La obra salvadora de Dios es completa, no requiere ayuda.
La única manera de aceptar el Evangelio es por la fe. Dios no conoce ningún mérito humano que pueda mover su favor. No importa cuán noble aparenten nuestros esfuerzos, la fe, que es la ausencia todo mérito o esfuerzo de parte del hombre, es la única forma posible de acercarnos a Dios. La Biblia declara que todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios. Esta declaración soberana pone a todos los hombres en el mismo estado. Todos los hombres somos pecadores, y desde esa posición solo la fe en Jesucristo puede mover la gracia de Dios.
La información, el dato que Dios tiene del hombre partir de lo éste es y ha hecho, es muy malo. La condición del hombre a partir de sí mismo lo descarta para recuperar la comunión con Dios. Partiendo de esa fuente, la del hombre, todo está perdido. Esta no es una noticia grata. El Evangelio es buena noticia. Esta fuente informativa viene del trono de Dios. Es un anuncio de vida: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres”, proclamaron los ángeles (Lucas 2:14).
El Evangelio es la oferta gratuita que Dios les hace a todos los sedientos para que vengan a las aguas. “A los que nos tienen dinero venid, comprad y comed. Venid y comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Isaías 55:1). Esta es la oferta de Dios para aquellos que no reúnen méritos, y aún para aquellos que presumen reunirlos. A Dios no le interesan nuestros méritos. Su favor no parte de las buenas obras del hombre. Dios lo ha hecho todo por nosotros y no necesita de nuestra ayuda, aunque si quiere que creamos y aceptemos las bendiciones que Él nos ofrece.
El Evangelio es una oferta gratis que hace Dios y que está al alcance de todos. El sistema de méritos parte de lo que el hombre puede hacer; la gracia comienza con lo que Dios ha hecho; por tanto, estos dos sistemas son incompatibles. El apóstol Pablo dice que quienes tratan de imponer el Evangelio a partir de las obras están predicando “otro evangelio”.
Muchos cristianos entienden el Evangelio como si se tratara de una oferta de entrada gratis, pero ya dentro, creen que tienen que pagar por el consumo. No es así. El Evangelio se recibe por fe y se vive por fe. La misma gracia que salva, es la misma que santifica y es también la misma que franquea nuestra entrada a la vida eterna. La obra salvadora de Dios es completa, no requiere ayuda.
Las buenas noticias del Evangelio son que la entrada es gratis y el consumo también es gratis. Jesucristo pagó la entrada y con la misma tarjeta ha cubierto todo el consumo. Es posible que algún usurpador quiera cobrarnos en la fiesta, puede ser nuestro orgullo, el Diablo o el legalismo religioso, para eso debemos mostrarle nuestra tarjeta de salvación que indica que Cristo lo pagó todo por nosotros, que somos salvos por gracia y que su sangre nos limpia de todo pecado, nos libera de toda culpa y nos exonera de toda deuda moral. Somos libres por su gracia y en esa libertad estamos llamados a vivir.
Esta posición ha querido ser malinterpretada por el legalismo religioso que entiende que este enfoque del Evangelio da lugar a la dejadez y a la negligencia en la vida del cristiano. Es todo lo contrario, lo que se recibe por gracia se da por gracia. No se trata de obrar para alcanzar nada, sino es un obrar porque ya lo hemos alcanzado todo en Cristo. Es un obrar que no opera para conseguir una recompensa en un determinado plazo; es un obrar, el obrar bajo la gracia, que opera porque ya en Cristo somos nuevas criaturas, tenemos su vida y la esperanza de gloria es una realidad presente. Tenemos la vida de Cristo en nosotros y nada puede quitarnos esa vida.
Llega hasta mi memoria la historia de un esclavo que pasó a las manos nobles de un amo bondadoso, que lo compró por encima del interés y la puja de un amo malo y tiránico que adquiría esclavos para someterlos a crueles sufrimientos. De camino, el amo bondadoso le dice al esclavo: “Toma tu libertad, te compré para eso... para que seas libre”. En actitud agradecida, el esclavo le respondió al amo noble: “si ya no soy su esclavo, permítame el privilegio de servirle voluntariamente, esa será la mejor forma de disfrutar esa libertad que usted ha adquirido para mí.”
Es esta la actitud normal del cristiano que entiende lo que Dios hace cuando pone el Evangelio a su alcance. No es hacer nosotros tanto por Dios, es permitirle a Él que haga la obra en nosotros. No intentemos convencer a Dios de nuestra presunta bondad; Dios desde siempre sabe que somos malos. Permitámosle que Él cambie nuestras vidas y dejemos que ese cambio opere en nosotros de forma permanente por la fe en su obra perfecta.
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