen a las festividades navideñas, citan como base de su oposición la costumbre antigua de celebrar el 25 de diciembre el solsticio de invierno, cuando la luz del día era la más corta del año y a partir de allí comenzaba su crecimiento hasta ser paulatinamente mayor que las tinieblas de la noche. Las celebraciones incluían alabanzas al sol invicto, que nuevamente vencería la oscuridad y traería épocas de florecimiento en todos los aspectos de la vida.
Los cristianos posteriores a las comunidades neotestamentarias debieron confrontar sociedades en las que los astros eran venerados y a los cuales se les atribuían poderes divinos. Fue entonces cuando comenzaron a celebrar la festividad no cristiana con un sentido cristiano, afirmando que la plenitud de la luz que definitivamente venció a las tinieblas era Jesús el Cristo. Hicieron lo que muchos cristianos y cristianos después a lo largo de la historia harían con diversas costumbres y expresiones culturales que originalmente no eran cristianas: las redimieron, les dieron un nuevo sentido, remodelaron y recrearon conmemoraciones y festividades para reafirmar su fe dotando de otro significado a costumbres no cristianas.
Entre los mensajes que he leído en redes sociales de cristianos anti Navidad reaparecen constantemente dos aseveraciones: Jesús no nació el 25 de diciembre, y él tampoco mandó celebrar su nacimiento. De allí desprenden que celebrar Navidad es, así lo he leído, “antibíblico y anticristiano”. Es cierto, Jesús no nació el 25 de diciembre y en los primeros siglos posteriores a él distintos teólogos cristianos intentaron dilucidar la fecha probable de su nacimiento. Quien quiera conocer de tales intentos puede acceder en la red a un buen cúmulo de materiales. Entonces, desde la óptica anti navideña, festejar la Navidad, es decir la natividad, el nacimiento de Jesús, el 25 de diciembre lo hace a uno, en automático, un celebrante del solsticio de invierno y toda la carga pagana que conlleva.
Sobre cuándo se inició la celebración “oficial” del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre existen varias versiones. Tal vez la más documentada es la que refiere a Julio I (años 337-352), obispo de Roma, como quien decretó se observara el 25 de diciembre como la fecha de la Navidad. Si fue entonces, un poco antes o un poco después, es un tanto intrascendente porque nadie que sepa historia del asunto sostiene que el 25 de diciembre es la fecha del nacimiento de Cristo. Es claro que los cristianos aprovecharon una fecha para resignificarla y diferenciarla de su origen pagano.
Por lo anterior y en consecuencia, a estas alturas, me parece un tanto esteril continuar sosteniendo que como Cristo no nació en el día que tradicionalmente se festeja su llegada al mundo, entonces necesariamente al hacerlo se está sucumbiendo al paganismo y se es cómplice de celebrar festividades astrales.
La otra afirmación se hace pasar como muy autoritativa y argumento final contra quienes celebramos la Navidad. La celebración, sostienen, es anti bíblica porque Cristo no mandó celebrar su nacimiento. La premisa es reduccionista y rudimentaria. Primero habría que dilucidar qué comprenden por bíblico. Porque si a su lógica nos atenemos tampoco Jesús mandó realizar actividades que estoy seguro los adversarios evangélicos de la Navidad sí realizan: viajar en avión, usar calcetines, comunicarse por teléfonos celulares, usar las redes sociales para difundir mensajes, acompañar los cantos con instrumentos que no se describen en el Nuevo Testamento y un largo etcétera. Considero un desatino afirmar que exclusivamente los seguidores y seguidoras de Jesús tenemos permitido hacer lo expresamente ordenado por Jesús. El Evangelio no es un manual en el que estén normadas todas y cada una de las acciones que debemos llevar a cabo. Lo que sí está claro es el espíritu de amor, servicio y compasión que debiera caracterizar nuestras conductas cotidianas, que ellas reflejen el Espíritu de Cristo en lugar de andar de fiscales de conductas de los demás.
Las conformadas por amish son comunidades cristianas a las que aprecio y respeto mucho. No usan bienes tecnológicos como electricidad, rechazan los automóviles de motor (se continúan transportando como sus antecesores del siglo XVII, en carruajes tirados por caballos), tampoco viajan en avión, labran la tierra con instrumentos que no desplazan la mano de obra humana, las mujeres no se maquillan ni usan joyas, en sus cultos cantan himnos sin música, todo lo anterior porque en su entendimiento bíblico el Señor quiere la sencillez de vida y por ello en su vestimenta reflejan austeridad. Los amish son congruentes con las convicciones a las que han llegado, y las ponen en práctica cotidianamente. Congruencia que no hay entre quienes son activistas de la anti Navidad porque “no es bíblica ni Jesús mandó celebrarla”, pero sí hacen uso de múltiples bienes que Jesús explicitamente nunca dijo que se usaran. Son presa de incongruencia y estrechez hermenéutica que invierte tiempo en vigilar y dar veredictos sobre conductas que para nada cotradicen las enseñanzas centrales y salvíficas del Evangelio.
