El traductor de libros cristianos es, por lo general, un buen lector y, casi necesariamente, también tiene que ser un buen escribidor.
Hace unos cuantos años, un buen amigo, intelectual el hombre, pintor además, filósofo empírico y también empírico en el conocimiento de las Escrituras, me pidió que lo recomendara como profesor en un instituto bíblico.
Le respondí que lo sentía pero que pese a todos sus conocimientos, no calificaba para enseñar en un centro como el que tenía en mente. "Una cosa te falta, amigo mío, y esa cosa que te falta no te la dan ni tus conocimientos ni tus acreditivos humanísticos".
"¿Y qué es esa cosa que dices que me falta?" "Te falta el chip que te conecta de corazón a corazón con el Dios de la Palabra y que es el que te habilitaría para enseñar allí. Y ese chip no se compra ni se vende sino que lo da, gratuitamente, el Padre de las luces".
El traductor de libros cristianos es un ser privilegiado a quien, de alguna manera, Dios lo ha provisto del chip que le faltaba a mi amigo; es el chip que lo capacita para hacer un trabajo tan delicado como es el de poner en español —no en cualquier español sino en buen español— lo que el autor quiso decir originalmente en su idioma vernáculo.
El traductor de libros cristianos, además de tener el raro privilegio de ser el primero en todo el mundo de habla hispana entre cientos o quizás miles a cuyas manos llegará el libro que está traduciendo, es el primero, digo, en leerlo y en beneficiarse de su mensaje.
El traductor de libros cristianos es, por lo general, un buen lector y, casi necesariamente, también tiene que ser un buen escribidor; buen lector porque, además de los libros que en número de uno, dos, o más permanecen abiertos en algún lugar de su casa, el que está traduciendo demanda de él una lectura persistente, continuada, repetitiva. Reflexionada.
Y buen escribidor porque lo que traduzca debe escribirlo de manera que hagan de su lectura algo ágil y comprensible. Y que honren el esfuerzo del autor.
El traductor de libros cristianos debe tener un sólido fundamento doctrinal, debe saber manejarse con las Escrituras —no solo intelectualmente sino, más que nada, espiritualmente— y debe darle a Dios la participación que le corresponde en el trabajo que está llevando a cabo.
El traductor de libros cristianos, a medida que avanza en la traducción, está nutriéndose con lo que lee. Y no es extraño que, por ese medio, Dios le mande, con la suavidad y el amor con que él sabe hacerlo, un mensaje de aliento, de advertencia, de reproche.
Y el traductor, si ha aprendido a identificar, entre muchas otras la voz de Dios, sabrá sacarle provecho a esos recaditos con sabor a divino.
El traductor de libros cristianos tiene, además, la posibilidad de compartir lo que aprende traduciendo con personas que sabe que están pasando por momentos difíciles o por necesidades de diverso tipo.
Hoy día, en que el mundo se ha achicado hasta el tamaño de una naranja, los recursos para la comunicación facilitan una llamada de barrio a barrio, de ciudad a ciudad, de país a país, de continente a continente.
A veces, cuando la cercanía física con alguien lo amerita, "salvar", salir a la calle, subirse al auto o al ómnibus, y llegarse a donde está la persona con la que quiere compartir algo o, simplemente, orar con ella.
En materia telefónica, con mi teléfono celular puedo comunicarme, sin mayor costo o gratuitamente tratándose de llamadas a teléfonos fijos, con cualquier parte del mundo. De tanto en tanto llamo, cuando siento que el texto en el cual estoy trabajando podría llevar un mensaje de aliento a alguien.
El traductor de libros cristianos es un obrero casi anónimo en la labranza de Dios. Digo casi porque suele ocurrir lo que ocurrió hace unos días cuando alguien me escribió para decirme que estaba leyendo un libro (y me dio el nombre) y de pronto descubrió que el traductor había sido su amigo.
Las editoriales acostumbran poner, en la página de identificación, entre otros, el nombre del traductor… en letra pequeñita, como debe ser.
A lo largo de mis años como traductor, he intentado ayudar a otros a que "se incorporen al gremio" y disfruten esta función como la disfruto yo. En algunos casos, el resultado ha sido negativo. ¿Cuestión de chip? No lo sé.
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