Miro al Cielo y constato, padre, lo afortunado que soy de conocer el Evangelio.
Pensé esta carta en el recién pasado 19 de Marzo, día en que multitud de medios de publicidad nos incitaban a recordar el “Día del padre” a escoger regalos “para el padre”, cosa que en mis casi 72 años nunca pude hacer, ya que por haber muerto mi padre a destiempo, tres meses antes de nacer yo, nunca ya, pude llamarle “papá”. Pero hoy me atrevo a escribir al “aire” –como decía Blasco IBÁÑEZ- por si alguien puede leerme, pues aunque no te conocí físicamente, mi admirable madre, tu amada esposa “Sareta” siendo yo pequeño ya me hacía verte como un gigante, como un hombre ejemplar, como un trabajador artista y como un padre modelo, lo que siempre corroboraba y ratifica mi magnífica hermana, siete años mayor que yo.
Lo que mi madre me contó sobre ti y la ternura de mi hermana de los años que pudo disfrutar de tu persona, añadieron a mi visión de ti: de gigante a un ser de más valor que mil maestros, a conocerte como un amigo del buen humor, de la cortesía, de la amabilidad, con una personalidad que parecía no aceptar que para la bondad no había metas inalcanzables, que no existía la palabra imposible, que amabas y estabas lleno de ideales, y quizás por esos motivos pediste antes de morir y sin saber si iba a nacer un varón, ordenaste que me llamara Israel. Ideales los tuyos, que te llevó por tus firmes ideas de socialista de izquierdas, pero no de tarjeta de crédito platino, ¡qué digo, si no existían en tu tiempo! te fuiste a luchar como voluntario en la incivil guerra española. De ella, viniste con la grave lesión coronaria, que en los actuales tiempos la ciencia te hubiera prolongado la vida, y te fuiste. Pero no de mi recuerdo, tu esposa, mi madre que en el Cielo está, me enseñó que, padres buenos hay muchos, buenos padres, hay pocos, tú eras las dos cosas; y ahora que yo ya soy maduro, sé que pocas cosas son más difíciles que ser un buen padre como tú lo fuiste. Y no necesito la comercial idea del “Día del padre” para recordarte, y pensar en las ideas que dialogabas con mi madre, que de haber vivido más tiempo hubieras comentado conmigo, sonriendo juntos con los brazos por los hombros. Ideas que cuando me aíslo con ellas me recuerdan que esperabas la desaparición del franquismo, de los ricos explotadores, de las injusticias y nuevos amaneceres de fraternidad, libertad e igualdad.
Pues sí y no, algo se ha ganado en algunos aspectos, que puedo decirte querido padre “Desde el Corazón”, pero el caudillismo sigue vivo. Te sorprenderías si vivieses ahora; mucho por los avances de tecnologías de comunicación que no puedo explicarte, porque tendría que empezar enseñándote en principio una lengua extraña, que yo mismo no entiendo, y te causaría alegre sonrisa ver que tus biznietos ya la conocen mejor que yo.
Te digo que hoy vivimos controlados, tiranizados. Si no son los rusos o la NSA son vigilados todos nuestros movimientos e impulsos digitales. Nos observan a través de nuestras televisiones, nos escuchan en nuestros teléfonos, nos leen nuestros wasaps. Saben qué productos vendernos, y te sorprendería saber, en cuanto comprendieras qué es eso de la Televisión, que para que tengas una idea, es algo como la Radio que sí conocías aunque fuera de lámparas, pero que se ven las imágenes como la vida misma, y descubrirías la ironía de que hoy los cocineros en la tele son casi los únicos representantes de la cultura. Tú eras –decía mi madre- un hombre honrado, pero en este tiempo, te llevarías las manos a la cabeza cuando cada día, leyeras en la prensa, familias ricas que no se han hecho así por trabajar genuinamente, sino por corrupción, por sobornos; políticos que hablan de bienestar para el pueblo y esquilman al pueblo y los dineros públicos, con cifras que ni siquiera podrías calcular. Familias caciquiles que manejan la justicia; Bancos que controlan la economía, y que algunos de sus Directores, descubriendo que quiebran se indemnizan con cantidades y sueldos estrambóticos, difíciles de imaginar por ti, en tus días de posguerra.
No estoy diciéndote querido padre, que tus días fueran mejores, también habían injusticias, corrupciones, inmoralidad, sobornos, violencias de género, maldades, depravación, pero todo esto está alcanzado cotas de finales de los tiempos.
Ahora observarías que en este tiempo el interés se centra en lo económico, lo político, lo exitoso al precio que sea, en vivir la vida y poco en salvar el alma. Debilitada la atracción del Cielo, el hombre se apega a la tierra. Se descuida el intento de hallar a Dios y el hombre se centra en buscar la riqueza y poder. El ídolo de nuestra época no es el santo, sino el hombre que “triunfa”. Tu amada esposa, mi madre, me decía que en tus educadas discusiones con mi abuelo, burgués en aquellos tiempos, eras detractor de las riquezas, que no se debían poseer, hasta que no se aprendiera a no darles importancia, hasta poder liberarse del apego a ellas; en suma, vivir con desapego a las cosas terrenales. Cómo me hubiera gustado compartirte mi vocación de seguir al Maestro Jesús, y manifestarte que aquellas ideas tuyas, estaban enseñadas por el Cristo de Nazaret. Y decirte que es cierto que la agitación, la vehemencia con que nos tomamos la vida política en esta España no merece la pena. Que la masa camina sobre aceite. Mueve las piernas pero no avanza. Miro al Cielo y constato, padre, lo afortunado que soy de conocer el Evangelio, y doy gracias por lo que mi madre y hermana me contaron de ti.
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