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El poder transformador de la palabra LXXIX
 

El cuerpo y la unidad de la iglesia

Los muchos miembros de un mismo cuerpo hacen un solo cuerpo, como Cristo, quien es el que fomenta la cohesión de los miembros en el conjunto del organismo.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 03 DE JUNIO DE 2017 22:10 h

En el año 2003, en una pequeña reunión de un grupo de mujeres, pude hacer una sencilla reflexión (con temor y temblor) sobre un tema que, por aquel entonces, y aún hoy, me interesaba profundamente; lo hice con la ayuda inestimable de la Biblia y los comentarios de Matthew Henry.



No sé por qué me gustaba tanto ese capítulo 12 de 1Corintios, en el que se comparaba a la Iglesia con el cuerpo humano.



Antes de mis comentarios sobre el tema, hicimos una pequeña representación acerca de una obra de teatro que, al final, no se realizaba por la ausencia de algunos miembros del elenco. Así titulé las breves y humildes líneas que tejí para expresar lo que entendía sobre:



EL CUERPO Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA



Como hemos podido observar en la representación, la inasistencia de uno de los actores ha originado que la obra preparada con tanto esmero no haya podido ser representada, trayendo como consecuencia la decepción y el enfado del público asistente, además de la pérdida de credibilidad de los organizadores.



Esto mismo podemos aplicarlo a cualquier circunstancia de nuestras vidas: en la relación familiar, laboral y de la propia Iglesia, en cuyo caso podemos remitirnos a lo que dice el apóstol Pablo a los Corintios (1Co 12. 14-23), donde compara a la Iglesia con el cuerpo humano, el cual está compuesto de diferentes miembros, pero recalcando que los muchos miembros de un mismo cuerpo hacen un solo cuerpo, como Cristo, quien es el que fomenta la cohesión de los miembros en el conjunto del organismo.



Por lo tanto, deducimos que la Iglesia es un cuerpo en el cual Cristo es la cabeza que le otorga unidad y desarrollo. Entonces, el cuerpo, para funcionar, necesita de muchos miembros, porque la función del ojo es distinta a la de la mano, del oído o del pie. Cada uno tiene una forma o función particular, pero todos constituyen parte de un mismo cuerpo y se necesitan unos a otros.



En la Iglesia, la dependencia entre los miembros es similar: el anciano necesita del maestro de la escuela dominical o de los colaboradores, de los integrantes del Coro, y así recíprocamente.



Lo importante es saber qué parte del cuerpo somos, como dice en el versículo 19: "Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?". Por ello Dios ha colocado a cada miembro en el lugar y en la función más adecuada, lo que nos lleva a fomentar la utilización racional de los dones que poseen cada uno de los miembros, por insignificante que nos parezcan, descubrir el potencial de cada uno y explotarlo, comprometidos con Cristo por su obra redentora y porque el Espíritu santo obra en nuestras vidas, tal como se establece en Efesios 4, 11-12:



"Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo".



Él es el que designa y por eso debemos utilizar esos dones para la gloria del Señor y no para gloria nuestra. Además de los dones, debemos tener la disposición, la entrega, la voluntad de ponerlos al servicio de la Iglesia.



El Espíritu designa, por eso, cuando se aparta a algún miembro, se le niega la función que Dios le ha dado, porque fuera del cuerpo no tendría función alguna. Además, muchos dones son recibidos y no se utilizan, están enterrados; debemos hacerlos emerger para que vuelvan a ser útiles y ponerlos al servicio de la obra.



¿Cómo preservar esa unidad? Así como practicamos la presencia de Dios diariamente en nuestras vidas, considerándolo en todo lo que hacemos, debemos practicar la unidad, señalando que esta vida de unidad se desarrolla como cualquier relación: es inestable, con malentendidos, victorias, fracasos, periodos de silencio... pero todos estos aspectos contribuyen a potenciar la intensidad de la relación y no debemos olvidarnos de acudir a aquel que resulta la piedra angular de todo el edificio, de aquel que es nuestro Padre, Consolador, Refugio, Fortaleza, Esperanza y también instrumento de reconciliación para los momentos de debilidad entre nosotros.



