Necesita ser claro en nuestras iglesias que el abuso emocional, físico, sexual o de cualquier otro tipo no será tolerado.
La semana pasada se formalizó la acusación de acuso sexual contra el Cardenal Pell de Australia. Durante su tiempo como cardenal él fue acosado por acusaciones de proteger a sacerdotes que habían cometido abuso sexual de menores. Muchos en Australia lo consideraban un cardenal dispuesto a “proteger” a los sacerdotes acusados. Pero ahora la acusación va en contra de él mismo. Dice que las acusaciones son falsas, pero ha dejado su puesto en el Vaticano para defenderse de las acusaciones en Australia.
Este caso se da en un contexto de cambios significativos en la Iglesia Católica bajo el liderazgo del Papa Francisco. El dijo que iba a luchar contra este tipo de abuso, pero ahora la acusación se da contra uno de los cardenales que Francisco mismo trajo al Vaticano para tratar con la situación económica turbia de la Iglesia. Para muchos este es “sencillamente” otro caso que demuestra la situación problemática que existe dentro de la Iglesia Católica Romana.
Para los evangélicos, nos es muy fácil apuntar a los casos de abuso en la Iglesia Católica y sentirnos vindicados de alguna forma. Pero el problema es que los evangélicos también tenemos nuestros secretos. Existen muchos casos de abuso físico y sexual de pastores contra cónyuges y contra niños y niñas. Al igual que en la Iglesia Católica nosotros también tapamos estos casos. Nuestras escusas son “santas”. Decimos que no queremos lastimar la obra, que el Señor perdona, que los humanos somos débiles, etc. Todas estas justificaciones son las mismas que han utilizado líderes católicos. Los evangélicos no encontramos utilizando las mismas “razones” para no tratar con nuestros propios pecados.
Somos parte de sociedades machistas así que tendemos a defender las acciones de los varones, aunque le hagan daño a otros. Los sistemas familiares y eclesiales defienden al abusador y presionan a la persona abusada a callar. Esto se complica más cuando el abusador es pastor o líder eclesial. Nos es muy difícil aceptar la idea de que nuestros líderes tengan pies de barro, así que los defendemos a capa y espada. Y las personas lastimadas quedan marginalizadas, dañadas y sin recurso para poder confrontar al abusador y comenzar el proceso de sanar. Mi propia tradición menonita sigue sufriendo con el impacto del abuso de uno de nuestros líderes más reconocidos a nivel mundial.
Es tiempo de romper estos patrones. Necesitamos buscar ser transparentes en todo aspecto de nuestras vidas personales y comunitarias. Por un lado es tiempo de confesar. Es tiempo que nosotros los líderes de iglesias evangélicas reconozcamos que este no es problema de “ellos” sino que es parte de la realidad del pecado humano. También necesitamos llamar a los pastores y líderes que son culpables a nombrar su pecado, buscar la sanidad de las personas a las que dañaron y comenzar procesos de restauración.
También es tiempo de declarar y denunciar. Necesitamos abrirle las puertas a las personas que han sido dañadas para que puedan nombrar lo que les pasó y que puedan recibir el apoyo que necesitan para recuperarse. Necesita ser claro en nuestras iglesias que el abuso emocional, físico, sexual o de cualquier otro tipo no será tolerado.
Es tiempo de liberar a nuestras iglesias de los secretos que tenemos escondidos. Tenemos que nombrar este pecado por lo que es. Hay muchas personas que todavía viven con el impacto de lo que les pasó y que no han podido resolverlo completamente porque la persona que les hizo el daño fue un pastor. Si creemos en la gracia de Dios sabemos que puede haber liberación tanto para las víctimas como para los victimarios. Pero tenemos que tomar acción.
También es tiempo de proteger a los más vulnerables en nuestra sociedad y en nuestras iglesias. Necesitamos crear sistemas de cuidado e intervención para evitar que se de el lugar para el abuso. Necesitamos intervenir cuando vemos situaciones cuestionables y necesitamos darle herramientas a nuestros líderes para que pueda evitar toda tentación hacia el abuso.
El evangelio nos invita a vivir hacia el llamado de Dios en Cristo Jesús. Nos llama a la santidad y nos da el poder del Espíritu Santo para vivir de maneras transformadas. Pero también nos confronta con la realidad del pecado y del hecho que si tratamos de taparlo no podremos recibir su perdón, su liberación, su gracia.
El caso del Cardenal Pell nos ha recordado de la realidad del pecado en todos nosotros. Pero también nos da la oportunidad de reflexionar sobre la transformación que Dios quiere hacer en nosotros, si estamos dispuestos a confesar, a confrontar el mal y a restaurar a los que han sido dañados por el pecado o que han dañado a otros. Que el Señor obre su transformación en nosotros.
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