La Navidad es una fiesta cristiana si los celebrantes son cristianos y hacen de la encarnación de Cristo el centro del festejo. Para esto pueden valerse de símbolos diversos que apuntan hacia la centralidad del Verbo encarnado. En esta perspectiva, y en la temporada de Adviento y en la Navidad misma, hay que leer los anuncios de la llegada del Mesías y su nacimiento. Hacerlo así en las semanas previas al 25 de diciembre, y en tal día, es una oportunidad para darle un sentido evangélico (en el sentido de acorde con el Evangelio) a una fecha cuya celebración se ha adulterado en la sociedad de consumo desenfrenado y que por ello está distante de la narrativa del Nuevo Testamento.
Celebrar o no celebrar la Navidad no significa mayor o menor compromiso con los valores enseñados por Jesús. Me parece que hacer una u otra opción debe quedar en la libertad cristiana para decidir sobre asuntos que permiten pluralidad de posibilidades, y que elegir una de esas posibilidades no contraviene normas fundamentales del ser cristiano. Los que han concluido no celebrar Navidad están en su derecho, lo que me inquieta es cuando son misioneros de la anti Navidad y su decisión la quieren hacer válida para los demás y miden la fidelidad al Evangelio con lo que se hace o deja de hacer el 25 de diciembre.
Las narraciones de los Evangelios sobre la natividad de Jesús hablan en sentido festivo, jubiloso, sobre la promesa que fue cumplida al irrumpir la luz en las tinieblas, al nacer Emmanuel, Dios con nosotros. Algo de esto he querido describir en distintos momentos y publicaciones, como intenté al condensar los pasajes mesiánicos del profeta Isaías (http://www.jornada.unam.mx/2014/12/24/opinion/018a2pol); o cuando referí la contraposición que hace Lucas entre el nacimiento de Jesús y los poderes de la época (http://www.jornada.unam.mx/2006/12/20/index.php?section=opinion&article=022a2pol). Me he detenido a meditar en la genealogía de Jesús que menciona Mateo y la sorpresiva inclusión de personajes problemáticos (http://protestantedigital.com/magacin/13203/La_Navidad_segun_el_atrevidorsquo_Mateo), y he sido profundamente conmovido con la poética descripción que hace Juan del Verbo hecho carne (http://www.jornada.unam.mx/2016/12/21/opinion/019a2pol).
La Navidad celebrada en clave cristiana siempre es nueva y vivificante. Su inconmensurable sentido nunca se agota y ha inspirado obras literarias y musicales impactantes, lo mismo que arrobadores poemas y pinturas. En esta temporada volveré a leer un libro que narra la conversión en Navidad de un hombre con corazón de piedra: Ebenezer Scrooge, a quien creó Charles Dickens en su hermosa parábola titulada A Christmas Carol (Un villancico de Navidad, de 1843). Voy a regresar a otra pequeña obra, pequeña por su tamaño pero muy grande por las lecciones que deja, escrita por Ignacio Manuel Altamirano, La Navidad en las montañas (publicada en 1871) y que narra la redención personal y social que tuvo lugar en un apartado pueblo mexicano. Con inmenso gozo voy a deleitarme en el sublime Mesías de Händel, obra musical cristológica y cristocéntrica cuyas piezas cantadas son casi literalmente abundantes porciones bíblicas. El Mesías, estrenado en 1742 en Dublin, se interpretaba en Semana Santa y al paso de los años se ha hecho tradición interpretarlo en la temporada navideña.
Encomio a los cristianos que no celebran Navidad para que respeten a quienes sí lo hacemos. Los que festejamos con conocimiento de causa que Jesús no nació el 25 de diciembre, pero que hemos adoptado la fecha para gozarnos en que Jesús siendo rico se hizo pobre por amor a nosotros (2 Corintios 8:9), y nos reunimos para hacer el centro de la fiesta al Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz encarnado en Cristo (Isaías 9:6), no incurrimos en paganismo como algunos anti Navidad obstinadamente afirman.
Junto con los míos me apresto a celebrar con júbilo Adviento y Navidad, tiempo para cantar y abrazarnos, tiempo de compartir corazones y esperanzas, tiempo de asombrarnos como los magos/sabios de Oriente que ante el bebé se postraron y le adoraron (Mateo 2:11). Hacemos fiesta porque “el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido” (Mateo 4:16, NVI). Confieso con el poeta Juan Carlos Rodríguez Búrdalo la maravillosa irrupción lumínica celebrada en Navidad:
La Luz que ha de venir está llegando
y es tanto lo que llega en la venida
que no cabe en el pecho tanta vida,
aurora tanta al corazón llamando.
Es tal la claridad en su porfía
de abrir un ventanal y hacerse lecho,
que baja las estrellas sobre el pecho
del mundo en Navidad. Y un nuevo día
nos abre a la Verdad, como tocando
con nieve cereal lo más profundo
del largo anochecer que ciega el mundo.
La Luz que ha de venir está llegando.
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