La ciencia debe basarse en la observación, no en declaraciones dogmáticas que no pueden ser verificadas.
La Biblia empieza diciendo que en el principio creó Dios los cielos y la tierra, pero ¿hubo realmente un principio? ¿Acaso no se deduce de uno de los postulados fundamentales de la física que la energía debe ser eterna? ¿No dice la primera ley de la termodinámica que la energía ni se crea ni se destruye y que sólo se transforma? ¿Hay o no contradicción entre la Biblia y la ciencia? No recuerdo cuántas veces me han hecho estas preguntas. Sin embargo, la respuesta es bien sencilla.
Cuando se formuló por primera vez, en el siglo XVIII, este principio de conservación de la energía (Lavoisier, 1789), los científicos pensaban que el universo era eterno y que cualquier idea que implicara creación a partir de la nada debía considerarse como religiosa o no científica. No obstante, hoy, las cosas han cambiado. Gracias a la aceptación de la teoría del Big Bang, se cree que en realidad el mundo tuvo un principio puntual en el tiempo y que, en esa singularidad inicial, se habría originado no sólo toda la materia sino también la energía (que, según Einstein, es otra expresión de la materia), así como el espacio y el tiempo. Si se invierte ese alejamiento observable de las galaxias (conocido como “corrimiento al rojo”), se llegaría al momento cero de la creación del mundo.
De manera que la validez actual de dicho principio de conservación de la masa-energía -como actualmente se le conoce- no tiene que ver tanto con la eternidad de la energía sino con las transformaciones que ésta experimenta en el mundo, al pasar de una forma de energía a otra diferente. La mayoría de los científicos ya no cree en la eternidad del cosmos ni de la energía que lo constituye. Tal cambio de cosmovisión fue doloroso para algunos por sus evidentes repercusiones religiosas. Otros siguen buscando todavía alguna alternativa contraria a la creación. Sin embargo, cuanto más se profundiza en este asunto, más reforzada sale la teoría de la Gran Explosión.
Lo que sí es cierto es que en cada cambio energético se produce una degradación de energía que la hace cada vez menos utilizable. Por ejemplo, al quemar carbón para producir electricidad, la energía térmica se transforma en eléctrica pero se pierde parte de la misma en forma de calor que pasa a la atmósfera. De la misma manera, cuando dicha energía eléctrica se convierte otra vez en térmica, en una estufa, se escapa también cierta cantidad de radiación electromagnética. Esto significa que, aunque la energía total siga siendo la misma en el sistema terrestre, ya no se podrá usar toda en beneficio humano.
En resumen, decir que la primera ley de la termodinámica contradice el principio de todas las cosas porque “la energía no puede ser creada” es una gran equivocación. La ciencia debe basarse en la observación, no en declaraciones dogmáticas que no pueden ser verificadas. Lo que se desprende de esta ley de la física es que, hasta donde se puede observar, la cantidad de energía real en el cosmos permanece constante. Pero esta primera ley no dice absolutamente nada acerca del origen de dicha energía, de dónde surgió o cuánto tiempo lleva ahí. Por lo tanto, esta ley física no contradice la doctrina bíblica de la creación.
Además, la segunda ley de la termodinámica afirma que la cantidad de energía utilizable en el universo está disminuyendo (que aumenta el desorden o grado de “entropía”). Esto significa que el mundo se está agotando, que su energía se va convirtiendo poco a poco en calor inutilizable. Semejante observación implica lógicamente que el cosmos no puede ser eterno pues, si lo fuera, se habría quedado sin energía útil hace ya mucho tiempo.
No hay contradicción entre las leyes físicas y la declaración del Génesis porque el universo tuvo un principio en el tiempo y el espacio.
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