La verdad bíblica llama a analizar lo que escuchamos y leemos de los que hablan y escriben. Y también a pensar antes de hablar y escribir, pues seremos juzgados por nuestras palabras.
En el primer artículo de esta serie dedicada al libro, comentamos que el lema adoptado por las Sociedades Bíblicas Unidas es la frase de Lutero “Yo nada hice, la Palabra lo hizo todo” (01).
Sin embargo, hoy hay los que citan a Lutero con el fin de desmentir a los editores de la Biblia que la difunden como Palabra de Dios. Por falta de cautela, o simple ignorancia de ilustrados, terminan siendo cómplices de los signatarios de la Dieta de Worms (02).
En un típico ejemplo de la iniquidad propia de los poderosos monarcas del Sacro Imperio Romano Germánico, el Edicto de Worms catalogó de ‘delincuente´ al sacerdote agustino, prohibió la lectura y posesión de sus escritos, ordenó que fuera prestamente arrestado y condenado e, inclusive, autorizó que cualquiera podía matarle sin sufrir consecuencias penales.
No es diferente esta sociedad totalitaria que vivimos; ella anima, exalta y agrupa a los que se sienten con capacidad de liderazgo para ponerlos al frente de lo que sea. Entre ellos asoman los olvidadizos; esos que olvidan los actos de iniquidad como el que victimizó a Lutero, los que pasan por alto el histórico significado de la traducción de la Biblia al y del alemán, y los que manipulan como mejor les convenga el legado de la Reforma vigente cinco siglos después. La verdad bíblica llama a analizar lo que escuchamos y leemos de los que hablan y escriben. Y también a pensar antes de hablar y escribir, pues seremos juzgados por nuestras palabras (03).
Con toda liviandad esos formadores de opinión usan frases de Lutero para afirmar que la Biblia contiene la Palabra de Dios (incluso solo parcialmente), por lo que está mal llamar ‘Palabra de Dios’ a toda la Biblia.
Mantuve recientemente un intercambio epistolar con un buen hermano en la fe, a quien propuse analizar juntos el tema en cuestión usando el sistema de estudio bíblico inductivo (04). No lo aceptó por considerar que él sabía “hacía dónde conduce una argumentación determinada.” (05) Esta definición me permitió conocerle mejor, y a la razón detrás de su rechazo a estudiar la Biblia con otro enfoque que no fuese el suyo. Igual seguimos dialogando poco más.
Una vez que el hermano me ubicó ‘en la acera opuesta’ me compartió sus pensamientos acerca de qué es la Biblia: “aparte de las grandes verdades divinas, hay muchas cosas que, si bien reconocemos como ‘palabra de Dios’ han perdido su vigencia porque, no eran ni son trascendentes, y, bastantes, por ser circunstanciales se alejan de la perfección de la justicia y de la santidad de Dios (…) El Antiguo Testamento, aún considerándolo Palabra de Dios está lleno de ese tipo de cuestiones”. (06)
Debe destacarse el uso del plural ‘reconocemos’ en su relato con el que incluye a los que no piensan como él. Esta forma de razonar resulta de querer interpretar la Biblia a partir de deducciones propias y de opiniones de terceros. De forma sencilla y magistral el Dr. Martyn Lloyd Jones lo explicó al definir la obra del pensador Karl Barth como más cercana a la filosofía que a la teología o la predicación (07). No es esa la manera en que debemos estudiar las Escrituras.
Como se ha explicado ya, el modo inductivo deja que la Palabra se interprete a sí misma. No permite que le hagamos decir a la Biblia lo que ella no dice.
Es innegable que el Espíritu que guió a los amanuenses, copistas y traductores de los originales, también guió a Martín Lutero al escribir su versión de la Biblia en alemán (en la foto, se ven también sus anotaciones manuscritas en los márgenes) (08).
