El misionero es un recuerdo cada vez más borroso en la memoria colectiva evangélica.
Billy The Kid fue un hábil y audaz pistolero del Oeste norteamericano que murió a los 21 años edad. Aunque sus raudas manos solo sumaron muertos, es más famoso que todos los misioneros juntos.
Su vida ha sido replicada en múltiples versiones cinematográficas, tiene innúmeras biografías y sus trágicas aventuras son una leyenda que ha concitado la atención de generaciones.
Con los misioneros no sucede igual. Los héroes de la fe no han tenido buena prensa. Las biografías sobre sus vidas no abundan y las pocas que se han publicado tienen poca promoción y son muy difíciles de conseguir.
En raras ocasiones escuchamos hablar de estos personajes extraordinarios, en los que no faltó valor, audacia, entrega y una viva pasión por conducir a los hombres al conocimiento de Cristo.
La vida de entrega y sacrificio que asumieron muchos misioneros cristianos, no ha sido ponderada en su justa medida. Poco se habla de los grandes aportes realizados por estos voluntarios para el bien de la humanidad.
En educación, salud, asistencia social y otros aspectos, los misioneros han sido de gran ayuda a grupos humanos abandonados y desconocidos.
Quiero destacar al misionero voluntario, ese que, atendiendo el llamado de Dios, por iniciativa propia decide irse a un lugar lejano e inhóspito, sin tener necesariamente el apoyo de agencias o ministerios poderosos.
No se trata del misionero conquistador que evangeliza con el poder; sino, todo lo contrario, si es necesario, contra el poder. En ocasiones un poder tribal, nómada o sedentario, signado por la barbarie, la más sangrienta idolatría y la antropofagia.
Estos misioneros no tienen compromisos ideológicos o políticos. Incluso, van con la disposición de afectar en la menor medida los valores culturales de quienes recibirán su mensaje.
Su misión es predicar el evangelio en las condiciones que sea, sin importar el costo, que incluye a veces sus propias vidas. Muchos de estos hombres se inmolaron por difundir su fe y demostrarles a otros con sus propias vidas el amor de nuestro Señor Jesucristo.
Una de las características de los misioneros es su capacidad de identificarse con los grupos destinatarios del mensaje. Esto lo hacen imponiéndose grandes sacrificios, renunciando a amplias comodidades e ignorando atractivas ventajas y fortunas. La capacidad de adaptación del misionero no tiene comparación.
Tal fue el caso del belga Jozef Damien, quien fue a trabajar a la isla Molokai, lugar donde enviaban a los que contraían lepra en Hawái. Damien se dedicó a predicarles a estas personas abandonadas. Las amó, compartió con ellas.
Cuando notó que él también estaba tocado por la lepra, cambió su discurso. Antes iniciaba diciendo: “Mis compañeros creyentes”. Pero terminó sus días iniciando sus prédicas con: “Mis compañeros leprosos.”
David Livingstone fue un médico escocés que hizo de África su destino misionero. Atravesó el continente africano de extremo a extremo en más de una ocasión. Denunció con energía y coraje la caza de nativos para traficar con ellos y venderlos como esclavos.
Su libro “Viajes Misioneros” despertó gran interés por el continente africano. Grabadas en su tumba aparecen las siguientes palabras: “El corazón de Levingstone permanece en África, su cuerpo descansa en Inglaterra, pero su influencia continúa.”
Algunos de los misioneros que se han internado en las más remotas y apartadas regiones de la geografía del mundo, primero estudiaron carreras como medicina, antropología, sociología o lingüística en prestigiosas universidades para luego dedicarse a servir en el campo de misión.
El aporte de los misioneros al estudio de la antropología es inmenso. También han aportado al conocimiento de muchos de los dialectos y lenguas que se hablan sobre la tierra, lo mismo que al conocimiento de las culturas de tribus y pueblos desconocidos.
Los misioneros han hecho grandes aportes a la alfabetización, incluso, al conocimiento y difusión de muchos deportes.
Nadie ha hecho más en el área de las traducciones de la vida tribal que el misionero. Me refiero específicamente al esfuerzo por aprender lenguas o dialectos de tribus remotas en plena convivencia con ellas, lo cual es un gesto enorme de amor que merece nuestro reconocimiento.
Los misioneros han sido quizás el puente más efectivo entre la vida civilizada y otras formas vidas y culturas ignotas. Ellos han servido para acercarnos a la comprensión y valorización de otras razas y culturas.
El aporte al sentido de solidaridad y el sacrificio que han realizado los misioneros es inconmensurable. Personajes como Guillermo Carey, David Livingstone, Hudson Taylor, David Brainerd, entre otros, han marcado sus huellas en la historia de forma indeleble. Estos y unos cuantos más son los más nombrados y conocidos.
Lamentablemente hay una cantidad innumerable de hombres y mujeres que han llevado a cabo desde su misión cristiana hazañas extraordinarias que no serán jamás narradas ni dadas a conocer.
El misionero es un recuerdo cada vez más borroso en la memoria colectiva evangélica. Es una leyenda lejana que palidece y pierde interés en el tiempo. Quizás por eso las misiones hoy tienen un respaldo tan tímido y apático.
La literatura y el cine han dedicado muy poco espacio a la vida heroica del misionero. Quizás por eso, cualquier pistolero del Oeste norteamericano o cualquier espadachín oriental tenga más fama que el más entregado y audaz de los hombres y mujeres que han ofrendado su vida a la más noble y gloriosa misión: La proclamación del Evangelio de Jesucristo como manifestación del más genuino amor al hombre.
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