Hagamos que valga la pena ese gran sacrificio de amor que hizo Jesús y con el cual fuimos agraciados, y sobre todo porque con ello Cristo nos ha dado la oportunidad de descubrir el amor, que es la base de todo lo que hagamos, y es el único elemento capaz de impedir el abuso de libertad, y que genera un ambiente de confianza, gracia y perdón; amar exige sacrificios; que no se haga nuestra voluntad sino la del Padre (Efesios 4;15-16).



Explotemos, pues, los dones recibidos y trabajemos unidas en equipo, como se nos recalca en Efesios 4.2-3: "Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".



Llevemos a la práctica los nueve elementos del fruto del Espíritu, sirviéndonos unos a otros como Cristo mismo nos sirvió, "porque si todos los miembros están bien articulados entre sí y se ayudan según su actividad para fortaleza y crecimiento del cuerpo, éste será indivisible", el engranaje será tan perfecto que "si un miembro padece, todos los demás miembros se duelen con él; y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan, pues nosotros somos el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en particular". Si estamos unidas será más fácil proseguir al blanco y hacer realidad los sueños que el Señor tiene para cada uno de sus hijos amados.



Para ilustrar esta reflexión, hay unos versículos que están en Proverbios 30.24-28, que me llaman la atención y que utiliza como ejemplo a cuatro animalitos muy insignificantes, al mismo tiempo que nos reprocha el no actuar con el mismo esfuerzo para alcanzar nuestros objetivos.



También nos enseña a no despreciar las cosas pequeñas de este mundo, pues dentro de un cuerpo pequeño puede habitar una gran sabiduría. El primer animalito al que se hace referencia son las hormigas, tan pequeñas e indefensas, pero al mismo tiempo laboriosas, fuertes y organizadas, tal como lo confirma Pr. 6.7-8:



"Ella, sin tener capitán, gobernador ni señor, prepara en el verano su comida, recoge en el tiempo de la siega su sustento". Yo creo que las hormigas funcionan porque tienen visión, se establecen una meta, que consiste en acopiar alimentos en verano para poder resistir el crudo invierno, tal como señala Proverbios 29.18: "Sin profecía el pueblo se desenfrena, más el que guarda la ley es bienaventurado".



Vemos que ninguna se desvía. Porque si se cumplen las obligaciones, se alcanzará la meta. Así se constata lo que dice Proverbios 22.29: "¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición".



Y luego Proverbios 10.4 que dice: "La mano negligente empobrece, más la mano de los diligentes enriquece". ¿Tenemos nosotras una meta?



Otro animal tomado como ejemplo es el conejo. "Son animales tímidos, que huyen ante cualquier ruido, pero que demuestran un instinto extraordinario a la hora de construir sus guaridas en las rocas".



Luego nos habla de las langostas, que carecen de rey, sin embargo van en bandadas, en equipo. Se juntan miles y en pocas horas pueden devorar campos enteros. A pesar de ser destacable su fragilidad y de que pueden ser agredidas fácilmente cuando están solas, unidas tienen una fuerza inmensa para alcanzar su objetivo.



Por último, se menciona a la araña, insecto al que podemos aplastar fácilmente, pero que no se asusta ante la grandeza de un palacio ni ante una humilde choza. Se le admira por la destreza a la hora de elaborar su tela.



Sigamos el ejemplo de estos cuatro animalitos; hagamos emerger lo mejor que llevamos dentro y unámosnos porque solos no somos nada. Donde estén dos o tres...



A modo de conclusión podemos señalar que es imperativo para nuestra comunidad, la consecución de una unidad fidedigna para que podamos decirle al Señor que formamos parte de su equipo, de ese equipo que Él formó hace 2000 años atrás, durante los tres años de su ministerio en la tierra, y que lo formó tan bien que hasta el día de hoy está esparciendo su palabra por los lugares más recónditos del mundo.


 

 


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