Algunos niegan que nazcamos con la mente cerrada al Autor de las Escrituras. Son los que encuentran ‘razonables’ los dichos de los racionalistas sobre la Biblia; no solo gustosamente los apoyan, sino que los erigen en sus iluminados mentores.
Sin embargo, habrá otros que reaccionarán ‘razonablemente’ en contra. Si la discusión es en el plano real se terminará con la ya típica frase de compromiso: “No estoy de acuerdo, pero respeto tu opinión”; y hasta habrá un apretón de manos como para enfriar los ánimos. Hay quienes generan una atmósfera artificial para atraer a los que, sabiendo o no de qué se trata, se dejan arrastrar por la multitud.
Ante de este difundido problema al que ninguna fervorosa discusión, frase de cortesía, apretón de manos o movimientos multitudinarios resuelven, el Apóstol Pablo nos muestra el por qué:
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (09)
Es muy cierto que en el universo ‘cristiano’ hay diferencia de estilos pues el Mensaje de Cristo es transcultural. Si bien los estilos no tienen entidad para cambiar la enseñanza del Evangelio, contribuyen a resaltar la rica diversidad que hay en él. No obstante, si se intenta transformar un estilo en doctrina e imponerla autoritariamente como verdad, quien la enarbole y difunda se apartará indefectiblemente de la unidad en la diversidad que distingue al mensaje evangélico.
Fiel a su enfoque, el hermano siguió escribiendo su verdad:
“Nuestro Padre nos da su Palabra a través de su Hijo y en su Hijo. Esa palabra queda registrada y nosotros como creyentes y seguidores suyos, acudimos a su Palabra para tener memoria de todo cuanto nos ha dicho, pero principalmente, para que le conozcamos mejor a través de ‘sus dichos’, pero sus dichos no son Él.” (10)
El autor de este párrafo ya no nos presenta un estilo, sino una interpretación que se aparta de las Escrituras y del correcto uso del lenguaje. Sucesivamente usa ‘Palabra’, ‘palabra’, y ‘dichos’ intercambiando o disociando significado de significante (11). Al separar al Hijo de Dios de su palabra hablada enseña que el Hijo de Dios - Verbo encarnado - es una cosa, y sus dichos son otra; no acepta compatibilidad alguna con el hecho de que ‘somos lo que hablamos’.
Este error tan común es ilustrado por Lucas en su relato del encuentro de Jesús resucitado y los discípulos que iban camino de Emaús. Después de haber estado un largo rato con el Señor, viéndole y oyéndole, aunque sin reconocerle, recién al revelarse Jesús a ellos “les fueron abiertos sus ojos, y le reconocieron” (12). Fue necesario que el Espíritu les revelase que esa Persona, esa palabra y ese lenguaje se daban única y simultáneamente en Jesucristo para que sus sentidos fueran abiertos; recién después de esta revelación “se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (13)
Jesucristo es el ejemplo perfecto de la unidad indestructible que hay entre ser y hablar.
La coherencia entre el ser y el hablar fortalece la identidad del mensajero con el Mensaje que transmite. Seguramente a partir de este encuentro, los dos discípulos habrán recordado mucho de lo que el Maestro les había compartido antes del Calvario; quizás la parábola de la vid y los pámpanos, en la cual se da la clave de la indestructible unidad entre Cristo y el cristiano. En ella, Jesús les había enseñado que “separados de mí nada podéis hacer.” (14) Ese significado está unido a su significante tan fuertemente como lo está el pámpano a la vid; y la lección no termina allí. Por causa de esa indestructible unidad el pámpano rinde mucho fruto; éste es el fin de la vid, para el cual fue creada: llenarse de racimos de frutos apetecibles que honren a su Creador. De esa unidad total podemos recibir otra lección de ilimitado alcance:
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (15)
La permanencia en Cristo del creyente y la permanencia en el creyente de las palabras de Cristo posibilitan una unidad de propósito en la que se cumple al 100% ‘pedid y se os dará’ (16). Pero, también hay pámpanos estériles en la vid. Quien sabe cuidar a la vid los arranca y los quema. Esa obra da más fuerza al pámpano del que nace el fruto. No tiene sentido dejar en la planta aquello que la debilite.
