Lo normal en la vida es nacer joven y morir viejo. Sin embargo, es posible revertir ese orden lógico.
Soy un admirador de Slatan Ibrahimovic, hoy por hoy, haciendo sus mejores armas futbolísticas en el Manchester United, de José Mourinho.
Acabo de reencontrarme con Ibra mientras le echaba una mirada a las noticias del fútbol que nos ofrece El Mundo, de Madrid. Me gusta la foto que acompaña al texto pero más –o tanto como eso—me gusta lo que acaba de decir.
Leía hace poco una entrevista que se le hizo al presidente del Nápoles quien, entre otras cosas, decía que en sus tiempos de jugador (no estoy seguro si copié bien, pero para el caso…) los entrenadores no gravitaban tanto como lo hacen ahora; que no era mucho lo que tenían que ver con el desempeño de los jugadores en la cancha y que eran estos los que marcaban o dejaban de marcar, ganaban o perdían; todo, determinado por las circunstancias puntuales de cada partido. (Que es lo que sigue ocurriendo aun hoy día cuando el fútbol se ha transformado en artículo de primerísima necesidad.) Digo esto porque supongo que algo habrán tenido que ver los entrenadores para que, por ejemplo, el Paris Saint Germain se deshiciera de Slatan; el Madrid de Xabi Alonso, o el Barça, de Dani Alves.
En uno de mis viajes a Chile, me encontraba en la terminal de buses interprovinciales de la Alameda Bernardo O”Higgins de Santiago observando a la gente y recapitulando mis viejos tiempos de chileno viviendo en Chile. De pronto, me llamó la atención un pequeño puesto de venta de maní garrapiñado instalado en medio de la explanada por donde circulan diariamente miles de viajeros que van y vienen en un movimiento incesante de personas y autobuses de todos los colores. Lo atendía un muchacho de unos treinta años que me hizo acercarme a él al ver la alegría con que hacía su trabajo y la forma tan amistosa con que trataba a su clientela. Le compré un cucurucho de maní y nos pusimos a conversar. De todo un poco. Y claro, por ahí tendría que salir la nota graciosa. Le tomé varias fotos y prometí mandárselas si me daba su correo electrónico. Me lo dio. Su correo era slatan@ y algo más. “¿Slatan?” le pregunté sorprendido porque hasta donde sospechaba, en el mundo había un solo Slatan: el futbolista sueco. “Sí” me dijo, “slatan”. Y me contó: “Lo que pasa es que en el barrio donde yo vivo, tenemos un equipo de fútbol. En mi equipo juegan todos los que quieran. Y yo soy uno de ellos. Será porque soy bueno para patear la bola pero el caso es que mis compañeros me pusieron el Slatan. Y de ahí saqué mi dirección electrónica”. “Oye” le dije, “¿y ustedes saben quién es el Slatan?” “Pues, por supuesto” me contestó. “El jugador del Paris Saint Germain, el mejor jugador del mundo. Slatan Ibrahimović. ¡Ese soy yo! ¿Qué le parece?” ¡Nada de Messi, ni de Ronaldo, ni de Di María, ni de Robben. Slatan! Ahora sé que, por lo menos, en el mundo hay dos Slatan: el sueco de los grandes estadios y el chileno de cancha de tierra en un barrio pobre de Santiago.
Slatan Ibrahimovic tiene 35 años, algo así como la edad tope para que los futbolistas empiecen a declinar. Él no. Sigue siendo un factor determinante en el Manchester United como lo fue en el Paris. José Mourinho y los seguidores del MU, felices con el sueco. Así como está jugando, quién sabe si no llega a los 40 con la misma vitalidad y la misma calidad que ha demostrado hasta ahora.
En unas declaraciones que muy oportunamente recoge El Mundo, Slatan, refiriéndose a su edad que no oculta ni niega, dijo: “Me siento como Benjamin Button. Nací viejo y moriré joven. Cuando te vas haciendo mayor y tienes más experiencia no consumes energía en algo que no necesitas. Así que siento que mi juego va mejorando”.(*)
Lo normal en la vida es nacer joven y morir viejo. Sin embargo, es posible revertir ese orden lógico, manteniendo, cuidando y desarrollando un espíritu joven a pesar de las limitaciones físicas —e incluso mentales— que nos van dejando los años. Una de mis lectoras, reaccionando a una nota en la que mencionaba algunos detalles de mi propio periplo por la vida, me escribió para decirme: “No vamos envejeciéndonos sino que vamos transformándonos”. La transformación en el concepto bíblico-cristiano, tiene implicaciones que nos hacen trascender la realidad que vivimos en el mundo presente y que nos proyecta hacia el mundo futuro, donde recuperaremos nuestra juventud, nuestra lozanía, nuestras capacidades; donde, en fin, volveremos a ser tan jóvenes como lucíamos en la foto cuando nos casamos. (Helen Keller dijo: “La muerte es como pasar de un cuarto a otro; solo que en el otro cuarto yo podré ver”.)
Porque estoy con Benjamin Button y con Slatan Ibrahimović en esto de ser cada día más joven mientras más viejos nos ponemos es que traigo a la memoria las palabras de Pablo en 2 Corintios 5.16-18: “Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno”.
Como ven, Slatan Ibrahimovic acaba de hacer un gol de media cancha.
(*) Benjamin Button es un personaje creado por el escritor estadounidense F. Scott Fitzgerald en una novela que escribió en 1922 y que tituló “The Curious Case of Benjamin Button” (“El curioso caso de Benjamin Button”). En el año 2008 se llevó al cine con Brad Pitt y Cate Blanchett como actores principales. Lo curioso del caso Button es que, precisamente, se va rejuveneciendo a medida que se le van acumulando los años. ¿Curioso, no? ¡Que viva la literatura de ficción!
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