Reflexionando sobre nuestro matrimonio de cada día.
Hace algunos años, mientras realizaba mi primer 'Máster en Peregrinaje Cristiano', en un apartado dedicado a la familia tuve que escribir un pequeño trabajo como parte de mi preparación. Y después de leer, escuchar, escrutar la realidad mía y la de otros, hilvané estas líneas que hoy completo:
"He leído que las águilas suelen vivir aproximadamente 70 años. A los 40, sus uñas y pico se curvan y no pueden alimentarse; las alas están envejecidas y pesadas, volar se torna difícil. Así, pueden dejarse morir o iniciar un doloroso proceso de renovación que les permitirá vivir 30 años más. Si deciden renovarse, suben a un pico alto y solitario y se arrancan pico, uñas y plumas. Al final del proceso, y con estos elementos totalmente nuevos, procederán a realizar su vuelo de renovación. ¿Podríamos aplicar este símil a nuestra vida matrimonial? Pienso que toda pareja necesita, en algún momento, recobrar fuerzas; debilitados, desmotivados, quién sabe por el ajetreo diario, menor tiempo de comunión con el Señor, trabajo estresante… cosas que pesan e impiden alzar el vuelo. Entonces, como estas aves, debemos parar, y juntos elevarnos hasta las alturas donde podemos iniciar ese proceso de renovación, pero con el Señor a nuestro lado, dejándonos alimentar con su Palabra, y experimentando sus tiernos cuidados. Desprendernos del lastre de esas uñas y plumas gastados por el tiempo puede ser doloroso, arrancarlos debe ser agotador, implicará lucha, pero si Él está ahí podemos pasar la tempestad y salir victoriosos, capaces de afrontarlo todo. Sólo hay que ser pacientes y esperar… Pues sabemos que “los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, se remontarán con alas como las águilas…”.
Esto es muy fácil de escribir. Pero llega la práctica y me surgen preguntas al ver la realidad y acceder a las informaciones que recibo de personas muy preparadas en el tema. He oído que dentro de nuestras prioridades, primero está Dios y a seguir debe estar nuestra familia, nuestro matrimonio; que todo lo demás, sobre todo el trabajo estresante, el ministerio, etc., no debe influir negativamente en las relaciones, y que debemos estar atentos por si alguno de estos factores atenta contra el buen desarrollo de las mismas. La familia ante todo. Totalmente de acuerdo. Pero, como siempre, nos incordian supuestos de que cómo sería si... Si alguna vez, hipotéticamente, claro, el Señor podría pedirme que ponga su Obra en primer lugar. O que a él o ella se les pida comprensión infinita ante la labor del uno o del otro. Que no nos amenacemos con la frase "yo o el ministerio". "Si no hay vacaciones lindas me voy a la casa de mi mamá". O "Podrías estar utilizando tus talentos en campos más rentables". Y ante estas posibilidades, porque todavía estamos un poquito en 'la carne', pensaba que llega un momento en el que podemos negociar, ceder, ganar, equilibrar... y llegar a compartir la pasión por lo que a cada uno nos gusta, acompañarnos, ayudarnos el uno al otro en lo que hacemos, si es para el Señor.
Me preguntaba si es posible sentir placer y regusto en promocionar al otro. No sentirme ciudadano de segunda si mi pareja alcanza grados más elevados. Y cuando me toque el turno, saber que el otro estará ahí para apoyarme. Compartir el tiempo: "hoy me quedo, mañana salgo", turnándonos sin sentirnos como Cenicienta. Me pregunto si a veces Dios nos pide ir en vez de quedarnos. Si Él tiene cosas urgentes que nos llevarán a sacrificar algo. Que tal vez no todo debe ser "dos más dos igual a cuatro". Que a veces me lo pondrá todo del revés, asombrándome, y me mandará a trabajar, a veces lejos, muy lejos, para que otros cuiden a sus familias muy tranquilitos, y más adelante me tocará a mí, si es que me toca. ¿Son estas cosas inescrutables? ¿O ya pueden ser escudriñadas por nosotros y experimentadas? ¡Ay de mí, que soy tan sencilla para entender todo esto!
Solos no podemos. El cordón debe ser de tres dobleces, porque la envidia, el recelo, la desconfianza, la murmuración, el insulto, el ninguneo, la dictadura, la censura, se pueden dar entre aquellos que prometieron amor eterno.
Me preguntaba si es posible decir que si amo a alguien como a mí mismo, me va a encantar estar de aquí para allá con él o ella; que no me aburre su presencia si estamos juntos todo el día en casa, o cuando llega la jubilación. Me pregunto si es normal que me tire a la piscina sin saber nadar. Sentir que su presencia es tan necesaria como el primer día y que lo necesitas como el aire que respiras. Que todo lo que el otro consigue lo sientes como tuyo, sin recelos y lo aplaudes. Que madrugue si es necesario por ayudarle y viceversa, y entienda también cuando el cansancio apremia, sin romper todos los platos que tanto apreciamos. ¿Es esto posible y no una utopía?
Sea en la realidad del hogar, o del ministerio que llevamos a cabo, o de otra labor en el ámbito secular, ¿deberíamos desde los inicios de nuestras relaciones poner sobre la mesa un plan provisional para que sea como una posible hoja de ruta, donde estén claros los paso que queremos dar delante del Señor, aun cuando sabemos que pueden surgir imprevistos de diversa índole? Preguntarnos si estamos dispuestos a embarcarnos en esa odisea con el compromiso de ambos, evidentemente. Preguntarnos si estamos dispuestos a dialogar, dar, recibir, perdonar, cooperar, entender, ser leal, suponiendo que el amor será una constante. Expreso esto para que luego no digamos "Yo no lo sabía". Si aun siendo cristianos, o más aún siéndolo, debemos dejar las cosas claras. Ser francos y mirarnos a los ojos para decir lo que deseamos o no deseamos. Solo así todo irá mejor o más o menos, incluso sabiendo que hay un porcentaje de que las cosas pueden no salir como lo planificamos al principio. No dará lugar a malentendidos, decepciones, deserciones, reputaciones estropeadas, daños colaterales, guerras frías...
Y me preguntaba si no es necesario tener cierta madurez cuando iniciamos este u otro proyecto. Me gustaría que alguien más entendido me lo explicara. O si por el camino vamos madurando y a ver qué pasa. Y otra vez me digo: Solos no podemos. Y cada mañana debemos encomendarnos al Creador de todo, de lo que está arriba y de lo que está abajo. Y como las águilas debemos retirarnos y acurrucarnos bajo sus alas para recibir Su consejo. El único mediador entre nosotros y nosotros.
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