Esta enseñanza es lo que debiéramos tener siempre presente al hablar o escribir: no tiene ningún asidero bíblico intentar imponer nuestras deducciones personales. Con esa actitud desvirtuamos la íntima relación Jesús-Palabra-discípulo. El comportamiento estéril se verifica al conducirnos en sentido contrario a la revelación que de sí mismo hace el Verbo encarnado.
La anécdota que traje a colación empalma con un escrito publicado poco después en P+D (17). Encontré en él una enorme similitud con los párrafos del hermano que he citado. Y ambos, sobre la base de que el Verbo no se hizo Escritura, hacen el mismo e insistente llamado a ‘tener cautela’ al referirnos a las Escrituras en relación con Jesús. Por ser P+D un medio en el que se respeta la libertad de opinión, por el hecho sorprendente que apunto más arriba y, más aún, por la importancia del tema me ocuparé en analizar los dichos del autor. En el primero de siete puntos afirma que “en la Escritura encontramos la revelación progresiva de Dios al hombre; en cambio, en Jesús encontramos la cumbre de la revelación de Dios al hombre. Por tanto, debemos ser sumamente cautos a la hora de igualar la Escritura con Jesús o de referirnos a ambas como «Palabra de Dios» en el mismo sentido.” (18)
Es un párrafo digno de analizar desde varios ángulos. Comenzado por un análisis lingüístico, la acción ‘encontramos’ (del verbo encontrar, en los tiempos presente y pretérito perfecto simple del plural de la primera persona) que usa el autor, no coincide con la acción usada por la Biblia. En ella no aparece el verbo ‘encontrar’ en relación directa al sustantivo ‘revelación’, como veremos en un próximo artículo.
Estudiando todo el consejo divino aprendemos que la revelación es un acto soberano de Dios con quien y cuando Él quiere. No hay ningún pasaje bíblico donde alguien se haya ‘encontrado’ con la revelación por haber tomado la iniciativa. La Biblia tiene un solo sentido para la revelación y es siempre desde Dios (arriba) hacia el hombre (abajo). Nunca a la inversa, como erróneamente da a entender el autor.
Sucesivamente, el autor procede a desdoblar la revelación en ‘progresiva’ y ‘cumbre’; y haciendo uso de una sintaxis poco feliz separa primero la Escritura de Jesús, y luego la Escritura y la revelación de la ‘Palabra de Dios’. Esta manera de escribir tiene gran similitud con la utilizada por los que adhieren a la filosofía de la ‘deconstrucción’ (19).
Esto es más evidente al tratar a la Escritura y a Jesús como meros continentes de la revelación. Parcializar la verdad, si solo decimos que la Escritura contiene la Palabra de Dios, no nos hace veraces, pues la Biblia se define a sí misma como Palabra de Dios (20).
No obran pues con cautela quienes enfatizan solo parte de una verdad; menos, si para ello citan a otros en apoyo propio; pues así confiesan querer justificar lo injustificable. Si tuviesen razón, las SBU habrían causado cuantiosas pérdidas de tiempo y dinero desde 1804, engañando a sus miles de donantes, editores, traductores, transcriptores, colaboradores, voluntarios, distribuidores, colportores, predicadores y lectores que creen en la Biblia como Palabra de Dios revelada en forma comprensible al hombre y mujer de todos los tiempos.
Los que afirman que la Biblia solo contiene la Palabra de Dios y gustan de las estadísticas en cuestiones de fe, deberían realizar una encuesta para determinar cuál de las posturas frente a la Biblia conduce más cristianos al martirio. Si concluyesen con que la postura correcta es la que no provoca la persecución y la muerte, cada Biblia debería obligadamente llevar la frase:
‘Importante: este libro contiene la Palabra de Dios. Los editores no se responsabilizan de las consecuencias que puedan sufrir los lectores que creen que es la Palabra de Dios’.
