El Señor quiere que recordemos su sufrimiento, pero no con ánimo de lamento sino con espíritu de liberación.
Oportuna es la ocasión para ver o volver a ver la película dirigida por Mel Gibson, “La pasión de Cristo”.
Se trata de una presentación cinematográfica que, además de ser lo más fiel posible al texto bíblico, contribuye a que recuperamos a un Cristo más real frente al Cristo místico y revestido de pietismo religioso al que nos tenían acostumbrado otros filmes tradicionales.
La película no sigue un guion estricta y literalmente apegado al texto bíblico, pero esto no le quita rigor escritural ni consonancia con la verdad revelada en los evangelios. Se trata de una recreación, de una visión particular apoyada en un serio ejercicio hermenéutico y también teológico.
Destacado el trabajo artístico de Mel Gibson y su excelente interpretación visual de esta parte tan dramática de los evangelios, quisiera enfatizar un poco sobre el aspecto teológico que podemos inferir de esta película.
La muerte de Cristo es un evento crucial de su obra redentora. La muerte de Cristo, como se puede inferir de esta obra, crea una tensión en todo el cosmos. Se percibe toda una confrontación de poderes. Hay una emergencia universal latente girando en torno a un hombre.
Se trata de una batalla crucial. Es la tarea a través de la cual Dios se propone recuperar todo lo que el pecado había echado a perder, sin que con ello se estropee la justicia de su carácter.
No se trataba de un asunto simbólico o místico. El asunto no era un mero juego religioso con simples fines didácticos o ilustrativos. Era una tensión universal y cósmicas. Era la gran batalla de la existencia y de la historia. No es posible albergar en el pensamiento humano, lo que podría pasar si Cristo fallaba en esa hora suprema en que su misión estaba sometida a la prueba más dura y cruel.
Los ojos de Dios estaban sobre un punto fijo en la tierra, todo el cielo y todo el universo creado estaban en tensión... en apuros.
Unas horas antes de iniciarse la persecución definitiva contra el Señor, él había cenado con sus discípulos. El gesto no podía ser más estremecedor y significativo, él les dijo que ese pan que ellos estaban triturando con sus dientes representaba su cuerpo que en breve sería expuesto a los más despiadados maltratos; y que ese vino que ellos ingerían representaba su sangre que iba a ser derramada.
Este gesto pasaría a ser parte de la vida sacramental de la iglesia y su celebración anuncia y anticipa la victoria de Cristo sobre los poderes de las tinieblas.
Jesucristo se enfrenta a un proceso de sufrimientos que tiene profundas implicaciones metafísicas, cósmicas, universales, históricas y supra históricas. No se trataba de un sufrimiento corriente. Era su responsabilidad asumir todos los pecados de la humanidad, los que se cometieron antes de él y los que se cometerían después de él.
Para entender los sufrimientos de Cristo hay que entender el carácter perverso del pecado, un pecado que se desplaza a todo lo largo de la historia de la humanidad. Es sobre la base de un sufrimiento infinito, no concebible humanamente, que Cristo vence al pecado y a la muerte. De manera que su sacrificio tiene un valor y un alcance infinito.
La gravedad de los sufrimientos de Cristo, presentada por Gibson, causa mayor impacto en el público, cuando se desconoce la perversidad atávica del pecado; cuando por otro lado, también se desconoce el carácter santo de Dios y su amor encarnado en su Hijo Jesucristo.
Sin este cuadro, sin una idea clara de esta trascendencia universal y cósmica que implicó todo el sufrimiento que asumió Cristo, solo se percibe crueldad y salvajismo, golpes, maltratos y atropellos injustificados. Apenas se pondera el sufrimiento que asumió Cristo, cuando desde su estado de santidad decidió cubrir todo el pecado de la raza y del universo.
La persona que se ha reconciliado con Dios a través de este sacrificio de Cristo, no se queda en la lamentación del suceso, sino que lo sobrecoge, sin negar el dolor, sin perder su sentido de compasión, un sentimiento sublime de liberación y paz suprema, que no es otra cosa que la verdadera conquista que logró Cristo a través de estos sufrimientos que muchos, por desconocer todas sus implicaciones, han denunciado como exagerados en esta película.
Damos gracias a Dios por la entrega de este filme a través de Mel Gibson, que de alguna manera ha hecho pensar a gran parte de las personas sobre lo que Dios hizo permitiendo que su Hijo asumiera por nosotros el sufrimiento, el dolor y la culpa que justamente nos correspondía.
El Señor quiere que recordemos su sufrimiento, pero no con ánimo de lamento sino que espíritu de liberación en medio de la viva esperanza de paz permanente que él conquistó en este angustioso proceso que lo llevó a la muerte.
“Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. (Col.2:14-15)
La película de Gibson desató una estéril polémica que revela la locura, la desorientación de que nos habla Pablo de los hombres sobre la cruz de Cristo y su sacrificio. Muchas personas en vez de ir a los motivos centrales de la muerte de Cristo, se quedan lamentado su sufrimiento y buscando culpables fuera de ellos mismos.
Las implicaciones de este evento no se deben segmentar buscando motivos para lamentos y acusaciones, sino para dar un paso a la reconciliación con Dios que fue el verdadero propósito de los sufrimientos y de la muerte de Cristo.
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