Cuando observamos la maldad sin más perspectiva que nuestras propias posibilidades, nos arropa el desaliento.
La maldad no siempre se expresa como yerro por ignorancia o la mala actuación por no conocer otra manera de hacer las cosas.
Con cierta frecuencia la maldad adquiere una marcada intencionalidad llegando a vestirse de ostentación y soberbia. La maldad así se convierte en ley y norma para algunos individuos.
La maldad en alas de la soberbia y el exhibicionismo se torna desalentadora del bien. De momento, toda bondad parece una tontería, una perdida de tiempo, un despropósito.
Todo parece que quienes anhelan y luchan por el bien en nombre de Dios son unos tontos, que son los grandes equivocados, pues en nombre de una moral que no parece tener mucho sentido, han elegido el camino del sacrificio, negando placeres y lujos que cada día son celebrados con mayor algarabía.
No nos resulta extraño el clamor del salmista cuando expresa: “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia”. (Salmo 73:13) El salmista Asaf hizo crisis mirando la prosperidad de los manos.
Se trata de una crisis normal. No se asombre si en algún momento estos pensamientos pasan por su mente, pues los hechos que los provocan están ante nuestros ojos.
No solo soportamos la maldad, sino también la arrogancia y fanfarronería de quienes la practican. Sentimos que nos estrujan la maldad en los ojos. Se trata de personas que no están tan lejos de nosotros. Sus actos están a nuestro alcance.
Conocemos sus diabluras, sabemos de sus malas acciones, pues su exhibicionismo y arrogancia no las deja oculta. Para el perverso no basta cometer el desafuero, lo gracioso en su mentalidad es que pueda conocerse. Esto es lo que le da poder y satisfacción.
Lo peor es que la atenta observación de la maldad crea un sentimiento de indignación que es capaz de degenerar, de corromperse, de replicarse en una acción justificadora y vengativa que deviene en daño.
Quien tiene el coraje de tomar la justicia en su propia manos, corre el riesgo de degenerar en violento y despiadado. Asaf estuvo en el borde de esta posibilidad y lo declara al decir “Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos, porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero.
No pasan trabajo como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres... Por tanto la soberbia los corona, se mofan y hablan con maldad de hacer violencia. Hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo y su lengua pasea la tierra. (Salmo 73:3-10).
Cuando observamos la maldad sin más perspectiva que nuestras propias posibilidades, nos arropa el desaliento. A veces nos cansamos de esperar la recompensa de los malos y terminamos frustrados.
Esta retribución por el mal se retarda, parece no llegar nunca. Deseamos en ocasiones ver la caída del malo, no por perversidad, sino porque... !caramba! También y todo, si uno pasa tanto trabajo viviendo honrada y piamente, es justo que el que vive para la impiedad de manera pública y ostentosa, en la misma cancha donde exhibe sus desmanes le llegue también el tropiezo.
La perspectiva para comprender la maldad en toda su expresión no puede ser la nuestra. Muchas veces no hacemos lo que no nos atrevemos o lo que no podemos. Quizás no es que seamos tan buenos, es asunto de coyuntura, de posibilidad...
La Biblia nos dice que toda buena dadiva y todo don perfecto procede de lo alto del padre de las luce en quien no hay sombra ni variación.
Observar los malos desde su propia perspectiva está llevando a Asaf a replicar la misma maldad, por lo menos, a convertirse en un resentido, en un frustrado. Sus pensamientos cambiaron cuando se dirigió al santuario, cuando puso su pensamiento en el Altísimo, en el Dios de toda justicia. Así como pudo comprender el fin de los malos.
Estas son las palabras finales de este salmo 73, tan hermoso y reflexivo: “Mi carne y corazón desfallecen, mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí que los que se alejan de ti perecerán. Tu destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien. He puesto en Jehová el Señor mi esperanza para contar todas tus obras. (Salmo 73: 26-28).
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