El giro irónico de mis últimos párrafos se debe a mi admiración por la enorme obra que realizan las SBU en 150 países. Editar y distribuir seis mil millones de Biblias desde su fundación, no hubiese sido posible si no fuera esa la voluntad de Dios. Él quiso y levantó a generaciones de hombres y mujeres movidos por el amor de Jesucristo para realizar esta obra incomparable.
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Notas
Ilustración: pintura que muestra a Lutero frente al emperador que le conminó a retractarse de lo escrito en sus libros http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2015/10/23/562a064ce2704e6c4a8b459c.html
01. http://protestantedigital.com/magacin/41837/Vienen_a_quitarnos_el_’buen_tesoro_del_corazon’
02. Asamblea integrada por los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico realizada en Worms, Alemania, del 28 de enero al 25 de mayo de 1521, y presidida por el recién nombrado emperador Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558), apodado ‘el César’ por ser el hombre más poderoso de la tierra en ese tiempo.
03. Mateo 12:35-37.
04. Se recomienda conocer este sistema de estudio bíblico aplicado en los GBU: http://www.indubiblia.org/inductivo
Respetando la enseñanza de Jesús este sistema parte de las Escrituras y apunta al estudiante; nunca al revés. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (…) porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” Juan 5:39, 46,47.
05. En este artículo transcribo literalmente los conceptos que su autor me dedicó en uno de los extensos correos intercambiados en privado oportunamente; motivo por el cual no menciono aquí su nombre. De todos modos, él hace asiduo uso de la libertad de opinión que garantiza P+D a sus lectores.
06. Ditto 04.
07. Se recomienda ‘¿Por qué Lloyd-Jones criticó a Karl Barth?’ Por Will Graham en ‘Coalición por el Evangelio’: htps://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/por-que-lloyd-jones-critico-a-karl-barth
08. De esta obra de Lutero muchos sostienen que contribuyó a perfeccionar el idioma alemán. Ilustración tomada de: http://rmc.library.cornell.edu/Paper-exhibit/images/E3856_0031.jpg
09. 1ª Corintios 2:14.
10. Ditto 07.
11. El término significante se utiliza en lingüística estructural y en la semiótica para denominar aquel componente material o casi material del signo lingüístico; y tiene la función de apuntar hacia el significado (representación mental o concepto que corresponde a esa imagen fónica).
12. Lucas 24:31.
13. Ibíd. 24:32.
14. Juan 15:5.
15. Ibíd. 15:7.
16. Mateo 7:7; Lucas 11:9.
17. http://protestantedigital.com/magacin/41731/El_Verbo_no_se_hizo_Escritura
18. Ibíd. 4º párrafo.
19. La ‘deconstrucción’ es un término utilizado por el filósofo posestructuralista, nacido en Argelia, Jacques Derrida (15/07/1930). En ella se sostiene que todo texto tiene diferentes significaciones, las que pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje dentro del cual está redactado. Básicamente plantea una disociación hiperanalítica del signo; lo hace afirmando que cualquier tipo de texto (literario o no) se presenta no solamente como un fenómeno de comunicación sino también de significación; por esa causa su planteo es ‘quiásmico’, es decir, se mueve entre la negación-afirmación del símbolo. De esta manera, Derrida se rebela al abuso de la racionalidad de herencia hegeliana, proponiendo precisamente lo contrario: la imposibilidad de que los textos literarios tengan el menor sentido. De paso, esta técnica afirma la autonomía del signo respecto a los significados trascendentales y se niega que la escritura solo remita a sí misma. Hay aún más coincidencias con la posmodernidad de parte de quienes la introducen actualmente en las iglesias. Sirvan estos ejemplos de desvíos de la Biblia para exhibir su peligrosidad.
20. Este punto será desarrollado dentro de esta miniserie en homenaje al Día Mundial del Libro’.
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